Azalea
Y entre risitas las hermanastras se distanciaron de Azalea que pronto se encontró sola y abandonada cuando iba cayendo la noche.
- ¡Os hablaré cómo me plazca! ¿Acaso vos a qué vinisteis? ¿Cuál propósito os ha traído a mis tierras, señor Rey?
El Rey cuanto menos afligido le confesó a la bruja que echaba de menos a su hija cuyo rastro no hallaba desde hace semanas. La mujer sin ningún respeto y con una carcajada tronó: - Si vos queréis tenerla de nuevo más vale que me traigáis el reloj mágico que es capaz de retroceder o hacer cambios en el tiempo!
- Es una vela sobrenatural –se la mostró-. Y sí, ayúdame y gozarás de un premiado porvenir, humilde y pequeña criatura.
El diablillo leyéndole la mente al soberano le dio el reloj mágico que necesitaba.
De cualquier forma, lo que no sabía el Rey es que sobre él cayó una maldición, y antes de que llegara a la casa de la bruja con el reloj la vela sobrenatural misteriosamente se apagó, amaneció con pereza y los primeros haces de luz le transformaron en porcelana, quedando petrificado en mitad del bosque. Los años pasaron hasta que una linda mañana unos viajeros tropezaron con la estatua de porcelana que era el Rey, espléndida y lóbrega, permaneciendo intocable únicamente su corona de oro y aguamarina de cinco puntas y sus finos y presentables ropajes.
Por último, la reina y sus hijas malas se les proscribió del reino al darse cuenta el soberano (antes de fallecer) de lo malas que fueron y por ser hija y nietas de la bruja que venció en su momento el valiente príncipe.
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