La encantadora

Cierta vez una niña cruzaba un bosque acompañada de sus cuidadores que le llevaban con sus padres. Situándose en lo más espeso de esas arboladas, salieron de entre las sombras unos asesinos, que los apuñalaron a todos menos a la niña, que, atemorizada, huyó y se escondió en la maleza. Los malhechores al no verla se fueron corriendo con lo que robaron en dirección contraria. La pobre niña se puso a llorar inconsolable: “Ayyy, ¡mis desafortunados cuidadores! ¡Qué tragedia! ¿Cómo llegaré a casa? ¡Quiero estar con mis padres! ¡Ay!” 
   Le entró a la muchacha un nerviosismo tan incontrolable que rebuscó cientos de caminos y en ninguno descubrió una salida, y buscó preguntas, pero no halló tampoco respuestas. Al anochecer, la niña temblaba de frío y tenía tanta hambre que se dijo que podría comerse hasta un jabalí entero con patatas. “No me queda otra. ¡Jo! ¡Tengo hasta sed! Habré de morir de hambre”, se lamentó la pequeña sentada sobre un tronco tirado y debajo de un gran árbol donde le llamó la atención una casita colgante que era de más de mil colores y que pendía de una rama. 
   Frente a ella el terreno se hundía y había una especie de cueva erigida en piedra.
   Mientras la niña se desesperaba y notaba que la oscuridad era mayor y que el bosque se mostraba más amenazador y peligroso llegó una ardilla que escondía bajo una extremidad una flauta de plata que la depositó en las manos de la niña y murmuró: - ¿Sabes qué tipo de instrumento de viento es éste? Es una flauta, pero no una flauta normal y corriente; sino diferente a cualquiera. ¡Es formidable!, porque, pequeña niña, si tocas esta flauta verás que cada noche la cueva que tienes frente a ti se iluminará y si tocas más el instrumento surgirá comida y si sigues tocando hasta medianoche aparecerá una cama. 
   Esa noche se le hizo tarde, pero las que vinieron la niña probó a sonar la flauta y de repente la cueva se alumbró con una luz cálida y acogedora, y se sentó dentro de ella sin dejar de soplar el instrumento. Al poco rato, vio que estaba rodeada de platos llenos de deliciosa comida y de dulces, y jarras de zumos sabrosos y néctares exquisitos. Antes de disponerse a tomar ese banquete, porque la muchacha estaba hambrienta, continuó tocando la flauta y de ella emergió una melodía más hermosa que ninguna otra y en un lado de la cueva surgió una camita blanda y mullida llena de peluches.
   De ese modo, la niña dejando la flauta debajo de la cama y después de haberse saciado bebiendo y comiendo se tumbó en la camita, y antes de darla tiempo siquiera a pensar, se quedó irremisiblemente dormida. Estuvo así durante los días que vinieron y después de esos días permaneció de ese modo largo tiempo.    Había ocasiones sin embargo en las que si tocaba la niña hasta más tarde de medianoche se encontraba tendida en un costado de su lecho trajes y vestidos formidables engarzados con pepitas de oro y de brillante pedrería que destellaban y refulgían. Y asimismo zapatos increíbles y otras inconfesables maravillas. Una vez, la hora previa al anochecer, le preguntó la ardilla, porque a veces pasaba a hacerla una visita: - ¿Cómo estás? ¡Hace una buena noche de primavera! ¿Te importaría hacer algo por mí? ¿O sería mucho pedir, pequeña niña?

-          Sería un auténtico placer; a parte de que me siento en deuda contigo.  
  Le dijo entonces la ardilla: - Tendrás que tocar la flauta delante de un castillo que hay en la hondonada del bosque; de la chimenea sale un humo gris y blanco y hasta que no se vuelva azul no dejarás de tocarla. Entonces te acercarás y te abrirá el portón un ogro que te conducirá a un pasillo dentro del castillo y a otro salón donde te recibirá una encantadora. Esta mujer es muy vistosa y elegante y, deseándole los buenos días a esta señora, te colarás dentro y verás que sobre la mesa del comedor hay un gigantesco jarrón de porcelana donde hay más de cincuenta brazaletes en el interior: escoge el único que brille; luego vete a la parte de atrás del jardín y arranca una rosa roja y de tallo plateado, y tráeme velozmente las dos cosas.        

   De ese modo, la niña se encaminó a su destino y después de varias leguas de andar por el bosque dio con el castillo que era singular y mono y cada ventana de un color diferente, pero en parte aquel lugar le transmitía lobreguez y le producía lamento personalmente. El aire por allí era muy frío y viciado.  

   La niña, muerta de miedo, hizo sonar su flauta. Y de la chimenea salía un humo gris que, efectivamente, se azuló al tiempo que la pequeña se aproximaba a la entrada de la morada amurallada. Un ogro con la nariz torcida, ceñudo y muy tosco le abrió el portón tal como vaticinó la ardilla y le condujo a la niña por un pasillo que cada luz era un de una tonalidad distinta, predominando el azul de mil maneras.

   Luego, al llegar al salón, el ogro se despidió y recibió a la joven una encantadora muy bonita y bien vestida y que iba de punta en blanco, dándola la bienvenida con una radiante sonrisa y le preguntó cómo le iba. La niña respondió con la boca chica y se lanzó hacia el comedor contiguo a este cuarto (a pesar de la negativa de la dueña) hasta alcanzar la mesa, coger el jarrón y seleccionar a toda prisa el brazalete que se tenía que llevar, mientras la encantadora se abalanzaba sobre ella (ahora no tan simpática) y la perseguía por todas las alcobas y habitaciones del embrujado castillo.
   Con los nervios se le cayó a la chica el brazalete en el comedor. Lo bueno es que la niña al ser pequeñuela cabía por cualquier rincón y se metía debajo de las sillas, esquivaba estanterías y saltaba sobre mesas y sofás, y cuando vio la oportunidad de escaparse por el gran portón por donde entró, lo hizo esquivando al ogro que la quería engullir y cogiendo el brazalete del comedor, con el objeto bien aferrado entre los dedos, se fue al jardín donde al final del mismo diferenció la rosa con el tallo de plata.
    La muchacha la arrancó con cuidado y prisa, porque, la encantadora elegante y excéntrica, la seguía persiguiendo (ahora transformada en murciélago; más tarde en mirlo), y al final, escondiéndose la niña tras hierbas y matojos, se libró finalmente de ese mal rato al cabo de unas horas que fueron malditas. Luego la chiquilla lloró desesperada, porque fue al mismo árbol donde tocaba la flauta y aparecía la ardilla, pero ahora por mucho que probase a hacerlo no valía y tampoco sus lágrimas aportaban solución. 

   Fue tanto sin embargo lo que lloró la chica que el charco que se formó en el suelo originó un espejó y observó en el agua que la ardilla estaba posada sobre el tejado de su casita-árbol, y que mientras ambos se miraban, una pluma cayó sobre el charco y sin explicación la rosa roja se le soltó a la chica sin querer de las manos.
   Nada más mojarse el tallo de la flor, cuando rayaba el alba, surgió de allí un árbol que abrazó con sus ramas a la niña. La ardilla le hizo una señal a la pequeña indicándola que pusiese el brazalete entre unas de esas ramas. No dudó la chica en cometer tal acción, y cuando lo logró, vio que las ramas se convertían en dos brazos y que el tronco retomaba el aspecto de un cuerpo humano al tiempo que se desvanecía en el aire la flauta.

    Entonces vio que la rodeaba y abrazaba cariñosa y festivamente un príncipe lozano y guapo que la pidió la mano, casándose y viviendo ambos los mejores días de sus vidas, llevando consigo siempre a la ardilla que era el ángel de la guarda y reencontrándose la niña más tarde con sus padres al poder encontrar el camino a casa.    FIN   

 


                                                                          

 

 


Comentarios

  1. Que bonito cuento sobretodo porque siempre me han gustado no solo por la fantasía sino porque no pierdo nunca la esperanza de encontrar algún día mi príncipe azul ...

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    1. Me alegro que te guste! Nunca hay que perder la esperanza por nada! Un cariñoso abrazo !

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