Hace mucho tiempo en un reino lejano, un príncipe andaba solo por una arboleda, cuando observó que frente a él había una seta. Pero no era normal, era especial y única, como nunca viera antes. Esa es la razón que le hizo pararse.
- La cortaré y me la llevaré –dijo, sacando un cuchillo y cortándola-. Me la tomaré lo antes que pueda, con cualquier plato estoy seguro que irá bien.
Poco después se cruzó con un gnomo que silbaba al desencaminarse hacia su palacio. El gnomo le dijo entre silbidos: - Príncipe, tened cuidado con esa seta. No es una seta como el resto. Debéis tener precaución. Cualquier fallo, sin excepciones, sería terrible.
- ¿Por qué?
- Porque es una seta distinta, no como el resto, no como todas las setas que conocemos y probamos. Esta seta no la podéis comer de ninguna forma. Si lo hacéis podríais morir casi seguro por muy bien que la lavarais y la cocinarais.
- ¿Es venenosa entonces?
- No, o quizá no con peligro de intoxicación...Es una seta que sirve para resucitar a los muertos. Por tanto, debéis tener cuidado.
El príncipe agradeció el consejo y dejó al gnomo silbando y no le volvió a ver… jamás. Los años sucedieron y contrajo matrimonio con una tierna y dulce princesa que le prendó y le robó enamoradamente el corazón. Fueron felices por mucho tiempo y tuvieron muchos hijos, todos ellos sanos y fuertes. Pero, lamentablemente, la princesa cayó enferma y murió por una fuerte gripe. La enterraron en el cementerio ajardinado más importante, a un lado de torreones grises y negras mazmorras.
Todos los días el príncipe la llevaba flores. Sin embargo, recordó las palabras del gnomo y se acordó de las setas resucitadoras. Sin que nadie se enterase, con ayuda de sus hijos varones; exhumaron la lápida de su madre. Su padre les había prometido, sin excepciones, lo imposible. El cuerpo de la princesa muerta estaba pálida y yerto pero, por suerte, no se había descompuesto totalmente.
El príncipe le abrió la boca, y cerrando la mandíbula, la metió una de las carnosas setas. La princesa, de repente, retomó color su cara, se encendieron lozanamente sus mejillas y pómulos, y abrió los ojos respirando jadeantemente, como si le costase respirar, como si se fuese a ahogar. Y, por suerte, la princesa resucitó. El príncipe guardó como un tesoro las setas que le quedaban, y bien que hizo. Los padres, reyes de distintos y grandes reinos, se alegraron sobremanera y el matrimonio fue para mejor.
Los hijos intentaron cuidar a su madre, pero estaba tan fuerte que era inútil hacer que se sintiese aún mejor. El príncipe tras el sufrimiento y la alegría de ver a su mujer en condiciones, se iba pillando más de ella y cada día su corazón ardía más de deseo… más de deseo y amor. Sin embargo, la princesa, era todo lo contrario ahora, y con el paso del tiempo repudiaba y repateaba más a su pesado e indeseable marido. No podría aguantar por mucho a esa pelmazo cargante que no dejaba de atosigarla y molestarla.
Intentaba evitar salir con él a pasear, evitaba tener contacto, no quería pasar demasiado tiempo a su vera, le evitaba a solas y en su dormitorio, le esquivaba incluso por pasillos y alcobas. Siempre que él le ofrecía salir a cabalgar y aliviarse… ella ponía como excusa que estaba cansada y que en poco se haría de noche; y así, se mantenía siempre esquiva, sin ganas, sin cuerpo de estar con el esposo, de darle lo que le tenía que dar y de vivir la vida pegada a sus hombros.
Una vez, fueron los príncipes a alta mar con sus hijos, con la mujer y con viejos marineros del reino de su suegro. Los hijos observaban el agua infinita, mientras su padre intentaba atisbar una costa cercana, pues llevaban horas navegando y la noche iba a caer. De repente, no sé cómo se las ingenió la princesa, y malévolamente, arrojó a su marido por la borda del barco con la ayuda de unos marineros traidores y las furiosas olas de lo tragaron.
El hijo menor, el único que no permanecía en proa con sus hermanos, pilló a su cruel madre con las mano en la masa. Habló con el fiel guardia de su padre, el único entre todos los de la tripulación, y fueron en busca de su padre sacando una flota de más atrás. Los otros no se enteraron, ni siquiera casi todos los marineros que cuidaban laboriosamente del barco, ni el mismo capitán que lo timoneaba. El guardia y el hijo pequeño encontraron al príncipe, pero, sin embargo, ya estaba muerto. Le subieron a la barquita que se zarandeaba por las olas. ¡Casi estuvo a punto de caerse!
Al subirle, el hijo pequeño se acordó de las setas que tenía su padre. De manera que tanteó tejido hasta que las encontró en un bolsillo de dentro del jubón verde y de hebras de oro. Le abrieron la boca entre ambos y le metieron las setas que faltaban, menos una. Y el príncipe, por suerte, abrió los ojos, tosió mucho y volvió a la vida. Por otra parte, la princesa no tardó en llegar al reino de su padre (pues ahí moraban ahora) y le mintió contando que su esposo había salido a pescar desde fuera del barco y las olas le ahogaron.
Su madre, la reina, no quiso ni saberlo; y su padre, el rey, consternado y chocado por la negra noticia, respondió: - Era un buen hombre, no sé cómo ha podido llegar a pasar. Pero, es indiferente, a todos nos puede tocar un mal fario. Lo siento, lo lamento por mucho, hija mía.
El príncipe días más tarde se presentó con su hijo pequeño ante su suegro, el rey. Éste al reconocerles, dijo atiborrado de asombro: - Creía que habíais muerto, que en alta mar habíais caído, cómo… –se le atascaron las palabras en la garganta.
- Mi esposa, vuestra hija, la princesa, me arrojó junto con alguno de vuestros marineros al mar, y por suerte –enseñó la seta que le quedaba-, gracias a las setas que revivieron a vuestra hija por mi parte, esta vez me han podido resucitar mi hijo pequeño y mi fiel guardia.
Luego el príncipe le contó todo lo ocurrido con pelos y señales. El rey fastidiado: llamó a su hija y mandó que la desterraran de su reino por siempre (incluido los marineros traidores). Nadie, sin excepciones, se quejó o levantó la voz. Luego por el disgusto que se llevó, a éste rey le dio un infarto y murió. Pero, el príncipe; utilizando la última seta que le quedaba se la metieron en la boca y la vida volvió a él, como retorna la luz en la oscuridad.
Tan agradecido quedó, que se esposó luego con la hermana menor de su antigua esposa, una mujer buena y sincera, y tuvo más hijos que fueron hermanastros de sus otros hijos.Los cuales, para asombro, hicieron buenas migas.
Los reyes de ambos reinos mantuvieron mejores relaciones con los meses. Y así el príncipe con la visita de sus padres y con el buen carácter de su suegro, pasó alegremente el resto de su existencia. Y el pequeño, el hijo que le había ayudado tanto, por causas desconocidas, al morir su padre que ya era rey, heredó la corona.
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