El ganso bailarín

Había una vez un niño que heredó de los fallecidos padres una hacienda y que gracias a un mago podía transformarse en adulto sólo con rozar el capullo de una rosa mágica. Si Joselito tenía que presentar cualquier índole de papeles o hacer los trámites aburridos a los que se debían a veces los mayores, pues acariciaba la flor sobrenatural y se acogía a esa apariencia para esas gestiones; ya que si mostraba su verdadera imagen no haría esos deberes y tampoco nadie le tomaría en serio al ser un niño metido en asuntos serios. 
Joselito era una persona tímida e insociable por la razón que cuento. Las pocas relaciones que granjeaba en el colegio se las ganaba para pasar desapercibido y no llamar la atención, para que nadie supiera que tenía la virtuosa capacidad de madurarse como una fruta. Joselito hacía vida íntima y él solo se ocupaba de las tareas de la hacienda donde tenía cerdos, vacas, caballos, cabras, ovejas, pollos, perros, gallinas y un ganso que era de los animales que más quería.
   El ganso un día a finales de mayo se dio cuenta Joselito que el ave aleteaba anormalmente. Joselito no le quitó ojo durante esa mañana y vio que tenía la capacidad de bailar como ningún bailarín en el mundo lo haría. El ganso tenía una habilidad de lo más genial para crear expectación en cada uno de sus bailes, provocando que vinieran gentes de todas las provincias de España para asombrarse con la habilidad que demostraba. 
   A los asistentes que les gustaban (siendo la mayoría) empezaban a decírselo a otros vecinos y esos vecinos a más vecinos y se fue corriendo la voz de que un ave más bonita que una begoña se movía en su danza con la mayor calidad y ritmo divirtiendo a los interesados que la iban a ver. De todas formas, llegó un momento en el que el ganso se popularizó tantísimo que a Joselito no le hizo mucha gracia. 
   Había visitantes, dentro de sus posibles, que pagaban cuantiosas fortunas para tener de cerca a un ave tan extraordinaria y distinta a cualquiera. Muchos extranjeros venían de otros países de Europa y América y de otras partes del globo para no desechar la oportunidad de presenciar la singularidad de ese ganso. Las mujeres le tiraban flores, los niños se emocionaban y los hombres aplaudían, y taconeaban los espectadores emocionados por lo que les inspiraban las danzas en cada uno de sus demostraciones de bailarín. 
   La buenaventura de esas hazañas, le satisfacían a Joselito, pero notaba que el ganso estaba agotado y desbordado en el fondo. Apenas ambos tenían tiempo para ellos y Joselito era un niño independiente que no le complacía el exceso de visitas y que éstas fueran tan numerosas, repetitivas y constantes. Joselito sacó tanto dinero de la hacienda y de los últimos conciertos del ave que vendió su finca agrícola y para ser apartado de las masas y vivir en la calma y la privacidad se fue al norte donde con los ahorros compró un caserón que ajardinó y reformó con paciencia y entrega.
-        Éste será, amigo, nuestro nuevo hogar –le dijo al instalarse al poco tiempo Joselito cuando una tarde se hallaban sentados frente a un río que corría cercanamente-. Será nuestro hogar para no soportar el bullicio y el agobio que hemos aguantado actualmente. 
   El ganso graznó con verdadera complacencia. El caserón era amplio y lleno de cuartos, con dos pisos y grandes ventanales que miraban a los campos, dehesas y bosques que lindaban en sus aproximaciones siendo más espaciosa que la hacienda anterior. Empezaron así hacer vida por ese lugar y distanciados de ninguna población cercana excepto algunos ganaderos que pastoreaban por esas zonas naturales. 
   Un día al volver el buen tiempo y la estación de primavera las flores rebrotaron y reverdeció la sabia naturaleza con su belleza colorida e inconsideradamente fértil. Joselito aprovechó para salir a su zona ajardinada con el ganso para airearse y tomar el sol con ganas. El joven y el ganso se acomodaron en la hierba y era un plan que matutinamente practicaban.
   Y al revés: cuando salía con el ave en intimidad su aspecto era el de ese niño inocente y que no levantaba sospechas. Joselito hacía lo que estaba en su mano para evitar contacto social con nadie y no tener que dar explicaciones ni exponerse a desconocidos que pudieran delatar su condición especial. La suerte es que el chiquillo y el ganso frecuentaban los arroyos, las cuevas y los campos más apretados donde no solía la gente de a pie moverse en términos generales, y por si acaso Joselito guardaba encima la flor por si tenía que acariciarla en cualquier instante y volverse adulto. Normalmente no hacía falta y ese día, en concreto, el niño bajó la guardia y se llevó casi un susto.
   El mal azar, en cambio, hizo que un pastor que paseaba con los rebaños vio al niño un mes más tarde, y al ver que el hombre antes adulto se transformó en crío justo al pasar el ganadero, supo que había allí gato encerrado y entonces se enteró el hombre de ese secreto. Y fue chivando a todo hijo de vecino la particularidad que observó y las represalias que tendría que tomar la justicia contra una criatura que quizás no fuera humana, o cuando menos, común. 
   Esa revelación originó que Joselito tuviera que huir con el ganso lejos, emigrando de nuevo a escondidas regiones, revendiendo otra casa más. El niño se mantuvo en su apariencia de adulto y vendió lo que compró anteriormente, echando de menos la pasada propiedad y la hacienda que heredó legítimamente de la familia. El chico se ponía a pensarlo y le daba rabia que por una excepcionalidad de la que no tenía la culpa se le perjudicase inestablemente el presente.  
   Joselito viajó por diferentes provincias del reino y acabó en un castillo donde se cobijó, pero unos bufones que payaseaban en uno de los patios descubrieron que ese ganso era el ganso bailarín y lo contaron al resto y la gente se revolucionó. Le pidieron la mayoría a Joselito que su ganso bailara para ellos y el ave lo hizo con extraordinaria capacidad. 
-        ¡Queremos más! ¡Queremos más! ¡Queremos más cantos! –solicitaron en coro los abundantes asistentes que se fascinaban. 
   El ganso estaba muy cansado y Joselito al verlo se negó, pero se desarrolló un concierto tan bueno entre los aplausos de esos ciudadanos y el ritmo del ave que se quedaron encantados con el espectáculo los habitantes del castillo y rogaron que se quedaran más días. 
   Joselito se excusó, y más tarde, al norte, se tuvieron que refugiar en una bodega donde les escondió un bodeguero que les vio en apuros. El niño, en su apariencia de adulto al acariciar antes la flor, le dijo al hombre que, sin premeditaciones, eran artistas y que eran admirados y perseguidos dondequiera que pasaran. El bodeguero les dijo: - No hay problema. Podéis pasar la noche en esta bodega, pero por favor no cojáis de los bidones de vino. ¡Tengo muchos clientes que lo esperan! 
   Joselito prometió que no beberían de ninguno. La noche fue pesada y fría allí abajo y el ganso fue practicando más las danzas. 
-        ¡Te has recuperado, amigo! ¡Qué bien! ¡Tienes el ala bien ya! –le dijo el niño por la curación-. ¡Y ha sido por no bailar más de lo debido! 
   El ganso que bailaba, aleteó con vigor y orgullo, satisfecho por la recuperación. Joselito se fue planteando si era buena idea exponer al ave a tantos conciertos y espectáculos. Y, supo, con el paso de las semanas, que no debían de visibilizarse ante el mundo al saber la mayoría que él tenía ese don de ser un niño y un adulto a la vez. 
   Ese recordatorio personal le sumió a Joselito en una decadente impotencia y durante meses deambulando por montes que nadie supiera y bajo la sombra de arboladas. Un día llegaron ambos a un bosque y el ganso sediento bebió de un río, y un pez le dijo: - ¡Gluc gluc! ¡El paraje adelante es oscuro! ¡No sigáis! 
   El ganso con inocencia desoyó el consejo de un absurdo pez. Joselito y el animal siguieron y la hierba era tan suave y fresca que un sentimiento de enamoramiento les dominó con confortable hechizo. Con gustosa simpatía se acercó un hombre canijo, con sombrero de tréboles, de piel verde y que su media barba era verdín, y unos zapatos hechos de hierbajos. 
-        ¡Unnn tun tunn...! ¡Unnn tunn tunn...! ¡Cuéntame lo que quieras tú! –le saludó el hombre canijo. 
-        ¡Queremos vivir en un lugar tranquilo que nadie nos moleste ni nos juzgue! –repuso Joselito. 
-        ¡Unnn tun tunn...! ¡Unnn tunn tunn...! ¡Se cumplirán los deseos que quieras tú! 
   Entonces el hombre canijo hizo mover su gorro de tréboles y sus zapatos de hierbajos… y al otro lado del río que cruzaron el ganso y él: surgió otro caserón más grande que el tuvieron nunca cercado por una pared de nubes. 
-        ¡Unnn tun tunn...! ¡Unnn tunn tunn...! ¡Se ha hecho realidad lo que pediste tú! ¡Nadie os descubrirá nunca y podréis vivir en paz y en intimidad! –recitó el hombre canijo brillando su media barba de verdín. 
   Joselito y el ganso se encantaron con el caserón. Tenía muchos cuartos, estancias con colchones de lo más cómodos, una cocina espléndida, un luminoso patio andaluz para bailar hasta el hartazgo sin ser molestado, y un establo lleno de caballos lindos, corpulentos y amaestrados. 
-        ¡Qué maravilla y qué felices seremos, amigo ganso! –exclamó Joselito celebrándolo con su mascota artista. 
   El ganso graznó satisfecho y supo que serían felices, pero lo que no supieron es que tanta intimidad se torciera en aislamiento y que al final lo único que prefirieran fuera estar no tan apartados de la existencia; ya que siempre era saludable tener algo de vida cerca. Joselito silbó doce veces y tocó uno de los tréboles que le dio el individuo y apareció el hombre canijo igual de vestido de verde y comportándose con esa pasión incomprensible. 
-       Unnn tun tunn...! Unnn tunn tunn...! ¡Estoy de nuevo, pues me has convocado tú! –les anunció con esa gracia extraña y misteriosa. 
    Joselito le pidió de favor que rompiera ese conjuro y el hombre canijo lo disolvió trayendo problemáticas consecuencias y provocando que Joselito fuera niño para siempre, marchitándose la flor sobrenatural. El ganso, en cambio, permaneció en su figura. Esto hizo llorar a Joselito que antes de echar pestes contra el hombre canijo, él mismo, de repente, en una ola de humo, se volatilizó. 
-        ¿Dónde ha ido a parar? ¿Dónde ha ido a parar? –preguntó Joselito al no estar delante de ellos el hombre pequeñajo. 
   Joselito y el ganso no descansaron en cuanto a andar por la vegetación y se recostaron una noche ante una luna nueva que brillaba con poderío y la blancura de su luz plateaba el acantilado desde donde lo observaban. La luz plata al besar las densas plumas del ganso las encendieron de esplendores y destellos… ¡y refulgieron como un arcón rebosante de riquezas! 
   Entonces el ganso se transformó en la princesa que fue al estar encerrada ella bajo un conjuro que la cambió la presencia. El niño al verla supo que era su madre y que desde pequeño se la arrebataron, cosa que por la condena que sufrió no se acordaba. El infante abrazó a la madre y conminaron no volver a separarse como hace años, regresando al principado del que venían y reinando de nuevo en sus legítimas y hermosas tierras. 

 

                                           FIN

 


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