Doña Bienvenida

 Doña Bienvenida era una mujer bastante guapa, de mediana edad, entrañable y con una sonrisa radiante que hasta el último hilacho de su ropa y piel contenían pura magia. La voz que tenía inspiraba el mayor de los albores del mundo y su atractiva risa revivía hasta el alma más castigada por la tristeza. Los familiares que tuvo en el pasado murieron escalonadamente y quedó únicamente ella. Su casita era singularmente fantástica, especial e incomparable a la de cualquiera. 
   El tejado era la oreja disecada de un inmenso elefante, la chimenea estaba hecha con la nariz de un gigante, y las paredes eran de adobe y construidas con finos leños y siendo cada leño de un color distinto. La vivienda en sí era generalmente reducida y cubierta por completo de ventanales donde colgaban adornos iluminantes.
   Aquel hogar singular se ubicaba en el centro de un bosque que bien por el día era maravilloso y arrebatadoramente bello, pero por la noche era tenebroso e indeseable por merodear un ogro glotón por la región. Doña Bienvenida era una mujer que todo su viejo corazón era pura ternura y benignidad y se trataba de una persona de lo más samaritana y acogía a cuantos desfavorecidos se perdían y llamaban a las tantas a su puerta.
   Doña Bienvenida tenía una regadera viviente que cuando veía a las decenas de olorosas flores que necesitaban agua se ponía ella, por su cuenta, a regalarlas con alegría hasta que las plantas satisfechas primorosamente le sonreían. Las flores le cantaban a su señora y así mutuamente se recompensaban. Pero Doña Bienvenida al que tenía más cariño era a una luciérnaga que le solía acompañar a recoger agua de un río vecino.
    En verdad no se trataba de un bicho querido o una mascota más bien de su hijo que se metamorfoseó en una luciérnaga, pues ella se casó hace una década atrás con el ogro por allá habitaba y al ver que era violento el monstruo se separó de él y, en castigo, la criatura que tenía poderes brujescos maldijo así a su hijo y no quiso saber más de ellos ni conociendo el nuevo paradero donde se instalaron.

   Doña Bienvenida le dejó por enterarse que comía inocentes y que era extremadamente peligroso. Desde hacía años intentaba evitarlo de la forma que fuese y cada vez que se lo cruzaba le inspiraba horror a la mujer. Ella siempre fue mansa y pacífica y cualquier actuación o muestra de violencia le producía tal rechazo que prefería apartarse por cabeza y sensatez. A doña Bienvenida, le llamaban la atención muchas cosas y gozaba de tantas aficiones que no siempre le daba el tiempo para dedicarse a todas. Lo único que deseaba en un futuro es que su hijo se recuperase de su tragedia y que los acontecimientos retornaran a la normalidad. ¡Pero ella de eso no estaba tan segura! ¡Todo era muy complicado! Por dicha razón nunca dejaba sus actividades de lado para distraerse y mantener la mente ocupada.
   Doña Bienvenida al cocinar matutinamente y hacer unos guisos de lo más exquisitos anidaban muchos pajarillos por las cercanías donde instalaban los nidos, movidos por los ricos olores. Durante el cocinado la mayoría de pájaros se quedaba mirándola felizmente desde las ramas donde comentaban lo que iba cocinando la mujer, compartiendo Bienvenida la mayoría de lo que guisaba. La luciérnaga se posaba sobre una colorida maceta y veía cómo la madre cocinaba faustamente. 

   Doña Bienvenida si se animaba paseaba por el bosque y recogía frutos y pescaba algo para subsistir con almuerzos ligeros y saludables a pesar que de complexión era una señora ni gorda ni delgada, indicándola la luciérnaga donde era mejor para cazar o para recoger frutos. Si se ausentaba la mujer de la casa era por poco tiempo y a la hora de la comida estaba de vuelta con puntualidad.
   Doña Bienvenida cuidaba de no cruzarse con ese ogro que si te veía te braseaba hasta estar bien churruscado y luego te devoraba bien a gusto. Y era algo que había visto ella con sus propios ojos sin poder evitarlo, comiéndose esa criatura una vez a una pandilla de gnomos y a una recua de burros. Y eran cuantiosos niños y niñas los que se había tragado el espantable ogro que se saciaba con mucho y no se conformaba con poco. Doña Bienvenida y la luciérnaga una de esas veces que salieron a cazar unas perdices se lo encontraron y tuvieron que esconderse detrás de unos matojos a punto de ser descubiertos.

    El horrendo ogro cargaba sobre la espalda con varios enanos que atrapó y pensó en voz alta: - Ñammm ñammm… ¿A ver dónde puedo asar a los sabrosos pequeñajos? Mhhhh… ¡Los desollaré, los salpimentaré y los prepararé con una buena guarnición de patatas y tomillo!
   Doña Bienvenida se le cayó el sudor de lo mal que lo estaba pasando, porque no faltó nada para que fuera avistada por el ogro que no la pisó de milagro y la luciérnaga escapó por consejo de la madre. Pero ésta se libró pues, como sus ropas eran mágicas, se tornaron del color de la maleza que la arropaba y, de esa manera, se camufló formidablemente.

    Cuando se marchó el ogro, Doña Bienvenida salió del escondite y escurriéndose entre las sombras de los árboles fue esquivando el transcurso de otros ríos hasta que llegó por fin a su casa donde sus flores la saludaron con afecto. Su hijo, la luciérnaga, aguardaba en la cocina frente al reloj que tenía forma de búho y se puso claramente contento de ver a su madre vivita y coleando. ¡Estupendo! ¡Menos mal!
   Y bailaron al son de las agujas del reloj madre e hijo, mientras la mujer preparaba felizmente unas tostadas con mantequilla, cortaba queso y sacaba unas galletas.    
   El resto de ese día Doña Bienvenida no paró de pensar en lo vivido, pero con prontitud se olvidó porque no era una mujer de atormentarse demasiado con un tema aun por inquietante que se presentase. Otro día que paseó Doña Bienvenida por cerca de su casa para recoger unas fresas escuchó tiros de cazadores y a lo lejos atisbó la enorme cabeza del ogro tras las copas persiguiendo a los desafortunados que gritaban durante la huida horriblemente. Doña Bienvenida se pudo enterar por unos cercanos que esa noche la imponente criatura se atracó con un abundante banquete.

    Ahora no es que nadie se atreviese a rondar por estas tierras a partir del anochecer es que los pobladores pasaban a mucha distancia de la morada del ogro para no correr ningún riesgo y no ser aperitivo del monstruo.                

   Una noche llamaron a la puerta varias veces y Doña Bienvenida se azogó sobre la cama y desvelándose fue a abrir a ver quién era. De repente, delante de la puerta se encontró a unos niños que azotados por el aullante viento y el desgarrador frío clamaron auspicio. Alrededor de la casita de la bondadosa señora la terrible oscuridad era creciente y daba miedo hasta poner un pie fuera del felpudo. Doña Bienvenida, acuciada por la pena que daban y por adorar hasta el último niño del mundo, no dudó en acogerles.
   Eran nada más y nada menos que diez amiguitos que la noche se les vino encima de regreso a sus hogares y antes de morirse fuera de pena y hambre llamaron al hogar de Doña Bienvenida que les recibió espléndidamente, sentándose los jovencitos en la cocina de la señora que era donde ésta pasaba la mayor parte del tiempo. Los pequeños tenían tanto frío que Doña Bienvenida les hizo una infusión y al beberla se sintieron muchísimo mejor.
    Los niños le contaron que de vuelta a la escuela se entretuvieron y que una cosa y la otra les llevó a perder unas cuantas horas y antes de cruzar el bosque, puesto que el hogar de éstos se ubicaba al otro lado, se confundieron y menos mal que la señora les abrió y les hizo el favor de dejarles pasar.
-          ¡Pensábamos que nos íbamos a morir por ahí tirados! –dijo uno de la decena de chicos cuando dejaron las mochilas en la puerta de la cocina-. ¡Pensábamos que no saldríamos de ésta!
-          Incluso dimos por hecho que nos devoraría y mataría alguien –enunció otro chiquillo.
-          Sí, sí –asintió un tercero mientras los nueve le daban la razón con claridad-, y encima cuentan las leyendas que hay cantidad de lobos hambrientos y un maléfico ogro por estos lares que se alimentan de niños.

-          ¡Eso es verdad! –exclamó Doña Bienvenida dibujando la sonrisa más maravillosa y natural del mundo-. ¡Pero dentro de las paredes de donde vivo no os transcenderá nada malo, niños! ¡Palabrita!

   Doña Bienvenida les ofreció sopa, pero los niños la rechazaron con educación y luego la señora les dijo si querían dulces y optaron por pastas. Bienvenida les horneó unas galletitas en el horno y las sirvió y los niños encantados las engulleron en un santiamén al tiempo que se puso a danzar la anfitriona y de debajo de su falda salieron espirales brillantes de magia y cuando chasqueaba los dedos explotaban varios cohetes que se estampaban contra el techo y en vez de agujerearlo estallaban bellamente fuegos artificiales dentro de la cocina pareciendo un circo o una extraordinaria discoteca donde se observaba como la luciérnaga volaba formando hermosos círculos y figuras en el aire. Durante el baile la señora esquivaba esas ráfagas de colores fulgurantes que olían a azúcar y a nuez moscada.
   Doña Bienvenida, después del show, despidió tales carcajadas que los chicos se contentaron todavía más y la señora les propuso que les acompañaría hasta el final del bosque y, en cuestión de un rato, a media noche, salieron Doña Bienvenida y los niños. La luciérnaga fosforescía en la oscuridad de la noche y les fue llevando a través del verde espesor (volviéndose sus ropas del color del entorno por la magia de su vestuario) y los diez amigos no dejaron de seguirla hasta que pararon en un arroyo donde se mojaron las caras los niños. Doña Bienvenida bebió agua para saciarse y la luciérnaga efectuó varias vueltas por los alrededores para asegurarse de que no había peligros por los presentes caminos. 

  Por fin, sin ganas de desperdiciar ni un resquicio del valioso tiempo, la luciérnaga al saber que los terrenos se hallaban despejados siguió dirigiéndoles bajo la luz de la luna. Cuando estaba a punto de amanecer un rugido les dejó casi helados de terror y se cobijaron en las sombras.

   Pero antes de que pudieran esconderse Doña Bienvenida y el resto el ogro cogió a varios de los niños y casi les aplastó con un pulgar de no haber sido por el resto de niños que le mordieron los pies, por Doña Bienvenida que los fantásticos y estupendos hilachos mágicos que desprendía su vestido la protegieron de cualquier golpe y la luciérnaga también atacó a la enorme criatura que se debatía entre los ataques de los pequeños y los pinchazos del buen bicho que le agredía la barriga y en las piernas al ogro con aguijones y palos que se iba encontrando sobre la hierba. Doña Bienvenida le propinó una buena patada en la espinilla al ogro y, aulló tanto el ogro del dolor, que tropezó con varios árboles y cayó de bruces atronadoramente.
   Se quedó tan fuera de juego el monstruo que no fue capaz ni de levantarse por propia voluntad y los niños, Doña Bienvenida y la luciérnaga le ataron al ogro de pies y manos. En ese instante asomó el sol bronceando con plenitud el ancho bosque y convirtiendo al ogro en piedra. La luciérnaga al estar sobre la rodilla del ogro y, por tanto en contacto con su piel, se volvió a metamorfosear en el niño dulce y guapo que fue y se hizo muy amiguito del resto de niños y Doña Bienvenida bailó con su hijo y con los chicos y encontraron la salida del bosque donde se despidieron para otra pronta ocasión de los jóvenes. 
   Al final, Doña Bienvenida fue muy feliz con su hijo, el ogro pasó a ser una leyenda, y no hubo mañana que no regara a sus flores que la sonreían y hasta la cantaban apasionadamente, viviendo faustamente y en paz los pobladores de esas tierras.  FIN  

 


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