La alcahueta y el diamante
Por un sendero junto a un bosque paseaba un solitario caminante con su palo, que se encontró con una alcahueta, que le dijo: - Oh, tú que recorres tantos caminos y visitas tantos paraderos, ¿te gustaría tener un diamante?
- Ni lo rechazaría –contestó el caminante sinceramente-. ¿Por qué lo pregunta, señora?
- Verás… ¿ves ese árbol, caminante? –se refirióla vieja a un robusto alcornoque que estaba detrás suya-. Si llegas a sus últimas y más profundas raíces, podrás quedarte el diamante. Tendrás que cavar hondo, pero para eso tienes esta pala –y le dio una pala grande y formidable-. Será menos esfuerzo del que piensas, de verdad.
- ¿Qué quiere usted? Deseará algo me imagino.
- El diamante como he dicho te lo puedes quedar. Lo único que me interesa es un papel metido en una cajita que se lo comió la tierra con las lluvias. Este papel contiene un mensaje de amor que pertenece a una relación apasionada. Tráemelo… y es tuyo el diamante.
- Sea, entonces, señora –aceptó el caminante cogiendo la pala y cavando sin parar durante unas cuantas horas.
Cuando terminó había abierto un considerable surco en el suelo y muchas raíces sobresalían como serpientes de tierra. En el momento que el caminante se creía que le tomaban el pelo, observó la última raíz (que era larga y gorda como ninguna) y descubrió que había un diamante debajo que brillaba como el sol en verano.
- Mira ahí está la cajita –le dijo la alcahueta.
Era cierto, había como un recipiente de madera barnizada que estaba justo sujeto por las mismas raíces retorcidas. El caminante debido a la distancia que había (unos veinte pies hacia abajo) estudió a continuación lo que tendría que descender.
- Baja hasta abajo y cógelo, caminante. Te será más fácil que te ayudes sosteniéndote de las raíces; llegarás antes de lo que crees.
De manera que el caminante no quiso perder más tiempo y no tardó mucho en coger el diamante y el otro objeto, pero, inesperadamente, dio un traspié al subir luego y casi se rompe un brazo (menos mal que a cada metro se aferraba a las raíces con la pala). ¡Lo importante es que lo consiguió!
- Te felicito, eso es –dijo la alcahueta cuando estuvo junto a ella; y le dio la cajita y se quedó el diamante-. Lo has hecho más rápido de lo que pensaba.
- No cabe duda; me he esforzado –le devolvió el caminante la estupenda pala.
- Agradecerás en un futuro el diamante.
El caminante maravillado por aquella caja que según la vieja era un mensaje, se la intentó arrebatar. Esta misma se negó y el caminante, furioso y borracho de ambición, le dio un porrazo con su palo y la mató. Luego leyó la carta sin remordimientos. Era cierto, era un mensaje dirigido de una mujer a su amante. Una carta que enternecía el alma e iluminaba el corazón por el amor impregnado en ella, pero, por el contrario, al leer el final no constaba nombre alguno por ninguna parte. ¡Era anónimo!
El caminante no le dio por tanto importancia y se dirigió a una ciudad que quedaba a dos pasos de donde estaba.
Anduvo por calles llenas de gente hasta que un buen día se encontró a una mujer que resultaba ser la que escribió el mensaje de aquella carta. Esto lo supo ella porque, por grandes coincidencias de la vida, el caminante se había prendado de su belleza y no pudo por menos que invitarla a tomar algo en una terraza céntrica de la ciudad. Ella le preguntó sobre el paradero de la alcahueta. El caminante respondió que ella (la vieja) no se lo había podido entregar a su amado porque estaba muy enferma; pero que no quería visitas. Así durante semanas se olvidó de su amado y fue en busca de la alcahueta por lo extraño de la situación.
- Ni lo rechazaría –contestó el caminante sinceramente-. ¿Por qué lo pregunta, señora?
- Verás… ¿ves ese árbol, caminante? –se refirióla vieja a un robusto alcornoque que estaba detrás suya-. Si llegas a sus últimas y más profundas raíces, podrás quedarte el diamante. Tendrás que cavar hondo, pero para eso tienes esta pala –y le dio una pala grande y formidable-. Será menos esfuerzo del que piensas, de verdad.
- ¿Qué quiere usted? Deseará algo me imagino.
- El diamante como he dicho te lo puedes quedar. Lo único que me interesa es un papel metido en una cajita que se lo comió la tierra con las lluvias. Este papel contiene un mensaje de amor que pertenece a una relación apasionada. Tráemelo… y es tuyo el diamante.
- Sea, entonces, señora –aceptó el caminante cogiendo la pala y cavando sin parar durante unas cuantas horas.
Cuando terminó había abierto un considerable surco en el suelo y muchas raíces sobresalían como serpientes de tierra. En el momento que el caminante se creía que le tomaban el pelo, observó la última raíz (que era larga y gorda como ninguna) y descubrió que había un diamante debajo que brillaba como el sol en verano.
- Mira ahí está la cajita –le dijo la alcahueta.
Era cierto, había como un recipiente de madera barnizada que estaba justo sujeto por las mismas raíces retorcidas. El caminante debido a la distancia que había (unos veinte pies hacia abajo) estudió a continuación lo que tendría que descender.
- Baja hasta abajo y cógelo, caminante. Te será más fácil que te ayudes sosteniéndote de las raíces; llegarás antes de lo que crees.
De manera que el caminante no quiso perder más tiempo y no tardó mucho en coger el diamante y el otro objeto, pero, inesperadamente, dio un traspié al subir luego y casi se rompe un brazo (menos mal que a cada metro se aferraba a las raíces con la pala). ¡Lo importante es que lo consiguió!
- Te felicito, eso es –dijo la alcahueta cuando estuvo junto a ella; y le dio la cajita y se quedó el diamante-. Lo has hecho más rápido de lo que pensaba.
- No cabe duda; me he esforzado –le devolvió el caminante la estupenda pala.
- Agradecerás en un futuro el diamante.
El caminante maravillado por aquella caja que según la vieja era un mensaje, se la intentó arrebatar. Esta misma se negó y el caminante, furioso y borracho de ambición, le dio un porrazo con su palo y la mató. Luego leyó la carta sin remordimientos. Era cierto, era un mensaje dirigido de una mujer a su amante. Una carta que enternecía el alma e iluminaba el corazón por el amor impregnado en ella, pero, por el contrario, al leer el final no constaba nombre alguno por ninguna parte. ¡Era anónimo!
El caminante no le dio por tanto importancia y se dirigió a una ciudad que quedaba a dos pasos de donde estaba.
Anduvo por calles llenas de gente hasta que un buen día se encontró a una mujer que resultaba ser la que escribió el mensaje de aquella carta. Esto lo supo ella porque, por grandes coincidencias de la vida, el caminante se había prendado de su belleza y no pudo por menos que invitarla a tomar algo en una terraza céntrica de la ciudad. Ella le preguntó sobre el paradero de la alcahueta. El caminante respondió que ella (la vieja) no se lo había podido entregar a su amado porque estaba muy enferma; pero que no quería visitas. Así durante semanas se olvidó de su amado y fue en busca de la alcahueta por lo extraño de la situación.
El caminante ante las preguntas de esta bella mujer sólo tenía excusas… y más excusas. Y eso no bastaba, porque no entendía que hubiese desaparecido de repente. ¡Nunca le había pasado! ¡Cielos! ¡Y encima su amante sin dar señales de vida! ¡Aun por la diferencia de edad entre ambos el amor no tenía barreras! ¡Ella era joven y él era un señor tirando a mayor!... ¡La mujer bella tenía que verle, no podía aguantar más!
Por lo tanto se dirigió a la casa de la vieja que estaba a dos pasos de donde se había encontrado al caminante en el principio de este cuento. El caminante establecido en la ciudad se había vuelto rico por vender el diamante a un precio muy alto y vivía en una lujosa casa de la periferia, sin saber nada de esto.
Cuando llegó la bella mujer al sendero del bosque se encontró que el cuerpo de la alcahueta estaba sin vida bajo el alcornoque. Al levantar la vista, su amante por casualidad la miraba, porque al igual que ella había acudido al sitio que su amada se temía. Y habían acertado. Los dos se miraron y entendieron todo. La desagradable imagen de la vieja muerta confesaba esas semanas de silencio y distanciamiento entre los dos.
Cuando llegó la bella mujer al sendero del bosque se encontró que el cuerpo de la alcahueta estaba sin vida bajo el alcornoque. Al levantar la vista, su amante por casualidad la miraba, porque al igual que ella había acudido al sitio que su amada se temía. Y habían acertado. Los dos se miraron y entendieron todo. La desagradable imagen de la vieja muerta confesaba esas semanas de silencio y distanciamiento entre los dos.
¡Menudo horror! Hablaron luego largo rato y la bella mujer sabiendo que el caminante la había matado se lo dijo así a su amante. Los dos no dieron crédito, pero, no cabe duda, que no podía ser de otro modo. Decidieron delatar al caminante a la policía, y fueron a la comisaria de la ciudad y contaron los hechos que habían ocurrido.
A los pocos días la policía no tardó en detener al caminante en su casa cuando vino una mañana de pasear. Le decomisaron los guardias todo el dinero y las ganancias que había adquirido el hombre con el diamante y le condenaron a cárcel para el resto de su amarga vida. Por suerte, la bella mujer recuperó la carta y no volvió a ver nunca a ese caminante solitario.
A los pocos días la policía no tardó en detener al caminante en su casa cuando vino una mañana de pasear. Le decomisaron los guardias todo el dinero y las ganancias que había adquirido el hombre con el diamante y le condenaron a cárcel para el resto de su amarga vida. Por suerte, la bella mujer recuperó la carta y no volvió a ver nunca a ese caminante solitario.
Finalmente, la relación que era imposible por la diferencia de edad y otras contrariedades, consiguió que tuviese efecto; y, una mañana de primavera se casaron felices y tuvieron muchos hijos guapos sin hacer caso de la opinión de la gente.
FIN
FIN
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