Doña Bienvenida
Doña Bienvenida le dejó por enterarse que comía inocentes y que era extremadamente peligroso. Desde hacía años intentaba evitarlo de la forma que fuese y cada vez que se lo cruzaba le inspiraba horror a la mujer. Ella siempre fue mansa y pacífica y cualquier actuación o muestra de violencia le producía tal rechazo que prefería apartarse por cabeza y sensatez. A doña Bienvenida, le llamaban la atención muchas cosas y gozaba de tantas aficiones que no siempre le daba el tiempo para dedicarse a todas. Lo único que deseaba en un futuro es que su hijo se recuperase de su tragedia y que los acontecimientos retornaran a la normalidad. ¡Pero ella de eso no estaba tan segura! ¡Todo era muy complicado! Por dicha razón nunca dejaba sus actividades de lado para distraerse y mantener la mente ocupada.
Doña Bienvenida al cocinar matutinamente y hacer unos guisos de lo más exquisitos anidaban muchos pajarillos por las cercanías donde instalaban los nidos, movidos por los ricos olores. Durante el cocinado la mayoría de pájaros se quedaba mirándola felizmente desde las ramas donde comentaban lo que iba cocinando la mujer, compartiendo Bienvenida la mayoría de lo que guisaba. La luciérnaga se posaba sobre una colorida maceta y veía cómo la madre cocinaba faustamente.
Doña Bienvenida cuidaba de no cruzarse con ese ogro que si te veía te braseaba hasta estar bien churruscado y luego te devoraba bien a gusto. Y era algo que había visto ella con sus propios ojos sin poder evitarlo, comiéndose esa criatura una vez a una pandilla de gnomos y a una recua de burros. Y eran cuantiosos niños y niñas los que se había tragado el espantable ogro que se saciaba con mucho y no se conformaba con poco. Doña Bienvenida y la luciérnaga una de esas veces que salieron a cazar unas perdices se lo encontraron y tuvieron que esconderse detrás de unos matojos a punto de ser descubiertos.
El horrendo ogro cargaba sobre la espalda con varios enanos que atrapó y pensó en voz alta: - Ñammm ñammm… ¿A ver dónde puedo asar a los sabrosos pequeñajos? Mhhhh… ¡Los desollaré, los salpimentaré y los prepararé con una buena guarnición de patatas y tomillo!
Doña Bienvenida se le cayó el sudor de lo mal que lo estaba pasando, porque no faltó nada para que fuera avistada por el ogro que no la pisó de milagro y la luciérnaga escapó por consejo de la madre. Pero ésta se libró pues, como sus ropas eran mágicas, se tornaron del color de la maleza que la arropaba y, de esa manera, se camufló formidablemente.
El resto de ese día Doña Bienvenida no paró de pensar en lo vivido, pero con prontitud se olvidó porque no era una mujer de atormentarse demasiado con un tema aun por inquietante que se presentase. Otro día que paseó Doña Bienvenida por cerca de su casa para recoger unas fresas escuchó tiros de cazadores y a lo lejos atisbó la enorme cabeza del ogro tras las copas persiguiendo a los desafortunados que gritaban durante la huida horriblemente. Doña Bienvenida se pudo enterar por unos cercanos que esa noche la imponente criatura se atracó con un abundante banquete.
Ahora no es que nadie se atreviese a rondar por estas tierras a partir del anochecer es que los pobladores pasaban a mucha distancia de la morada del ogro para no correr ningún riesgo y no ser aperitivo del monstruo.
- ¡Eso es verdad! –exclamó Doña Bienvenida dibujando la sonrisa más maravillosa y natural del mundo-. ¡Pero dentro de las paredes de donde vivo no os transcenderá nada malo, niños! ¡Palabrita!
Doña Bienvenida, después del show, despidió tales carcajadas que los chicos se contentaron todavía más y la señora les propuso que les acompañaría hasta el final del bosque y, en cuestión de un rato, a media noche, salieron Doña Bienvenida y los niños. La luciérnaga fosforescía en la oscuridad de la noche y les fue llevando a través del verde espesor (volviéndose sus ropas del color del entorno por la magia de su vestuario) y los diez amigos no dejaron de seguirla hasta que pararon en un arroyo donde se mojaron las caras los niños. Doña Bienvenida bebió agua para saciarse y la luciérnaga efectuó varias vueltas por los alrededores para asegurarse de que no había peligros por los presentes caminos.
Por fin, sin ganas de desperdiciar ni un resquicio del valioso tiempo, la luciérnaga al saber que los terrenos se hallaban despejados siguió dirigiéndoles bajo la luz de la luna. Cuando estaba a punto de amanecer un rugido les dejó casi helados de terror y se cobijaron en las sombras.
Se quedó tan fuera de juego el monstruo que no fue capaz ni de levantarse por propia voluntad y los niños, Doña Bienvenida y la luciérnaga le ataron al ogro de pies y manos. En ese instante asomó el sol bronceando con plenitud el ancho bosque y convirtiendo al ogro en piedra. La luciérnaga al estar sobre la rodilla del ogro y, por tanto en contacto con su piel, se volvió a metamorfosear en el niño dulce y guapo que fue y se hizo muy amiguito del resto de niños y Doña Bienvenida bailó con su hijo y con los chicos y encontraron la salida del bosque donde se despidieron para otra pronta ocasión de los jóvenes.
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