La rata del oro
Hace poco tiempo en un reino prolífico y verdoso se divulgó por las calles y campos que una rata que merodeaba a sus anchas era capaz de producir oro. Nadie la había visto excepto el rey y ofrecía una suma alta de dinero al afortunado que la encontrase y entregase con vida.
Un niño que era propenso a las salidas y que no sabía nada de todo aquel revuelo se encontró con la rata y se encariñó con ella como con ningún animal y se la enseñó a su hermano gemelo que vestía igual que él. Uno iba de verde con un calcetín sobre la cabeza y con calzones largos y camisa del mismo color, y el otro se presentaba igual; pero sus prendas eran de color azul.
Un niño que era propenso a las salidas y que no sabía nada de todo aquel revuelo se encontró con la rata y se encariñó con ella como con ningún animal y se la enseñó a su hermano gemelo que vestía igual que él. Uno iba de verde con un calcetín sobre la cabeza y con calzones largos y camisa del mismo color, y el otro se presentaba igual; pero sus prendas eran de color azul.
- ¿Dónde la guardamos? Tendremos que llevarla mañana ante el rey –dijo el gemelo de verde.
- Eso haremos, hermano, mientras tanto la dejaremos en esta caja debajo de la cama –dijo el gemelo de azul.
- ¿Y si nos la quedamos y no trabajamos nunca y vivimos como ricos? ¿Qué te parece? –preguntó el gemelo de verde.
- Sería lo ideal; ¿pero y si nos ajustician por ello?
- ¡Viajaremos lejos, hermano!
- ¿Adónde?
- Donde nadie nos pueda reconocer.
- Es arriesgado.
- Lejos... ¡Muy lejos!
Al día siguiente, al sacar a la rata de su caja tiraron de la cola y el roedor con naturalidad escupió oro abundantemente. ¡Eran lingotes enormes y brillantes de oro lo que salía de su boquita! ¡Cómo brillaba el oro!
- ¡Qué maravilla! –dijo el gemelo de azul cariacontecido.
- ¡Es un milagro! ¡Oh, un milagro de verdad! –continuó el gemelo de verde sin creerlo a su vez.
- ¡Vayamos al norte, hermano!
- Al otro lado de este país, al otro lado de las fronteras, podremos empezar una vida nueva y con más libertades que en este reino y sin necesidad de esconder nuestro premio.
- Es la decisión que tomamos ayer y así lo haremos.
Los gemelos llevando a la rata a cuestas viajaron, como indicaba su decisión, hacia el norte y lo hicieron con la única carreta que tenían y atravesando selvas fronterizas que demarcaban los confines de ese reino. A los gemelos en un puente de más allá de la frontera les detuvieron unos soldados del rey y se libraron de ellos al sobornarlos con el oro que escupió la rata.
De esa forma, huyeron y fueron hacia una catarata, que sin saberlo, era una entrada secreta hacia un palacio subterráneo donde miles de enanos trabajan minerales y donde enormes ciudades bajo tierra se expandían insospechablemente. Los gemelos se perdieron por varias galerías donde un enano minero les llevó por un túnel donde pasaron a niveles superiores donde había mucha humedad y costaba respirar.
Lo que no sabía el gemelo de azul es que el de verde robó el arca de la fortuna que era una piedra que si la ponías al sol el último día del año se cumplirían tus expectativas. Era una piedra deslumbrante y que guardaba un relumbre especial al mostrarla a la luz. El gemelo que se la llevó se lo confesó luego al otro hermano que le dijo:
- ¿Y si te hubieran pillado?
- Nos hubieran cortado la cabeza.
- ¿Cómo lo hiciste?
- Me le encontré en una gruta por la que pasamos por una feliz casualidad.
Los hermanos discutieron en un comienzo e hicieron las paces al final al ver que esa arca era un milagro, y que lo importante es que no les pillaron. Los gemelos pronto se hicieron con una barca y con tino navegaron por un río que les dejó en un territorio con mucha fertilidad y donde un brujo casi hechiza en culebras a los chicos.
Los gemelos se escondieron en la casa de hojas de un gnomo y al despedirse del pequeño y rascarle los zapatos les creció a ellos la barba y así pudieron viajar más camuflados, y le agasajaron al gnomo con un montón de oro que escupió la rata al tocarla la cola. El gnomo soltó de su bolsillo una mariquita que les llevó hasta un lugar escondido donde durmieron sobre los tallos de las plantas y donde apoyaron sus cabezas sobre los capullos de otras flores cuando el feliz bichito se fue.
Más tarde, una libélula enorme que volaba les dijo: - Continuad este sendero en recto y al final hallaréis más de lo que preveáis.
Al ver los gemelos que la libélula lo declaró con esa transparencia no retrasaron su partida y anduvieron los hermanos durante varias semanas. El sendero parecía que se repetía continuamente e incluso los animales y los caminantes que se encontraban se reproducían, hasta que al perder ambos cualquier migaja de esperanza, contemplaron a lo lejos un castillo no más grande que un caserón; pero más distinguido y hermoso, y coronado de torres y murallas de polen y rellena de paneles.
La Reina de las Abejas les invitó a entrar y les dieron a los jóvenes un banquete dulce y maravilloso de miel donde se hartaron de comerla y saborearla. La Reina de las Abejas después de enseñarles las blancas y cristalinas estancias de su morada y de asomarse a las torres hechas de colmenas de su castillo, anunció que necesitaba el arca de la fortuna que poseían los hermanos.
- ¡No podemos dártela! –exclamó el gemelo de azul.
- ¡Nos encantaría, pero no podemos! Lo sentimos –dijo el gemelo de verde-. Algo nos dice que debemos de seguir nuestro camino, pero te recompensaremos con el oro de nuestra rata.
La Reina de las Abejas aleteó encima de ellos y rugió: - No quiero vuestro oro mezquino; más oro vale mi miel y por ser tan atrevidos y no quererme dar por las buenas lo que os solicito os confinaré dentro de mis defendidas posesiones. ¡Y al que se le ocurra fugarse mandaré a mis soldados que le aguijonen hasta matarlo sin piedad!
Los gemelos, frente a la ira de la Reina de las Abejas, se sometieron a sus deseos y tuvieron que pasar varios días aguantando las torturas de las siervas del monarca que no paraban de picarles y de hacerles la vida imposible. Hubo una noche, que fue la más larga de todas, que los gemelos escaparon por una de las puertas de debajo del castillo de polen.
Uno de los hermanos tenía tanta alergia que tuvo que reprimir varios estornudos a duras penas y al final huyeron por una puerta trasera al soltarse las amarras que les pusieron, por la rata de oro que las royó, guiándose los jóvenes por el olfato del roedor. El gemelo de azul se preocupó al haberle arrebatado la Reina de las Abejas el arca de piedra.
No obstante, la rata del oro la tenía inexpresablemente dentro de la boca y se la dio a los chicos, habiendo estado el animal la mitad de esa noche buscándola por las torres y cuartos de polen. Qué difícil se le hizo al roedor quitársela a la Reina de las Abejas cuando dormía sobre su trono de miel y flores durante semejante valentía.
Los gemelos y la rata de oro se marcharon tempranamente y se encaminaron por un valle donde les persiguieron un gran enjambre de abejas al ser enviadas por su reina. La suerte es que empezó a llover y los gemelos se ocultaron en una gruta pérdida en la montaña donde los molestos insectos les perdieron la pista.
Dados los acontecimientos, los hermanos se internaron por debajo de la montaña al llegar los inviernos fríos y cambiar el clima.
- Debemos de quedarnos durante unas semanas bajo estás grutas –decidió el gemelo de verde.
- Sí, será suficiente para aguantar el período de lluvias –dijo el gemelo de azul que liberó al roedor de su caja y la tiró al cogerle los chicos mucha confianza.
La rata de oro escupió oro de un modo cuantioso ese período de mal tiempo y comieron de lo que les vendían los comerciantes que pasaban por cerca de esas cuevas y que se dirigían a ciudades. Los gemelos pagaban con el oro que escupía la rata al tocarla la cola y así sobrevivieron con holgura.
Las veces que llovía bastante se cobijaban en los interiores de la montaña, pero hubo una de esas situaciones en la se toparon con un dragón que devoraba a unos feriantes y caballos de carga que cazó ese mediodía. ¡Oh, el dragón con ansia los engullía!
La caverna en la que habitaba estaba en los adentros de la oscura y sinuosa montaña. Los pasos de los gemelos fueron infortunados al querer explorar más las honduras de aquellas tierras del subsuelo. El dragón no paraba de comer y al ver a los hermanos se tiró sobre ellos para desmenuzarles cuando los jóvenes iban a huir, expulsando fuego con ferocidad.
Un bocado de la desatada bestia estuvo cerca de destrozar a los jóvenes, arrancando un trozo del gorro del calcetín del gemelo de verde. La rata se deslizó del hombro de uno de los hermanos donde el animal se sostenía, y les condujo a los jóvenes por galerías que les llevaron a la superficie, acuciados por la rabia del dragón, que por meterse los perseguidos en un pasadizo estrecho, no les alcanzó.
De esa forma, la rata de oro les sacó de ese apuro y respiraron el aire fresco, dándose cuenta de que estaba muriendo la noche, y al nacer el primer día del año, los gemelos mostraron el arca, que se iluminó magníficamente, y los hermanos pidieron vivir en libertad y bonanza. Desde aquello, no fueron jamás acosados por ese rey, ni por la Reina de las Abejas, ni por el dragón, ni por ningún malvado, siendo lo más aventurados que haya conocido yo que he escrito este cuento.
Y lo más beneficioso es que los gemelos no pasaron hambre al ser ricos de por vida por la rata de oro que sólo les regaló riquezas y fortuna.
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