La marmota y el flautín
En un reino cada vez que anochecía los habitantes se convertían en piedra desde que hacía tiempo hubo una maldición, pero el rey era el único que durante el día y bajo la luna no se salvaba de su petrificación por culpa (declaraban muchos) de la Bruja Invisible. Durante el amanecer había una marmota que soplaba de su flautín y liberaba, recorriendo el reino, a cada uno de los habitantes de piedra para que pudieran ser otra vez humanos.
De tal forma, el rey se hallaba en piedra en el centro del reino, en mitad de un bosque tenebroso y desamparado, olvidado por la acogedora luz del mundo. La marmota tenía que ir hasta la estatua y soplar del flautín y nunca lograba que el soberano volviese a su estado normal.
Los años sucedieron y los consejeros se reunieron para departir el destino del reino y las alternativas que debían de tomar para liberar al rey de su desgracia. Por supuesto, la marmota fue invitada y por mucho que discutieran soluciones no había modo de dar con ninguna y con cada proposición que se hacía menos convencidos estaban de lo deberían decidir.
Las gentes dejaban flores a los pies del rey petrificado y no había noche que cada habitante se siguiera convirtiendo en piedra menos la marmota que, como el campanero del palacio que daba las campanas de la noche, eran los únicos que no sufrían este horror. El campanero era un hombre lánguido, entrado en años, pero sociable y de confianza.
Era delgado y tenía más barba que perilla acabando las gruesas puntas de los bigotes hacia arriba, y se embutía en una cazadora con caperuza tan ancha que le llegaban hasta los pies. - ¿Qué nuevas te traen aquí, pequeño travieso? (Siempre el campanero le trataba así a la marmota).
- Estoy desesperado –dijo el roedor que con parte de la boca agarraba el iridiscente flautín-. Por mucho que se debata en palacio proposiciones para ayudar al rey no hay forma de encontrar alguna. ¡Si la reina viviera o tuviera hijos seguro que contaría con más apoyo! Siento tanta lealtad por el Rey que verle así sin moverse e inmovilizado en roca me mata.
- ¿Y has ingeniado algo, pequeño travieso? –preguntó el campanero que tomó con el animal una infusión de finas hierbas al lado de la inmensa campana, en lo más alto del castillo real, donde se apreciaba la fortaleza y el reino entero con sus praderas vírgenes, sus ríos y feraces montecillos-. Creo que llevamos pensando una idea desde que nacimos. Y ojalá que tengas la respuesta. Ojalá! Lo que siempre me he preguntado es si esto ha pasado por la maldición de la hechicera como todos declaran, pequeño travieso. ¿Qué opinas?
- Mi opinión, por supuesto, no ha cambiado, y opino que todo esto ha sido causa de la Bruja Invisible.
- ¿Y crees en la profecía, pequeño travieso?- Creo que la rosa blanca existe y según dicen crece.
- ¿Cómo iremos? Yo tengo que tocar la campana cada vez que anochece.
- Tendremos que hacerlo cuando den las campanadas y tenemos hasta el amanecer que es cuando, cada mañana, tengo que hacer sonar el flautín para deshechizar al reino y a sus pobladores.
- He recorrido tantas cientos de veces este país que me lo conozco como la palma de mi mano, pequeño travieso. La única vez que se deja ver es antes de la extinción de la noche, antes de los últimos rayos de luz lunar. No he tenido ocasión de examinarla en persona, pero he pasado por el paradero donde crece, cerca de la frontera. - Hum –Rumió el pensante campanero haciendo escuchando todo con detenimiento-, comprendo, claro. Yo lo tomaba como una leyenda o una ficticia historieta, pequeño travieso.
- ¿Cuándo crees que sería mejor salir? –la marmota no estaba segura.
- Propongo que mañana sería lo más recomendable.
Sin decir mucho más, la marmota y el campanero se prepararon durante las siguientes horas y parte del día siguiente y, cuando el hombre movió la campana y resonó varias veces, se encaminaron dejando atrás el castillo donde un montón de ciudadanos eran ya estatuas durante horas.
Al igual que los lugares por donde pasaron, pues el campanero era mal cabalgador, pero se las ingenió y se agenció un caballo que raudo como el viento recorrieron las grandes extensiones del reino. Allá por donde pasaran, en la noche, veían a la cantidad de personas hechas piedra y se les caía el alma a los pies de la tristeza que le provocaba al roedor y al campanero.
Según la marmota (que lo terminó de aclarar), la rosa blanca brotaba en un claro frente a los interminables y lóbregos bosques que se extendían frente al castillo del rey. En las honduras de aquellas selvas se pregonaba que acechaba lo peor y que en cualquier momento la Bruja Invisible, se descubría, te sorprendía y reducía a polvo y cenizas. Bastaba que te tocara con un solo dedo para que la hechicera devastara a alguien con insignificante acción.
De tal forma, la marmota y el campanero, sin olvidar a los riesgos que se enfrentaban, no dejaron de ganar terreno y sus andaduras cobraron leguas y leguas hasta pasar por otros pueblos y ciudades del reino. Al ser de noche la calma era absoluta y por el camino antes de dejar atrás una posada vieron el roedor y el campanero que varias estatuas de unos niños las debió de romper la Bruja Invisible (cosa que hacía con mal hábito), impidiendo que al amanecer regresasen a su forma humana y matándoles insalvablemente.
La marmota y su acompañante se anduvieron con más ojo y cuidaron sus palabras tanto como sus pasos, pues no se fiaban de la bestia que les podía emboscar o de los peligrosos oídos que pudieran espiarles. La pareja de amigos, durante la madrugada, cruzó puentes, arroyuelos, campos, peñascales y hasta lozanas y fértiles serranías.
La noche iba marchando y cada vez la marmota y el campanero tenían menos tiempo para llegar antes de la salida del sol. Las últimas serranías por las que galoparon a lomos del caballo que montaban les dejó fatigosos y, creían que de un momento a otro tanto el animal que les llevaba como ellos, se derrumbarían como una torre. Y antes de ser asaltados por unos lobos, para no tirar la toalla, se sobrepusieron y huyeron de los lobos desviándose algo del camino, pero prontamente retomándolo.
Un rato después estaban el roedor y su amigo en las profundidades de esos bosques oscuros y inciertos donde andaban pegados, sin separarse, con la vista puesta en todos lados. En menos de una hora amanecería y no estaban seguros de si ejecutarían bien el plan preparado.
- ¡No nos dará tiempo! –protestó la marmota mascando un trozo de madera, recorriendo-. ¡Qué mala suerte! El alba está al caer.
- Cabe la posibilidad de que aún lleguemos a coger la flor blanca –le animó el campanero que comió unas galletas que trajo compartiéndolas con el roedor-. Si no, sintiéndolo mucho, tendremos que aguardar hasta mañana.
Sin rendirse, los dos metieron prisa al caballo al acabar el breve descanso que hicieron y se profundizaron en la espesura y en la oscuridad de las selvas. En cambio, por mucho que cabalgaron raudamente no pudieron cumplir con la idea planeada y tuvieron que esperar otro día más hasta el próximo anochecer que no tardó en llegar.
Como pasaron el día acampados en el claro, bebiendo de un río de al lado y alimentándose con las provisiones que reservaban, estaban ya en su puesto, expectantes por atisbar a la flor blanca. Al poco rato de estar fijándose en el claro para ver si salía la flor, no vieron que brotara por ninguna parte y lamentablemente el desánimo les hundió.
Entonces una carcajada fría y riente resonó por entre las oscurecidas arboladas. Tanto la marmota como el campanero se temieron lo peor y se preguntaron de dónde vendría la siniestra risa. Cuando quisieron dar con la procedencia de las carcajadas un frío les atizó el cuerpo y sintieron que no podían articular movimientos.
La marmota quiso tocar el flautín, pero no hubo manera ninguna. Antes de que dijeron algo, la Bruja Invisible estaba ante ellos como un rayo entre la tempestad. - ¿Os creáis que os resultaría tan fácil? -bramó colérica y haciéndose visible a ratos-. Por supuesto, sois más tontos de lo que pensaba. ¿A qué venís con tanto interés?
- Estábamos, sencillamente, de paso –dijo la marmota que tomó la iniciativa de contestar-. No pretendíamos nada...
- ¡¡A mí no me engañáis!!! ¡¡Maldita sea os aniquilaré!! –y la malévola hechicera desprendió rayos por doquier y casi les hace polvo y ceniza.
A los árboles y aves que dio insoslayablemente los desintegró. La marmota y el campanero trataron de esconderse de la manera que fuera, pero la Bruja Invisible era más ágil y tuvieron que esquivar su hechicería varias veces para resistir.
Entonces en medio del claro, cuando la luna iluminó la hierba, se vio por fin que crecía a velocidad de vértigo una flor que era la llamada rosa blanca. A la marmota y a su acompañante se le iluminaron las miradas al reconocerla. El campanero, por astucia, despistó a la hechicera que su ira iba en aumento y la marmota fue a coger la rosa blanca, que arrancó con sumo cuidado y cariño.
Era tan hermosa que cualquier mortal se hubiera enamorado de ella. El roedor, mientras el campanero seguía corriendo por las cercanías y la bruja le perseguía con odio y sin descansos, mostró la flor ante la luna y la luz envolvió el capullo y relumbró la rosa blanca como una perla, mientras soplaba del flautín y una música benigna y bella sonó por los bosques.
De tal forma, la Bruja Invisible comenzó a prender y, envuelta en llamas y rugiendo de dolor, se fue consumiendo hasta su horrible extinción. Desde la narrada noche, la maldición que pesaba sobre el país se dirimió y el rey que era de piedra retornó a su condición original como los habitantes del reino que jamás al anochecer se volvieron a convertir en piedra. Desde esos días el reino descansó en paz y viviendo felizmente y a la marmota le trataron como un héroe al igual que al campanero. FIN
De tal forma, la Bruja Invisible comenzó a prender y, envuelta en llamas y rugiendo de dolor, se fue consumiendo hasta su horrible extinción. Desde la narrada noche, la maldición que pesaba sobre el país se dirimió y el rey que era de piedra retornó a su condición original como los habitantes del reino que jamás al anochecer se volvieron a convertir en piedra. Desde esos días el reino descansó en paz y viviendo felizmente y a la marmota le trataron como un héroe al igual que al campanero. FIN
Hola Alberto!! Leí tu cuento y me pareció totalmente emotivo, me recuerda esos cuentos maravillosos que nos leían en las escuelas y que hoy aún leo a mis alumnos (soy profesora de Literatura). Increíble tu escritura, tu forma de relatar esta historia. Felicitaciones!!!
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