Paulina y las fresas de la musaraña

Érase una vez una madre que tenía hija y era hija única y trabajaban recogiendo fresas para vendérselo a los freseros del país, pues era un país muy pequeño y era de extenso lo grande que era el arco iris que lo abarcaba. Y he aquí, últimamente, venía una musaraña y se ponía a comer de las fresas con bastante caradura. Le dijo, tras lo visto, la madre a la hija, que la niña tenía el pelo del color del oro, era bella y benévola de alma, y con una sonrisa que encantaría hasta al sol:
-          ¿Por qué tenemos tantos ladrones por la zona? ¡Narices! ¡Paulina ve al huerto y echa a ese animalillo!
   Y va la hija al huerto y le dice a la musaraña: 

-          ¡¡Ffffussss, fusssss!! ¡Fuera! Ya vale de comerte todas las fresas. ¡Fuera!
   Y dice la musaraña: 

-          ¡Espera! ¡Espera! ¿Quieres niñita que te lleve a mi hogar? ¿Te apetece? Pues súbete encima de mí. ¡Vamos!
   Pero Paulina no quiso. A la mañana siguiente la madre le dice de nuevo a la hija que eché al animal. Y Paulina vuelve y se encuentra a la musaraña desayunándose las fresas. 
   Le dice la niña otra vez: 

-          ¡¡Ffffussss, fusssss!! ¡Fuera bribón! ¡Ya te lo avisé ayer! Ya vale de comerte todas las fresas. ¡Fuera!

   Contesta la musaraña con pachorra: 
-          ¡Vente, niñita! ¡Venga vente! Móntate en mi rabito y te llevaré a mi hogar. ¡Vamos!
   Pero Paulina se negó. Al tercer día vuelve todavía el animalito y termina de comerse los fresones que faltaban. Dice la madre a su hija: - ¡Es una pesada esa musaraña! ¡Ay! ¡Ve al huerto y échala por favor, hija!
   Bien llegado al huerto dice Paulina con disgusto: 

-          ¡Ffffussss, fusssss!! ¡Fuera! ¡Narices! ¡Ya te lo avisé los dos días pasados! Ya vale de comerte todas las fresas. ¡Fuera! –aunque rápidamente sintió pena la chica durante las últimas exclamaciones. 
   Dice entonces la musaraña con la simpatía habitual: 

-          ¡Vente niñita! ¡Vente! ¡Será divertido! Súbete sobre mi rabito y te conduciré a mi hogar. ¡Venga!
    La niña montó sobre el rabito de la musaraña que era grande como un lince, y la musaraña le llevó lejos, y lejos a su casita, y le susurró cuando llegaron a una especie de espaciosa ratonera debajo de un árbol perfectamente amueblado, y por añadidura, muy acogedora y sí más fresquita:

-          ¡Ahora por favor cocina este guiso! Voy a invitar a muchos para que asistan a mi cumpleaños –le pidió de favor el roedor y se puso Paulina a guisar en la cocina que era tan apretada que ni apenas agachada o de rodillas cabía. 
   Llegaron prontamente todos los invitados y esos mismos invitados que nombró eran en mayoría hámster y conejos y una lechuza plateada hacía de pastelero cortando un soberbio pastel que se veía al fondo de la mesa que estaba llena de comida y se posicionaba al fondo de la ancha ratonera al lado de unos barriles de zumos. Paulina se fijó en que había también una zorra que cantaba y tocaba una guitarra para ambientar el cumple junto con un elfo que efectuaba una danza fantasiosa a su lado. La musaraña al final sacó el banquete y la mesa fuera y las sillas frente al claro boscoso en donde vivía y donde en mitad del mismo había una laguna. 

    Y Paulina y todos los invitados le siguieron y se instalaron al aire libre donde empezaron a picar, a bailar, a reír y a disfrutar debajo del sol y del arco iris que irisaba con belleza. Les encantó lo que les guisó Paulina que a diferencia de su madre se le daba bien la cocina y opinaron que tenía perfecta mano para semejante arte. Pero en el fondo la niña se sentía un poco apartada, sola y estaba triste. Vino la musaraña y le dijo animadamente: 

-          ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Lo has hecho bien, bien! ¡Los invitados están muy conformes y satisfechos! 

-          Me alegro –contestó Paulina con educación y un tono de pena. 

-          ¿Qué te pasa, chavalita? ¿Y esa voz? ¿Y esa cara? ¡Conténtate anda! 

-          Me creía que esto iba a ser más divertido... ¿Cómo sabías que sabía cocinar?

-          ¡Me lo contaron las deliciosas fresas antes de comérmelas! -chillo riéndose la musaraña-. ¡Odio los insectos!

-          ¡Narices! ¡Eso estuvo mal! Ya te vale que nos dejaste sin nada a madre y a mí. A todo esto... ¿y qué más haré a parte de estar entre fogones y hacer de criada? –preguntó Paulina con inconformidad y su pelo frente a la luz exterior lució con poder como un collar de oro. 

-          Entre fogones sólo será por esta ocasión. Te he traído aquí para algo más importante, para algo con más sentido.
-          ¿Para qué? –no supo Paulina cuál era el motivo. 
   La musaraña se limpió el hocico de mostaza y empezó:

-          Cuando cae la noche suele aparecer una bailarina bailando ballet a la luz de la luna cuando el arco iris no está. Y no para de bailar hasta el amanecer que es cuando le fallan las piernas. Cuando sale el arco iris el traje se cubre de plumas y el cuerpo cambia su figura para pasar a ser un precioso cisne y por la vergüenza que siente se esconde por los cercanos bosques hasta que anochece. Hoy lo pasaremos bien por ser mi cumpleaños, pero la semana que pases en mi casita tendrás que coger antes del amanecer las plumas que desprenda el ave y guardarlas dentro de esto… –le dio la musaraña a Paulina una faltriquera que la chavala se ató a la cintura-. Dentro hay varias hadas encerradas y por eso es luminosa. Tendrás que meter una pluma cada día durante los próximos siete antes de que descoye el sol, agitarla y mojarla en el pozo de mi jardín, que es este claro de bosque –y señaló un pocito de piedra y después de varias preguntas le quedó claro a Paulina lo que tenía por hacer-. Y, por último, tendrás que darle a la lechuza de plata la bolsa para que ella se encargue con prudencia de protegerla y bien preservarla durante las madrugadas de los siete días. 

   A Paulina le quedó claro lo encomendado por la musaraña y era indiscutible que esa noche lo pasaron inmejorablemente y que no pensaron en otra cosa que beber, comer del pastel que no paró de servir la lechuza plateada, y de cantar las canciones que tocaba el zorro y de bailar en corro con las danzas que mostraba el elfo carialegre. Los invitados no paraban de gozar y la noche fue tan irrepetible que les produjo lástima que acabara. Y tan entretenidos estaban que la bailarina de ballet pasó como siempre delante de ellos durante la nocturnidad y sin nadie percatarse. 
   Los siguientes días Paulina se encargó de lo que le pidió la musaraña. La niña de cabello dorado se dedicó a recoger las plumas que iba desprendiendo el ave, a agitarlas y a meterlas en la faltriquera (donde las hadas se retorcían como peces), mojarla en el pozo antes de la salida del sol, y cada día de esa semana, así como dársela a la lechuza para que lo cuidara unas horas hasta darle la faltriquera de nuevo antes de amanecer. 
   Más de la mitad de las noches, bajo la luz nacarada de la luna, una bailarina fina, delicada y muy guapa efectuaba una deleitosa danza en medio del claro, moviéndose en torno a la laguna y creando con cada movimiento una paz, una consonancia y una hermosura que daba gusto verla. La musaraña lo miraba todo desde una ventanita de la ratonera donde divisaba aquello con total claridad junto a la lechuza que muchas veces le acompañaba con un tazón chocolate caliente o una sopa de fideos con pan.  
   Paulina se fijaba en la bailarina tras las sombras y los troncos donde permanecía agachada y en silencio para no ser descubierta. La mañana que la pequeña tenía las siete plumas de cisne dentro de la faltriquera: las hadas que había dentro imaginó la niña que se habrían muerto, pues la bolsa de tela se encontraba inerte y no se producían las agitaciones de las anteriores vísperas. Paulina chocó con la casualidad de presenciar la transformación que sufría la bailarina al inicio de un nuevo día. ¡Ayyy! ¡Fue increíble! ¡Un momento para no perderse! La bailarina de ballet al besarle los albores de luz de la mañana sus medias, su falda, el traje diáfano y argentado se cubrió de plumas y su forma cambió de pronto a la de un saludable y fastuoso cisne.
   El cisne plumeó y voznó internándose a prisa en los bosques. Paulina fue tras ella junto con la musaraña que le acompañó y la lechuza de plata que iba guiándoles, pues al volar veía desde arriba al cisne sin perderlo de vista. Les costó alcanzarle al principio al ave, pero al escuchar cada vez más próximo Paulina y la musaraña los graznidos supieron que lo tenían cerca. 
    Y así lo acabaron descubriendo y el cisne que bebía de una charca no sé enteró y la musaraña dio un empellón a la niña y la lechuza chilló indicándole a Paulina que interviniera, y la pequeña, con rapidez y determinación, volcó el contenido de la faltriquera sobre el cisne (que eran polvos mágicos que fue en lo que se convirtieron las plumas y las hadas de dentro), y el pobre ave se transformó finalmente en la bailarina de ballet que siempre fue.
   Entonces la musaraña montó otra fiesta especial con otro pastel que cortó la lechuza de plata, acudiendo la madre de la niña, hámster, conejos y otros invitados y el zorro y el elfo montaron una orquesta en donde mostró sus artes danzarinas la bailarina de ballet que más adelante se casó con un atractivo príncipe. Paulina se hizo amigo de la musaraña y pidió perdón por robar las fresas, y en pago por lo bien que se portó la chavala, fueron invitados todos los años a los cumpleaños del roedor y fueron por siempre muy felices.    FIN


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