La paloma y el emperador

Harto tiempo atrás a una princesa convirtieron en paloma. Las plumas y la soledad fueron su abrigo durante el tiempo que se posó sobre los tejados y las torres del que fue su castillo. No había amanecer que no se posara sobre la almena de la ventana que tenía enfrente que daba con la habitación del príncipe que eran vidrieras de colores que arrancaban la luz matutina como en el resto del castillo que era de dimensiones inimaginables y ostentosas, cubiertas de vidrios de centenas de resplandores. 
   El príncipe se le quedaba mirando ciertas veces, pero no era posible que le reconociera ni aun con el collarín que colgaba de su fino y pequeñísimo cuello de ave, y parecía que poco la echaba de menos al llevar a su alcoba a otras criadas y sirvientas. La paloma tristona aleteaba imperativamente y no servía para dar pistas al hijo del rey que no daba cuenta de que esa ave fue su prometida, pendiente de sus cosas. La paloma veía de la forma en la que se cambiaba el joven y arrullaba con nostalgia cuando deseaba besarle y abrazarle. 
   Eso sumía en depresión e impotencia a la princesa que corría a volar hacia el mediodía hacia los bosques que lindaban con el castillo. El rey del mismo siempre se hallaba ausente con su mujer, entregados a las fiestas de otros nobles y reyes, pendientes de la caza y los banquetes, casados con el bienvivir y la holgazanería. Y el príncipe, de todas maneras, era el único que se preocupaba de hacer cambios o de ocuparse de los consejos y reuniones reales de las que se debería de preocupar el haragán padre. 
   La paloma muerta de penuria volaba por las arboledas de alrededor como apunté y, desde la hora del almuerzo hasta el frío anochecer, se entregaba a buscar nidos cómodos, pues desde que era animal no dio con la solución para desencantarse e intentaba que el despiadado frío y otras bestias nocturnas no la mataran. Aquel mal de ser paloma se lo provocó un embrujo que pesaba sobre ese lóbrego bosque al flotar un aire maldito que a todo aquel que le tocara le afectaba.
   Por dicha cuestión, la mayoría de animales que merodeaban fueron antes donceles o doncellas u hombres y mujeres libres que al incidir ese aire en ellos les convirtió en lo último que deseaban ser. Muchos se preguntaban el remedio para escapar del horror y en especial la princesa que siendo paloma incuestionablemente buscaba las formas de volver a ser la hermosa joven que fue. 
   La paloma echaba de menos al príncipe y se torturaba con el hecho de no poder corresponderle. El ave volaba de torre en almena y de muralla en tejado y pasaba por el patio por el que tanto jugó con su príncipe, con el que se besó por los pasillos del castillo, con el que compartió cenas y banquetes en la sala de los reyes, y sobrevoló los torreones más simbólicos. Cada vez que veía al príncipe comiendo, en una reunión con los monarcas, saliendo a cabalgar por los floridos jardines lloraba y deseaba tanto retroceder en el tiempo, pero eso no era posible. 
   La paloma, al llegar la primavera y deshelarse el hielo y la nieve, conoció a una pareja, a otro palomo y sin quererlo con los días se enamoró perdidamente del ave, olvidando casi su antiguo esposo. Durante los próximos meses se deleitaron y se alegraron de conocerse y compartir momentos tan bonitos. Las pareja hacía todo tipo de planes juntos y siempre se posaban sobre la casa de un buen vecino, de un humilde pastor que vivía al lado del castillo, que les tiraba migajas de pan y picándolas las aves con hambre y gratitud.
   Con la pronta llegada de octubre emigraron las palomas hacia tierras lejanas más al sur. Al llegar a un peñasco, tras un largo y ventoso viaje, atalayaron sierras y frondosos valles, amaneciendo con los primeros albores del día. Entonces la paloma se dio cuenta de que no tenía ante ella a un palomo del montón, sino a un emperador que cayó maldito por ese embrujado aire y que ahora recuperaba su verdadera imagen al igual que ella. 
   El emperador le dijo que lo que veían eran sus dominios y la princesa vivió un tiempo con él en su magnífico y enorme palacio de cuarzo y oro. Terminaron ambos por esposarse, olvidando al anterior príncipe y lo gozaron rodeados de salud y riqueza felizmente hasta el final de sus vidas. 

                                               FIN

 

 

 


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