La rana Esteban

Hace años vivía un campesino viudo con un hijo que solía escaparse mucho para disfrutar de aventuras, porque era un aventurero como casi ningún otro conociera el mundo. Al pequeño le conocían con el nombre propio de Esteban. Siempre que podía salía el chico a descubrir nuevos escondrijos por los alrededores, pero hubo una vez que fue más allá del bosque que se extendía frente a su casa y, cuando menos lo creyó, se encontró con un nido vacío y dentro vio que había una pulsera.
   "¡Qué interesante! –se dijo-. No tiene pinta de ser una pulsera cualquiera. Me la voy a quedar."
   Al ponérsela se dio cuenta Estaban que tenía la increíble capacidad de dar saltos tan prolongados que incluso podía llegar a las copas de los árboles más altos. De esa manera cada que se iba de casa para jugar o realizaba alguna de sus escapadas habituales se ponía la pulsera para ir dando saltos como un loco allá donde fuera. Un inesperado día se le hizo más tarde que de costumbre, y cuando el joven quiso darse cuenta, la luna asomó y al tener todavía la pulsera puesta irremisiblemente se convirtió en una rana. 

  La pulsera se quedó colgada en torno a su cuello de anfibio y Esteban desesperado y croando y lamentándose profundamente no encontró el camino de vuelta y, dando vueltas y revueltas, se internó cada vez más en el bosque a medida que transcurría la cerrada y misteriosa noche. Pasó por granjas que no conocía y por establos y posadas que no visitó nunca y, la negrura conforme avanzaba, se iba haciendo más profunda y amenazadora y los búhos parecían observarle eternamente con sus ojos oscuros o rojizos, y las plantas murmuraban por no citar las aterradoras exhalaciones del viento que al tiempo que discurrían las horas cada vez era más frío y bravoso: tanto que hacía tiritar a la ranita que se desplazaba lo mejor que le permitían sus débiles piernecillas.

   Esteban se sentía raro considerándose tan pequeñajo y, cuando estuvo más en el interior de esa negra selva, dio con una puerta que había en un árbol. Probó a abrirla y de repente vio que a sus pies se hallaba una llave pero de papel. Cuando la rana la cogió, como pudo, se convirtió la llave en metal al incidir un segundo la luna sobre el objeto y abrió la puerta y dentro del tronco encontró una brújula y como siempre el norte era una dirección que le solía dar buena suerte se dijo que iría por allí. Durante esa imprevisible marcha Esteban esquivó más de un peligro y casi unos lobos le engullen, aunque como era una rana diminuta, verde y viscosa tampoco les interesó a los cazadores hincarla el diente.  
   Al llegar pronto a un estanque notó un aleteo cercano y al alzar la vista la rana Esteban vio a una alondra que le dijo posada sobre una ramita:
   "¡Oh! ¡Oh! Desgracia es la que ha caído sobre ti, pequeño inocente. Sabrás que el nido del que cogiste la pulsera y que te cuelga era de mi nido."
   "¡Croack! ¡Croack! –Aclaró Esteban-. Yo cuando pasé por ese nido no distinguí propietario alguno y pensé que la pulsera no era de nadie... ¡Croack! Por eso mismo me la llevé, pues."
   En ese momento la alondra le dijo que hace años él era un príncipe que vagaba por esos lugares y cuando en la orilla de un río se encontró esa fastuosa pulsera se la puso, y tanto se entretuvo en saltar y en pasárselo bien, que se olvidó de su cometido y se olvidó de que anocheció antes que pronto. Por eso e inimaginablemente se convirtió, sin duda alguna, en un pájaro. La alondra se lo fue terminando de contar mientras le daba algo de comer a la rana. Esteban se sentía con un cansancio tal que no le quedó más remedio que echar una cabezadita y se quedó dormido sin poderlo evitar.
   Al despertar olió a comida y una humareda emergía de detrás de un grupo de árboles. Esteban no dudó en ir hacia allí junto con la alondra que le guió a través de la espesura. Al llegar vieron a una bondadosa maga que removía con un puchero la olla que estaba a rebosar de un caldo que reverberaba.
   “¡Hola! ¿Qué os ha traído aquí? –Les preguntó la mujer con cortesía-. ¿Qué me tenéis que contar? O al menos vuestras caras dicen que me queréis decir algo...”
   Esteban y la alondra le dijeron las tragedias sufridas, lo vivido con anterioridad y respondió la maga con un tono paciente y agradable:
   “Bueno: todo en la vida tiene solución menos la muerte. Si me das, amable rana, esa pulsera que cuelga de ti y me traéis un pelo del ogro que vive en lo alto de ese monte –señaló un monte elevado- lo echaré en esta hechizada sopa y luego os daré el líquido para beberlo y así recuperaréis vuestra forma original.” De tal modo, se pusieron en marcha y antes de lo que previeron ya estaba la rana subiendo la pendiente de ese rocoso monte a saltos y la alondra volando e intentando ponerse a la altura de su compañero para no rebasarle.
  A ambos les costó mucho esas subidas y sobre todo a Esteban que no se sentía acostumbrado a tanto ejercicio a pesar de ser un chico de campo. Por el camino tuvieron más que percances y por poco cae la rana en un agujero oculto por la maleza, pero no se mató, porque le cogió la alondra a tiempo y le elevó por los aires y, antes de lo que pensaron, casi se dan de lleno con un pie grande, nauseabundo y velloso. El fétido ogro estaba comiendo y era grande y horrible. Gruñía y mordisqueaba un hueso casi del todo rebañado y a veces tarareaba canciones malsonantes para sí mismo. 

   Tuvieron que dar un gran rodeo en torno a esa criatura gigante para que no fueran descubiertos. Y el ogro sin querer casi aplasta a Esteban al apoyar el brazo y a la alondra casi le pisa al acomodarse la criatura un momento al intentar conciliar el sueño, pues estaba a punto de echarse una siesta.

   A Esteban de pronto le dio un tirón en la pata y tuvo que retirarse del lugar y lo dejó en manos de su compañero que al volar sobre la cabeza del ogro, pues no encontró otra solución, le arrancó con el pico un pelo de su ralo y pobre cabello y el grandullón se encolerizó tanto al darse cuenta, que fue a por ellos arrancando raíces, partiendo árboles y destrozando todo lo que se encontraba en medio de su camino, gritando y voceando sin parar. A Esteban que croaba y la alondra que volaba se pusieron de acuerdo en buscar pronto un escondite y, de tal modo, la alondra cogió en volandas a la rana lo mejor que le permitieron sus finas patitas y se escondieron tras las gruesas ramas de un enebro y el ogro pasó de largo y al final desapareció detrás de esas frondosas arboladas.
   Esteban aún no salía del susto y la alondra se sintió igual y guardó mejor aún en su plumaje el cabello del ogro. Después de perderse por esos montes y esos bosques durante varias horas antes de que cayera la noche vislumbraron que una luz tenue brillaba más allá de la fronda. ¡Oh! ¡No! Les dio un vuelco al corazón y pensaron que podía ser un enemigo, ¡o el mismo ogro de antes!
   Antes de asustarse más supieron que era la maga y la dieron el cabello y ella elaboró una pócima verde y gaseosa que bebieron y, en menos de lo que canta un gallo, Esteban recuperó su condición humana y la alondra se reconvirtió en el príncipe que verdaderamente era. Más tarde, Esteban recibió mucho dinero de ese príncipe que viajó a su lejano reino y con esas riquezas sacó a su padre campesino de la pobreza y vivieron rica y dichosamente, y la maga en adelante se hizo amiga de ellos.   FIN

                                                   

 

 


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