Fruno

Había una vez un pruno que era el único del bosque que tenía la cualidad de hablar y de andar, pero le ocurría cuando era de día, puesto que bajo la luz de la luna se mostraba inerte y sin movimiento como cualquier otro de sus semejantes. Cuando era de día el árbol iba de un lado a otro de sus proliferas tierras y quedaba largo rato sorbiendo y bebiendo con su ancha boca de los ríos y charcas. Dicho lo cual, le agradaba alimentarse con las frutas que caían en la hierba y otras variedades de semillas. Fruno no se relacionaba con los suyos al ser mudos e inexpresivos todos y no tener nada que decirse con ellos. 
   El árbol siempre solía meditar en alto en sus paseos diurnos: - "¡Caray! Mejor solo que mal acompañado. Y es cierto. No necesito a demasiados acompañantes para no sentirme solitario y desafortunado. Me alegra que las aves se relacionen y se posen sobre mí, y en el fondo son con las que más trato." 
   Y la verdad es que Fruno tenía razón y era casi solitario por naturaleza y para no haber dependido nunca de nadie no le había ido tan mal. Era curioso ver cómo durante las mañanas soleadas paseaba levantando los pies que eran raíces y moviendo sus brazos que se hacían llamar ramas. Fruno tenía dos ojos grandes, nariz mesuradamente puntiaguda, y su voz se oía gutural y bondadosa. Con los únicos que mantenía contacto, como apuntó el árbol, era con los pájaros cantarines de las arboledas de alrededor y de los vecinos bosques. 
   ¡Era fascinante verlos! Montaban Fruno y los demás cantantes conciertos por todo lo grande y durante los inicios de la primavera era cuando más se celebraban esta suerte de conciertos al rebrotar las flores en el entorno y llenarse de un paraíso de colores que enamorarían hasta a un daltónico. Los pájaros se posaban sobre el ramaje y en la verde copa de Fruno y piaban, trinaban y gorjeaban con devoción y pasión. 
   Lo que a Fruno le mortificaba eran las tediosas y aburridas noches en las que no podía mover ni un solo brazo de madera ni abrir la boca para decir algo por mucho que quisiera hasta el eterno amanecer que le llenaba otra vez de esperanzas y de vida. Por las noches procuraba dormir, pero como era un árbol propiamente dicho le costaba demasiado y no llegaba a más que a un par de cabezadas.
   A Fruno le deprimía esa cuestión y los largos inviernos, pues era el período en el que los pájaros cantarines y el resto de aves emigraban a otras tierras más cálidas hasta la próxima primavera. Y eso le privaba al pruno de la única compañía que tenía y en la estación se sentía abandonado y descuidado. En esas temporadas Fruno no dejaba de recorrer los bosques en busca de otro árbol viviente, pero todos permanecían quietos y sin decir ni pío por mucho que probara a hablar con ellos con ingenuidad. 
   Fruno echaba en falta la luz del sol y no le gustaban las noches de la estación al pasar demasiado frío y al sentir tiriteras por estar tan parado y no poderse mover. –Estoy harto de que cuando anochece no pueda mover ni una sola raíz –rezongaba el pruno durante las madrugadas más frías-. No hay derecho a que pese sobre mí esta calamidad. 
   Como en la oscuridad nocturna el fresno viviente se quedaba paralizado y medio adormilado, una vez se llevó una sorpresa que nunca menos esperaba. Y es que, al despertarse, antes del amanecer se encontró que varios hombres echaban tierra sobre sus salientes raíces y lo replantaban en la tierra pensando que alguien lo habría arrancando de la hierba. 
   Al ser de noche no podía Fruno ni suplicar que pararan ni tampoco escaparse de ellos. Ante su personal imposibilidad, ante su inevitable quietud, no tuvo más opción que desistir y resistir. – “¿Por qué no me dejarán tranquilo ¿Por qué me he expuesto? Debí de haberme metido bosque adentro", pensaba el pobre árbol al borde de la desesperación y temiéndose que quizá lo plantaran tanto que no pudiera desenterrarse por su misma voluntad. 
-          Pobrecillo. Seguro que algún canalla ha intentado robarlo -dijo uno de los hombres de campo, pues eran rudos, diestros en temas de jardinería y con manos grandes como cachiporras-. ¡Caray! ¡No hay derecho que hagan estas salvajadas!

-          ¡Ha debido de ser idea de varios, seguro! Ni que fuera un gigante el que lo ha hecho –supuso el de al lado-. Este pedazo de pruno es de los más grandes que he podido ver, y encima tiene un tronco de todo menos estrecho.  

   Los demás en silencio no paraban de echar abono sobre las raíces y otros cavar más hondo para meter a Fruno bien dentro del suelo. La mala coincidencia fue que los fuertes hombres de campo ejecutaron el laborioso trabajo antes de que descollara el sol no pudiendo el preso salir corriendo y remediarlo de alguna forma. Para cuando amaneció los plantadores se esfumaron y Fruno se encontró con serías dificultades para librarse de su situación.    Durante horas el pruno no encontró el modo de sacar una raíz al aire y se sentía agobiado, carente de libertad, hasta que llovió y la tierra se ablandó y consiguió salir de la tierra. Fruno supo luego, al cabo de los días, que esos hombres eran una minoría que solo quiso ayudarle; no como la mayoría de los humanos que habían talado más de media selva y no paraban de serrar a los vulnerables árboles sin ningún detenimiento. 

-          “Tantas gracias tengo que dar por tener la capacidad y el don de andar y de moverme. Ya muchos de los míos lo darían todo por ser como soy yo –se decía el pruno aquellas mañanas cuando se despertaba ante las tenues caricias del sol-. Ojalá que nunca me coja ningún hombre malo y me corte en dos. Habría que hacer lo mismo con ellos para que supieran lo que sufro y sufren los míos... ¡El karma les dará su merecido!” 

   Fruno no dejaba de estar atento durante las noches aún casi ganándole el sueño y por el día cuidaba de no frecuentar campos, praderas y zonas abiertas por si alguien le descubría. Si eso le llegase a pasar alguna vez al pruno sería su total acabamiento. Hubo un mediodía que diluvió, más que nunca antes, al final del invierno. Fruno presentaba un aspecto menos radiante y vistoso al haberle arrebatado el frío su abrigo de hojas y mostrarse explícitamente desnudo.
   El agua caía con tanta fuerza que a Fruno le dolían hasta las ramas de lo impertinente que le golpeaba la lluvia que se arrojaba en torrentes desde el cielo nublado. Al pruno le vino bien para remojarse y reponerse al estar algo seco. Fruno, sin verlo, antes de llegar a las arboledas donde solía reposar, se metió en un fangal y las raíces se le quedaron atrapadas en el espeso y hondo lodo. Por mucho que quiso librarse del inconveniente no hubo modo de que se desembarazara de ello.
   Unos enanitos que a media tarde iban a las montañas se quedaron estupefactos mirando a Fruno anclado en el lodo. El pruno: les rogó que le sacarán. Los pequeñajos como nunca vieron hablar a un árbol, pues no se atrevieron y se esfumaron todos menos a uno que se le quedó la barba atrapada a una rama. El enano, al ver que no la desanudaba, se desesperó y lanzó un puntapié y maldijo, cayéndosele el gorro: - Maldita... ¡Maldita sea este dichoso trozo de madera! ¡Casi me rompo el pie por la tontería! 
-          Toma tu gorro que se te ha caído aquí –y cogió Fruno el gorrito rojo-. ¡Oh…! ¡Lo tenía sobre la copa casi! Sí que tiene pinta de abrigar. 

-          Si que ha parado lejos –dijo el enanito-. Y a la vez es un gorro de tela gruesa, pues al vivir en la montaña, en las cumbres más altas, hace bastante frío y necesitamos ir bien equipados.    Fruno, sin saber el porqué y de manera inconsciente, supo que todo en lo que pensaba al tocar ese gorrito se cumplía, y como pensó en que sus ramas tenían frutos, se cubrieron las mismas de frutas de lo más variadas y ricas, al igual que pensó que salía de aquel fangal, y así fue. El árbol pidió por favor al enano que le dejara el gorro, y el enano se negó. A Fruno le fastidió de tal manera que fue tras ese asqueroso pequeñajo para aplastarlo y le persiguió espesura adentro hasta que perdió al enano de vista. 

-          “Quizá no ha estado bien cómo he actuado –se dijo Fruno al llegar a un claro verde y despejado-. Tampoco le importaba mucho prestármelo. A fin de cuentas los enanos les sobran los gorros. Será por gorros. ¡Doy por seguro que tienen cientos en sus cobijadas minas! 
   Fruno se paró al lado de un río y se remojó las ramas y la cara y se encontró una ninfa bañándose y jugando con unos peces que saltaban desenfadadamente sobre sus palmas. El pruno quiso preguntarla la dirección para regresar a los campos que de joven le contemplaron crecer y se quedó largo tiempo en silencio viendo como no dejaba de jugar la bella ninfa con los peces que parecían comunicarse con ella en un peculiar lenguaje. Cuando el árbol andante le hizo la pregunta, la ninfa no supo responderle y resolver su desorientación, pero sí que le acarició los ojos que fueron más bonitos que los que tenía y le besó en el tronco y éste creció unos pies más de altura.
   Con las bendiciones que le brindó la ninfa, Fruno se desvió algo hacia el sur y pasó por la caverna de un hombre lobo, que gemía y roncaba, y la rebasó aprisa antes del anochecer para evitar riesgos, metiéndose por unos barrancos en los que tuvo que esconderse de unos gigantes de piedra que casi le aplastan al derribar una cumbre en la que cogían hielo y nieve para arrojarse entre ellos. Sin darse cuenta, Fruno atravesó varias gargantas y recorrió por dentro de su país innumerables acantilados y valles llenos de verde espesura. Eso le dejó durante varios días andando por lagos donde se dio más de un chapuzón y donde repuso fuerzas.
   Más adelante, durante el dorado atardecer, Fruno se quedó quieto delante de una casa angosta y oscura en las profundidades de unas copiosas selvas que limitaban con las tierras que rebasó. –Qué inmensas ganas tengo de que el invierno llegue a su fin y que se acaben todas estas desventuras. Echo de menos a mis amigos de los cielos; echo de menos sus reconfortantes y maravillosos cantos y… –empezó el pruno que dio otro trago de un charco que se encontró a medio camino frente al tétrico hogar que tenía delante.  
   Antes de acabar la frase, Fruno vio que de la puerta de la casa, salía un hombre enchepado de prominente nariz, con unos ojos negros, una boca grande, con dientes cortantes como agujas. El viejo se sujetaba sobre un bastón que al tocar la hierba perforaba la tierra dejando visibles y prolíficos boquetes. Fruno se mantuvo pasivo para que el susodicho, creyese que era un inmóvil árbol más. 
   Dicho lo cual, el viejo pasó a dos palmos del pruno y, examinando las raíces dijo con una voz aguda y decrépita enseñando la hilera dientes de su asquerosa boca: - ¡Qué extraño! ¡Tiene las raíces fuera! ¿No es curioso? ¡Caray! Da la sensación de que son piernas en vez de raíces. Lo voy a utilizar para la leña. ¡Tengo a muchos animales que quemar! 
  Fruno se asustó y, cuando quiso efectuar un movimiento rápido para salir corriendo, el viejo sacó un hacha de entre sus ropas y con un fuerte golpe cortó una de sus más largas raíces. Entonces el árbol gimió y gritó dolor con una mezcla de pena y se movió, sin evitarlo, por el brusco golpe. 
-          Pero… –dijo el señor viejo mostrando un rostro descolocado y horrible-. ¿Quéé demonios...? ¿Quééééé eres? 
   A Fruno no le quedó otra opción que sincerarse con el poco agraciado viejo y contarle sus problemas, su verdad. El hombre se presentó más amable y correcto que hasta ahora, diciéndole que era convidado a su morada y que sentía el miembro que le arrancó al árbol, que era una rama, pero para un pruno como él era como si a un humano casi le arrancaras una pierna. 
   Fruno, al no tener posibilidades de tomar otra salida, aceptó la invitación del extraño. No mucho más tarde estuvieron dentro de la casa del viejo que era un lugar hediondo y tenebroso. Fruno aguantó las horas que quedaban del día, pero no previno que la noche vendría pronto y entonces… Entonces se dejó llevar y el oscuro encantador fue muy simpático con él, tertulió, le ofreció agua fresca de un pozo que al árbol le supo a gloria acostumbrado al agua sucia de los alberques, y le contó el tétrico hombre una serie de historias que divirtieron cuanto menos al pruno. 

   En cambio, como apunté en anteriores líneas, la noche sobrevino antes de lo imaginado y para cuando Fruno lo pensó se quedó el árbol paralizado de nuevo. Al ser de noche recientemente no se veía ni una sola luz alrededor de no ser por las velas que había en torno al comedor del conjurador donde un importante fuego de leña ardía.

   Un hedor potente y rancio llenó el aire de una manera repugnante. Lo que más le chocó a Fruno es que sobre la lumbre ardía una montaña de animales torturados y muertos ahora que se fijaba bien. El oscuro encantador se quedó mirando la manera en la que ardía el fuego y sin embargo se mantuvo en silencio cuando minutos antes tan buen anfitrión se mostró. En el momento en que el árbol iba a hablar las velas sin más se apagaron, y Fruno cuando quiso moverse helado por un mal presentimiento, no pudo por muchos esfuerzos que hizo.
   Y el encantador fue con maldad arrancándole trozos de la corteza del tronco, sordo ante las súplicas y gritos de dolor internos del lastimado pruno que en verdad enmudecía, y le fue partiendo muchas de sus docenas de raíces y las utilizó para dar más fuego a la pila de cadáveres animales que humeaba ya y ardía salvajemente. Entonces, cuando Fruno vio que su final pasaba ante sus aterrorizados ojos y el conjurador no paraba de reír en la oscuridad y de seguir dañando al pruno, empezó a amanecer y en poco emergió un sol radiante y poderoso. 
   Se escucharon cientos de trinares y canturreos que indicaban la llegada de los pájaros cantarines amigos de Fruno, que ante la llegada de la primavera, regresaban con regocijo y señorío a sus natales tierras. Los pájaros buscaron durante unas horas al árbol viviente y supieron de su paradero por las huellas inconfundibles que fue dejando el pruno durante sus recientes desventuras.
   Como esas huellas acababan en la casa del encantador oscuro ahí se dirigieron las bandas de aves, durante el amanecer, al correrse la voz de que Fruno se hallaba atrapado en ese paradero. Irrumpieron los salvadores en el tenebroso hogar del malhechor y olas de luz mañanera limpiaron la oscuridad cerrada y, el conjurador que torturaba aún al pobre árbol y masticando de los animales achicharrados que abrasó, se desintegró al no poder soportar la claridad del sol que entraba a raudales por los agujeros que hicieron los pájaros con los picos, liberando así a Fruno. 
   Desde ese día el pruno y las bandas de pájaros cantarines montaron un lujo de conciertos por el bosque y los campos de los alrededores y fueron muchos los asistentes que no se lo perdieron, entre ellos yo que os cuento este cuento. Y Fruno no pudo nunca olvidarse del gorrito de ese enano que nunca volvió a ver.  FIN

 

 

                                        

 

 

 


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