La foca de los globos
La foca de los globos
En un circo de Madrid había una pequeña foca que tenía pocos amigos. El animal solía estar en un recinto apartado en uno de los extremos de las ferias que normalmente le rodeaban.Era su ambiente, pues a Foquita le encantaba lo sorprendente. Además de los juegos que realizaba para los asistentes que acudían a los espectáculos del circo, también efectuaba todo tipo de peripecias con los globos, puesto que se divertía mucho. Foquita era un animal muy risueño, muy calmado y tranquilo. Sonreía fácilmente, reía como si le cosquillearan la tripa y gesticulaba en exceso moviendo con gracia la cola y los bigotillos. Era un animal que vivía cada momento con intensidad. Y ahora os preguntaréis por qué una foca que es amable y buena tiene pocos amigos. El sencillo motivo es que los animales que eran sus vecinos, o sea, los que tenían las jaulas al lado de ella, eran en sumo ariscos y antipáticos. Sin embargo, a pesar de la poca simpatía de sus vecinos, tenía un buen amigo en el circo (y otro que era un elefante que durante esa temporada en Madrid no le estaba viendo). Curiosamente su otro amigo no era un animal propiamente dicho, pues se trataba del domador de una pantera, la cual no se llevaba bien con la foca.
El domador iba a visitarla una vez al día, cuando se lo permitía el trabajo y el duro entrenamiento que ejercía nada desde el amanecer hasta el mediodía. Por esa razón el domador solía ver a la foca sobre las siete de la tarde; pero había excepciones. Para entonces la foca había realizado sus juegos circenses con pelotitas del tamaño de tomates. Entonces jugaban los dos y, a sabiendas de que a la foquita le apasionaban, el domador le traía y regalaba siempre que podía media docena de globos, todos lustrosos y de colores geniales. La foca después de reírse de las cosquillas que le hacía su amigo humano en la panza y, de divertirse sensacionalmente, agarraba los globos con la boca, aplaudía mientras movía los bigotes y emitía chillidos suaves y cariñosos.
El domador y Foquita no coincidían nunca en los números del circo, puesto que la foca abría el espectáculo con un gracioso juego de pelotas junto con un grupo de acróbatas y de payasos que bufoneaban; y, el domador, al final, cerraba el número con geniales peripecias que se marcaba con la ayuda de su fiel y ágil pantera.
Lo bueno es que, mientras, uno podía observar al otro actuar, y eso les animaba y divertía sin embargo.
Pero el circo se fue moviendo como es costumbre en el mundo del espectáculo; y de Madrid se dirigieron a Toledo, y de allí a Sevilla, y después fueron a Valencia, ciudad indiscutible de las fallas a pesar de que no coincidieron con la temporada festiva. Pero, naturalmente, lo pasaron muy bien y dieron más actuaciones circenses que fueron acogidas con aplausos y buenas ganas. Sin embargo, ese cambio de provincia distanció al domador y a la foca de los globos, que ya no disfrutaba tanto de ellos por las menores visitas de su amigo el humano.
Bien de cierto era que cada uno tenía más obligaciones en sus entrenamientos y deberes y la agenda de ambos estaba totalmente ocupada. En Valencia trabajaban mucho y la gente, amante del circo y de su arte, exigía buenas y sorprendentes actuaciones. Pero en el fondo no hacían sino menos que ayudarse, porque el trabajo individual de cada uno influía en el beneficio colectivo. Sí, y era así. Cada uno tenía sus cosas. Foquita estaba liada con su entrenador y el domador estaba atareado con su pantera que las últimas dos semanas había soltado alguna amenaza a foca a pesar de ver menos a su amigo humano. La pantera desde hacía tiempo le había cogido tirria a la foca. Eso era algo innegable. Las diferencias eran múltiples y los dos luchaban por lo que creían. La pantera por preservar a su domador; y la foca, el de tener un buen amo para compartir; aunque la pantera eso de compartir no es que lo llevara muy bien.
Por eso una tarde que pudo el domador llevar unos globos a Foquita, no tardó mucho en irse para hablar con el jefe del circo de asuntos cotidianos, pues tendrían un gran espectáculo esa noche. Para entonces la pantera estaba delante de la piscina transportable donde siempre solía nadar, coletear y descansar la foca. La foca al verla (la cual nadaba a su rollo) se asustó y quedó tan quieta como un árbol. La pantera chula y salvaje le recomendó: - Es mejor que te alejes de mi amo. Tiene muchos asuntos que atender y no estoy dispuesto a que le mares ni le distraigáis con idioteces. No conseguirás jamás ser su animal. Le conozco desde que tenía un año y ya con mi edad nadie me engaña, y menos una foca torpe y tonta como tú.
- B-bueno –tartamudeó Foquita pues siempre que hablaba lo hacía-. Ha-hago lo que puedo pe-pero de ahí a ser torpe y estúpida… ¡hay un paso! O-o eso creo yo.
- No te pases de lista y no vengas con carita de corderito degollado, foca tartamuda. Esos juegos guárdaselos a los humanos que yo no soy tan idiota. Te lo advierto: la próxima vez que te vea relacionarte con mi amo… ¡sacaré la lengua y moveré la boca y no para hablar, te lo advierto!
Después de esa advertencia la Foquita se lo pensó todo dos veces, antes de actuar. Desde el principio le caía mal esa rabiosa y envidiosa pantera que no merecía la pena ni escucharla. Cuando le venía a visitar el domador, intentaba esconderse, y, así, lo hizo al menos durante un par de días hasta que de Valencia viajaron a Murcia donde disfrutaron de otras playas y del calor. Y, hablando de playas, fue allí donde la foca se encontró de lleno con el domador y no pudo evitarle de ninguna de las maneras.
- ¿Qué sucede, mi amada foca? –le dijo con una sonrisa de oreja a oreja-. ¿He hecho algo que te ha molestado? ¿A lo mejor he dicho alguna frase que te ha incomodado? Si es así lo lamento, de corazón.
Foquita le miró con pena y contestó: - N-no, pa-para nada. Es que estado o-ocupada. Mi en-entrenador me-me está metiendo mucha dis-disciplina con ciertas pru-pruebas y ya-ya sabes que el espectáculo que haremos a-aquí en Murcia va a ser distinto al-al de la gira de hasta ahora. A-aparte de mi juego habitual de glo-bos, bueno o me-mejor dicho de tus divertidos glo-globos –sonrió y los bigotes se le estiraron-. Es-estoy que no paro. Vamos, no te-tengo tiempo para nada…–no se lo ocurrió nada más.
- Bueno, pues entonces me pasaré antes de la hora de cenar, Foquita. Será más provechoso. Sé que en esa hora por mucha actividad que tengas siempre encuentras un rato para que nos evadamos.
Ante la sutileza de palabra del domador no pudo la foca poner pegas ante tal ofrecimiento que en verdad deseaba que ocurriese, pero luego barajó la advertencia de la pantera y se le quitaron las ganas. ¿Le rentaba arriesgarse por esa persona a la que tanto admiraba? ¿Perdería la vida por ello? ¿O utilizaría su cuerpo la pantera a manera de almohada? “E-eso como poco, ¡e-eso como poco!”, se dijo Foquita más de una vez asustadizamente.
Dos días más tarde, el domador se pasó por la piscina transportable donde se estaba dando un chapuzón la foca. Ésta no se lo esperó y desde aquel momento no volvió a esconderse de su amigo, aun a riesgo de su enemigo.
Pero lo que más le chocó a la foca fue que la pantera durante las actuaciones especiales de Murcia no le dijese nada ni le amenazase o clavase sus largas y puntiagudas uñas. Eso era lo más extraño, lo más inesperado de todo. Pero Foquita no tardó en comprenderlo, puesto, que, cuando viajaron hacia el oeste y salieron de Cataluña, la actuación que tuvieron en La Rioja por parte del público fue estupenda y el tragasables levantó piropos con sus peripecias; sólo que por parte de la foca fue penoso. Debido a que el animal, después en mitad de su actuación jugando con globos, se encontró que un segundo antes de salir a escena la pantera se los pinchó. La foca cuando se percató estaba ya en mitad de la arena del circo, rodeado de payasos que se reían más de ella que de lo divertido de la actuación.El público daba por hecho que los globos pinchados era parte del bufonesco número y aplaudieron tan fuerte que llegó a oídos de la pantera que se enfadó por haberle salido mal el plan de humillar y dejar en evidencia a la foca. Sin embargo, el elefante que era gran amigo de la foca pero que durante parte de la gira anterior no le había podido ver por temas que no vienen al caso, dio cuenta del feo que le había hecho la pantera y decidió tener los dos ojos bien abiertos respecto a ese felino abusón. Foquita quedó muy consternada por lo sufrido y no bajó la guardia en ningún momento.
- Gra-gracias –le decía siempre que veía al elefante al pasar al lado de la enorme jaula del elefante.
- No hay de qué, amiga foca –le ofrecía como respuesta éste último-. Hay que tener los sentidos al máximo, esa pantera se cree que está en la jungla y que es el rey. Ha olvidado que tenemos una responsabilidad para con el público. Y que entre compañeros de profesión hay que guardar las formas. No podemos hacer el ridículo no siendo profesionales. ¡Nos han entrenado para ello!
- Claro, cla-claro, tenemos que dar una… una imagen. Te-tenemos q-que comportarnos y en… en todo caso a-ayudarnos entre no-nosotros.
- Y tanto, no dejamos de ser una comunidad, un equipo, amiga foca –concluía el elefante, y algún otro payaso, trapecista o malabarista que se paraba, asentía y les daba la razón.
Pero pensadlo, ¿por qué le daban la razón? Por el sencillo hecho de que estaban hartos, no querían aguantar a ese felino solitario, malvado y que no era sino más que la sombra de la tristeza y la mala intención. El único que no se percataba tanto como los demás (aunque fuera algo) era el domador, puesto que la pantera con él se mostraba, única y exclusivamente sólo con él, de un modo encantador y complaciente. Con los demás, por contra, la pantera era antipática y malintencionada. En la víspera del Puente de Mayo llegaron a Santiago de Compostela después de cruzar un par de pueblos del norte que los recibieron igual de bien que en la ciudad. Pero Santiago de Compostela era una ciudad de sueño. Con la Catedral de Santiago, sus históricos jardines de antiguos monarcas, sus calles enfloradas, su apostólico camino sagrado, y su estupenda tarta capaz de hacer resucitar a un muerto de la tumba, se sintieron casi como Pedro andando por su casa.
En primer lugar el circo dio un gran espectáculo a las afueras de la ciudad, y en esta ocasión la pantera le dijo a la foca antes de que ésta entrara a actuar: - Ten cuidado. No me gustaría que tus globitos, y sobre todo estos que te ha regalado mi y solo mi domador, acabasen también pinchados y tu traje prendiese como un cigarrillo. Eres corta de sesera y tartamuda; pero es verdad que buena de reflejos.
- D-de acuerdo. –Consiguió pronunciar al fin Foquita, pues se había quedado tan helada que se le habían congelado las palabras en la boca.
El elefante ni nadie lo escuchó, y la foca después de los aplausos del público y del ánimo que le infundió el domador, salió a dar su número rodeado de cientos de asistentes (con las indicaciones corrientes del entrenador). La foca estaba acobardada, estaba encogida por el miedo por dentro, pero al final, por suerte, comprobó que lo que le había dicho la pantera no era más que una mentira para rajarse antes de dar el número. La foca fue valiente, fue lista, y venció su mentira. ¡Santiago de Compostela entre lo que cabe fue una experiencia divina, una experiencia que no se olvidaría!La siguiente actuación más al sur fue en Soria, en medio de la ciudad, donde se instaló el circo al completo. Un par de payasos se pusieron malos y no pudieron dar parte de su acto y la foca tuvo que alargar sus peripecias con los globos. Cuando llegó el momento citado, Foquita empezó con sus globos, pero observó que pegados a ellos había pescaditos. De esos pescaditos que a las focas tanto gustan…, no, que tanto encantan, mejor dicho. Si sabréis, una foca es imposible que se aguante a tal delicioso bocado, y nuestra foca tartamuda pero bonachona no era una excepción. Asimismo se contuvo, pero acabó al poco rato, sin remedios posibles, por comerse los pescados.
Sin embargo, al cogerlos, Foquita hincó los dientes y, ¡plafff!, pinchó todos los globos de colores.¡Menuda explosión montó! ¡La gente la miró! ¡Muchos asistentes se levantaron sin comprender nada! El jefe del circo le mató con la mirada, la foca se murió de vergüenza y el entrenador se mosqueó. ¡Madre mía! ¿Ahora qué haría la foca? ¡Estaba en un tremendo aprieto! Intentó continuar con el número, pero, de todos modos, la vergüenza cortó su respiración e interrumpió el talento. El elefante con ayuda del domador de la pantera salieron al encuentro para disimular el fallo. ¡Y surtió efecto! ¡No sé cómo lo hicieron, pero salió francamente bien! Bueno, sí que lo sé, puesto que el domador jugó como solía con la foca cuando la visitaba, haciéndola cosquillas, riéndose y chillando y bailando ella; ganándose el aplauso de la gente, mientras el elefante hacía malabares con la trompa y barritaba con estilo. La pantera, rabiosa y decepcionada por lo fallido del plan, preparó una peor para el siguiente viaje. Y el viaje que vino fue hacia arriba del mapa, hacia Barcelona. Esta vez como otras muchas la foca se temió algo malo, algo que no le haría gracia. Lo bueno es que al menos tenía las sospechas de algo. Después de que el domador de la pantera le llevase globos y jugase como cotidianamente, Foquita se bañó en su piscina transportable e hizo una visita al bueno del elefante que estaba tumbado después del entrenamiento de la tarde.
- Hom-hombre –saludó la foca con sonrisa contagiosa.
- Dirás elefante –bromeó su compañero de circo-. La última actuación no nos quedó mal, amiga foca. ¿Ahora qué prepararas? Los catalanes se sorprenderán con tus globos, ya verás, más que el resto de españoles. Pero todos nos tenemos que andar con ojo como te dije. Seguro que esa pantera volverá a meter sus zarpas donde no debe.
- N-no sé qué la he hecho. Po-por mu-mucho que lo pienso no en-encuentro sentido al-alguno a-a todo esto...
- Ni nadie lo encuentra, amiga foca.
- Ni que lo digas –admitió un trapecista que venía de saltar y piruetear-. A mí en el número que hago con ella me intentó tirar de un aro por donde me tenía que meter. Y casi al dar la voltereta me empujó y me estrelló contra un poste de más abajo del aro. Me libré por poco. No sé qué será lo próximo que me hará ese loco felino.
- Muchos compañeros comentan lo mismo –dijo una última persona, que era un payaso que venía acompañado de una funámbula-. A muchos payasos les ha amenazado cuando estuvimos en Valencia y el año pasado cuando estuvimos en Valladolid y por León.
- ¿Y-y q-qué pasó al final? –preguntó Foquita con gesto preocupado.
- Pues que tuvimos que limitarnos en nuestros juegos y actuaciones y la pantera quiso mostrarse como la mejor, pero, como podréis imaginar, la muy egoísta tampoco lo consiguió –dijo la bonita y estilizada funámbula.
- Veo que todos estamos hasta la mismísima trompa de esta pantera traviesa, amigos –barritó el elefante con gracia.
- Ji ji… Sí, sí, hasta el gorro, ni más ni menos, ji ji… –dijo el payaso haciendo el tonto-. ¡Tendremos que ingeniárnoslas para devolverle lo malo que nos ha causado!
- ¿Qué decís? –preguntó un trapecista por detrás de ellos, que había venido desde el principio; pero no le habían visto-. ¿Qué opináis? Propongo ser más astutos que él, y mira que es difícil.
- Al-algo ha-habrá que hacer –dijo Foquita consternada moviendo los bigotillos.
- Lo primero será ponernos de acuerdo –sugirió la funámbula recogiéndose el sedoso pelo-. ¿Por dónde empezamos? Decir.
- Bien dicho –dijo el elefante, levantándose y espabilándose-. Hay que seguir un orden. Vamos a ver… Primero: ¿qué es lo que más le molesta a esa pantera? ¿Cuál es su punto débil en tal caso? Porque tendrá un punto débil... ¡eso lo tenemos hasta todos y cada uno de nosotros!
- Razón no te falta… –dijo el domador que acaba de llegar y se sumó-. ¿Pero qué os ha hecho la pantera? Conmigo, debo admitir, es encantadora.
- Bueno piensa que tú eres su domador –dijo el payaso-. Con nosotros es distinta.
- Sí, no es mentira; a mí me ha intentado matar más de una vez de un bocado –enunció el trapecista con un ligero temblor al recordar.
- Sí, es… es ci-cierto, y a mí me a-aguado siempre la fiesta y me-me ha pin-pinchado más de unos cuantos glo-globos por decir po-poco...
- Vamos, que estáis hartos de ella –dijo el domador-. ¿Y yo cómo no me dado cuenta antes? Aprecio a la pantera y sé que soy su amaestrador; pero tendré que hablar seriamente con ella. Desconocía esto que me desvelais. Esto no puede seguir así.
- Sí, amigo domador, como su amo también que eres, no vendría mal –remató el elefante-. Te escuchará.
En el próximo entrenamiento el domador no faltó a su palabra y mantuvo una conversación larga e importante con la pantera, que hasta que su amo no acabó no abrió el animal la boca. Pero cuando llegó su turno dijo, bien en tanto: - Amo, no opino lo mismo. Ellos quieren siempre ganarse más aplausos que yo y me intentan robar el protagonismo que he tenido siempre. ¡Siempre he sido el alma de este circo, y no menos voy a serlo ahora por esa panda de oportunistas! ¡Encima esa foca no ha parado de despistarle amo, y eso no se lo perdonaré!
- No me ha despistado, compañera, para nada lo ha hecho. –Le dijo su domador con el corazón en la mano-. Yo he quedado con ella o la he visitado porque he querido. Me parece un artista y es un animal muy agradecido y buen amigo, simplemente. Tiene un gran talento con los globos y con demás artes del circo.
- Pues se equivoca amo, de verdad. Tenga cuidado, esa panda de liantes le están engatusando.
- No. Ten cuidado tú, compañera. Piensa que son muchas opiniones contra la tuya. Si tantos piensan así quizá deberías replantearte tu actitud o tus formas.
- No me creo que usted sea como lo demás.
- No soy como los demás, intento que recapacites y te integres mejor con el resto de tus compañeros.
- No sé si debería ser mi amo; si usted desconfía de mí; si usted opina así…
- Eso lo tendré que decidir yo…
- ¡O el jefe del circo maldita sea...! –rugió la pantera algo agresiva como nunca le había visto su amo.
- Me da que se me están quitando las ganas de ser tu domador. Me estoy cansando, ¡y mucho! ¿A qué viene ese enfado repentino?
- ¡Usted no confía en mí: le podré hablar como me plazca! –se le erizó la cola a la pantera.
- ¡Olvidas que soy tu domador y tu dueño, qué formas son esas de levantarme la voz! ¿Qué te has creído?
- Me da que tendré que hablar con el jefe del circo. ¡Soy un animal libre en cierto modo y no doy crédito a la actitud de usted por mucho que se crea mi amo y amaestrador!
- ¡Pues habla, pantera! –rugió esta vez el domador-. ¡A lo mejor soy yo el que me adelanto!
Al final tanto el uno como el otro, o sea ninguno, se dignó a hablar ni a comentar nada al jefe del circo que siempre estaba ocupado y medio escondido como se sabe, y llevándose millonadas sin mover un dedo cuando los artistas eran francamente los que se dejaban la piel en el escenario. Así las ciudades que vinieron fueron Santander donde montaron una gran fiesta después; también Oviedo, Bilbao y Guipúzcoa, donde la pantera no dio señales de hostilidad y recuperó algo la relación antes buena con su amo; y los artistas e integrantes del circo casi se olvidaron del amargado felino a excepción de la foca y el elefante. Si bien, más allá de aquellas ciudades del norte de España, se fueron a Castilla La Mancha, donde la bordaron en Cuenca, Ciudad Real y Albacete. Las siguientes paradas: Almería, Málaga, Sevilla y Jaén fueron increíbles y les llenaron de aplausos y pesetas; pero la más estupenda y aplaudida fue la última: Granada.
No muy lejos de la Alhambra de Granada y del barrio del Albaicín, montaron el circo a lo grande y la gente acudía a ese enorme recinto, a ver los espectáculos que se celebraban por la tarde-noche. ¡Qué días! ¡Cómo observaban al atardecer en Sierra Nevada!
El tercer día de circo, le tocó a Foquita dar su número cotidiano de globos más los bailes del elefante barritando que se ganaron al gracioso público andaluz. ¡La foca que había olvidado las faenas que le había hecho durante ese último y largo mes, no pensó en que tenía garabatos y manchas burlones de tinta en la cara! “¡Ya-ya lo tenía! ¡E-esa pantera me-me ha pin-pintarrajeado la ca-cara para hu-humillarme en pú-público! ¡Y-y lo ha-ha conseguido!” Se dijo Foquita fastidiada, mientras terminaba de hacer peripecias con los globos.
Pero el público unánimemente dijo: “¡huuuuu…huuuuuu…!” momentos después, pues se habían percatado de la cara bufonesca y tonta de la foca que lloraba y se le corría más la pintura y el rímel. Si bien el número suyo se paró y los payasos que venían luego no pudieron salir por el fallo de la foca que no quería continuar con el juego de globos. Pues lloraba y seguía llorando, y el elefante tuvo que ir a consolarla.
Pero después, su amigo encogido por la pena, decidió ir tras la pantera que estaba detrás del circo con los trapecistas, malabaristas, tragasables, funámbulos y demás artistas que entraban en acción más tarde. Cuando llegó el elefante observó que francamente estaban todos los citados y hasta el domador de encontraba, que ensayaba un par de saltos imposibles con la pantera.
Al ver al elefante correr hacia la pantera todos se hicieron a un lado incluso el domador que se apartó con asombro y algo de susto, y el pesado animal se tiró sobre su presa. El elefante con lentitud pero técnica consiguió anticiparse a la pantera y la cogió con la trompa con habilidad. Le quitó la falda a una bailarina y se le puso a la pantera mientras esta rugía de miedo y enfado a la vez. Después el elefante la balanceó, la tiró por los aires y le dio tal trompetazo que la mandó al centro del escenario de arena donde seguía la función de la foca que había disimulado su tropiezo con un gracioso baile de cola de los suyos, que provocó ternura en el escandaloso público.
La pantera al caer en medio del escenario con la falda, no supo qué hacer y los asistentes se burlaron de ella, y también Foquita y el resto de artistas. Incluso a los payasos que había hecho la vida imposible, que le clavaron una nariz roja en el hocico, y se rieron del animal con unas ganas nunca vistas. Indudablemente, ése sería un día que no olvidaría nadie, y menos la foca, pues ese día fue la fecha en que el jefe del circo despidió a la pantera y el domador no quiso saber nada de ella.
La pantera con el rabo entre las piernas abandonó el circo al llegar de vuelta a la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid, y jamás de los jamases se supo nada de ella. De ahí en adelante, el entrenamiento que impartía el entrenador de la foca pasó a manos del domador, y aquel circo no triunfó sólo en España también en toda Europa. Así que, si alguna vez lo veis por vuestra ciudad, con honestidad que no os extrañe.
FIN
Comentarios
Publicar un comentario