La pulsera excepcional
En la orilla de un viejo lago en medio del bosque jugaban dos primos con una pelota. No había viernes que no se juntaran para pasarlo bien al tener sus hogares al lado. Sin querer, mientras jugaban, la pelota fue a parar al agua donde una ondina la atrapó y les amenazó: - Si lo que deseáis es que os la devuelva no os quedará otra que entregaros a mí.
Los niños amaban su pelota, pero con clara preferencia intentaron escaparse. La ondina que tenía los brazos famélicos, largos y duros como las raíces de un árbol les agarró con maledicencia a los jóvenes que no se libraron. Los primos tuvieron que trabajar para la ondina tiempo indefinido. A los dos primos les dolía hasta las manos de todo las que las utilizaban; lo único que les alegró es que uno de ellos encontró una pulsera.
Uno de las primeras obligaciones en cuanto a tareas que encomendó a los jóvenes fue que le pescaran todo tipo de peces y si olían a fetidez las prefería. Los primos se pasaban de sol a sol buceando y pescando a duras penas. Si tardaban más de lo que la criatura estipulaba, les tiraba la maligna una piedra al fondo, dándoles más de una vez y ocasionándoles algún que otros cortes y heridas.
Lo que les alegró fue que uno de los primos se encontró con una pulsera que les dejó alucinados. Era preciosa, de oro puro, parecida a la que lucían los príncipes y los reyes. La pulsera tenía varias piedras preciosas incrustadas en el reborde de la joya que al palparla sentías como si gobernara sobre el material una fuerza poderosa, inexpresable.
- Esto lo vendemos en cualquier ciudad de paso al irnos de este horror y con eso iremos tirando hasta reencauzar nuestra vida –dijo el primer primo.
- ¡Ojalá que tengamos la suerte de librarnos de esto! –razonó el otro con la moral baja antes de acostarse en la playa cienosa.
Por las noches los primos lo pasaban fatal y se resfriaban todo el rato al dormir de cualquier manera en la orilla y al no tener ni una toalla para secarse, ni jabón para lavarse o repuesto de ropa para cambiarse. Siquiera apenas comían si no eran los restos no apetecibles de algún pez contaminado que rebañaba mal la criatura.
La ondina, después de unos meses de presionarles con las primeras y sobrehumanas labores, empezó a dar a uno de los primos una hachuela mal afilada para que recortara diariamente las ramas de las arboladas de las orillas; al otro le proporcionó un palo largo para que matara o aporreara hoscamente a las aves que se posaban por los alrededores del lago. La ondina no les daba más que caracoles podridos para comer y agua contaminada para beber, y cada día estaban más enflaquecidos.
En esa parte del bosque el sol apenas llegaba y se pasaban los primos día y noche sin luz, sin escuchar el gorjeo de los pájaros o el rumor del viento. Acabaron tan hartos que movieron cielo y tierra para irse cuanto antes de ese suplicio. Los dos primos, con denuedo, hicieron lo posible por huir.
Como alrededor del lago apenas había espacio entre los árboles para salir, tuvieron que hacer mano de las ramas que fueron apilando y tejieron una cuerda con ello para escalar hacia las copas y pasar al otro lado. De primeras surtió efecto, pero antes de que uno de los primos que iba segundo sobrepasara finalmente la copa, las interminables y pálidas manos le aferraron una pierna bajo oscuras maldiciones.
El joven pataleó, se consiguió librar y los dos primos corrieron bosque adentro, pero la maligna ondina dando dos diabólicos y prolongadísimos saltos les alcanzó. Uno de los primos utilizó la liana para atarla. La ondina les esquivó y los chicos pudieron de nuevo escaparse por poco.
De todas maneras, la criatura que descubrió los pasos húmedos y marcados de los primos en la tierra les volvió a dar alcance. Y faltó poco para que la ondina les matara ahogándolos en una charca cercana al dar dos terroríficas zancadas y cortarles el paso. Por ventura, consiguieron separarse de ella.
Uno de los primeros sacó la extraordinario pulsera que se encontró en el lago. No dudó en ponérselo y al rozar a su compañero se volvieron ligeros como hojas y una corriente de aire les arrastró lejos de la ondina que se puso a gruñir y a condenarles al ver que se distanciaban de su posición al haberles tenido tan inmediatos.
Los dos primos deambularon siempre cogidos de la mano para que el efecto de magia de la pulsera excepcional funcionara con eficacia. Durante las horas nocturnas los primos anduvieron tanto que se sentían rendidos. La cruel ondina les pisó tanto los talones a los compañeros (por su envidiable olfato) que las claras centellas de luz del amanecer la fulminaron.
Los dos primos así vencieron a la ondina, los pájaros volvieron a cantar por el lago, el bosque respiró la paz de antes, y los dos primos años más tarde al formar sus familias fueron cuentos que no dejaron de narrar a los hijos, conservando la increíble pulsera que la guardaron de demostrable recuerdo.
Los dos primos así vencieron a la ondina, los pájaros volvieron a cantar por el lago, el bosque respiró la paz de antes, y los dos primos años más tarde al formar sus familias fueron cuentos que no dejaron de narrar a los hijos, conservando la increíble pulsera que la guardaron de demostrable recuerdo.
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