El mar de las Lágrimas
Lo asombroso es que Giflio siempre estaba cuando había que estar, pero nadie estaba, no obstante, para tenerlo en cuenta. En todo caso, por mal que sea, todos empezaron a apartarle de las cacerías, de los incendios y de las reuniones nocturnas, porque, como Giflio no compartía ni sus gustos, hábitos y aficiones, pues comenzó a salir por su cuenta y aislarse del mundo de los suyos y se amigó con un pastor que sacaba los rebaños antes de despuntar el sol.
Giflio, bien es cierto, que con el tiempo conoció a más pastores amigos de ese otro pastor, conoció a gente de ciudades de las cercanías y a animales de los sotobosques y de los poblados jardincillos y praderas próximas. Mantuvo buena relación desde con el bicho palo más diminuto del campo hasta con el león más fiero de los bosques. A todos dio buenas recomendaciones porque era un dragón sabio, mayor pero joven, con experiencia en la vida, con años tras la espalda pero con una plenitud y una tristeza inagotables.
Y así los chicos se lo pasaban en grande, se columpiaban en su cola, trepaban en su espalda como verdaderos escaladores y se maravillaban con el brillo deslumbrador de las escamas de un dragón único. También, cuando le venía en gana o tenía sencillamente un buen día, les sacaba Giflio a todos ellos a ver mundo y volaban sobre tierras verdes y descubrían sus acompañantes paraderos insospechables. Cuando Giflio despedía llamas a posta los niños aplaudían y reían entre sí y gritaban con todas las fuerzas: - ¡Más dragoncillo! ¡Más! ¡Queremos más!
Y Giflio lo repetía y los niños estallaban en aplausos y vivas. ¡Ay, cuánto diversión! ¡Qué bien se lo montaban!
Entre otras cosas, también se ocupaba Giflio de dar apoyo a los ancianos inválidos llevándoles a donde tenían que ir o cumpliendo recados y favores que humildemente le rogaban. Nunca fallaba el dragón a nadie, no se sabía cómo lo hacía, pero nunca fallaba. Giflio se ocupó, entre otras cosas, de retirar árboles caídos que cortaban y taponaban puentes y gracias a él cientos de carruajes y coches tirados con caballos se desplazaban sin complicaciones.
El pastor desplegaba un mantel que era minúsculo para la criatura gigantesca que lo podía utilizar, en todo caso, más bien de servilleta. A veces Giflio solía bañarse en los lagos que se encontraban por las cercanías. Los barqueros alzaban los remos a modo de saludo y le gritaban juntos: - ¡Olé ese dragón, nuestro dragón! ¡Olé, el Reptil Poderoso! ¡Continuamos confiando en ti, Viejo Salvador! A Giflio esto le emocionaba y soltaba llamaradas de fuego que eran como fuegos artificiales brillantes y ardientes, coloreando el aire de infinidad de aromas y colores. ¡Y por no mentar las fiestas! ¡Las grandes fiestas que se pegaban con Giflio al amparo de las estrellas! ¡Cómo bebían los pastores, cómo reían los granjeros con el dragón, cómo balaban las ovejas y cómo runruneaban muchos de los animales! ¡Menudos festejos! ¡Buenas fiestas se montaban! Y durante semanas y semanas Giflio vivió como un marajá y se olvidó de los muchos que le habían dado, hace no tanto, la espalda.
- ¡Si lo encuentras –le dijo su rey con exaltación antes de que partiera el caballero y el escudero- que no se entere nadie, pero, aunque sea o, digan mejor dicho, que es una criatura grande pero pacífica, nunca te puedes, a bien, fiar de esos monstruos desoladores! ¡Sea el dragón que sea mátale, y si encima es ese tal dragón Giflio es tan tonto como he oído, ni te lo pienses por un momento! ¡Luego le quitaremos las escamas para confeccionar joyas! ¡Ya sabes que las escamas del Gran Dragón están cubiertas de piedras brillantes! ¡Mátale, ni te lo pienses por un momento! Que sufra!
- Sea así entonces, majestad –le reverenció el caballero arrodillándose ante su señor y una semana más tarde después de cabalgar a través de bosquecitos, praderas florecientes y orillar riachuelos sin descanso, llegaron por fin y antes de lo previsto, a la cueva situada en la cumbre de la montaña.
Pero, por coincidencia, Giflio que se había mantenido al margen y estaba sumergido en la oscuridad laberíntica del final de la cueva (pues tenía que conocerla uno al completo para saber de ese lugar), salió de su escondite y se lanzó hacia el despiadado caballero y su escudero. El caballo relinchaba temerariamente afuera, pues fuera le esperaba al jinete. El caballero por lo tanto luchaba a pie con el apoyo del escudero que le cubría con un enorme blasón que empuñaba difícilmente con las dos manos.
El Gran Dragón a continuación perdió el conocimiento y para cuando despertó, el caballo, que era el único superviviente de los atacadores, no le había hecho nada malo por haber matado a su amo; que va, todo lo contrario, el tiempo que el dragón se desmayó que había sido cuestión de varios días, el angélico animal contribuyó en la recuperación de Giflio.
Pero las lágrimas fueron en aumento y los ríos pasaron a ser lagos que se unieron entre sí hasta formar un extenso mar que rodeaba la cumbre de Giflio. De esa forma, la astronómica montaña del Gran Dragón se convirtió en una apartada isla, orillada por aguas plateadas como luces estelares y chispeantes donde el monstruo conversaba durante las noches con la luna. Desde aquel día, Giflio jamás pudo volar y murió de vejez y soledad, y aquel lugar lo llamaron el mar de las Lágrimas. FIN
❤️❤️❤️❤️ precioso y tierno
ResponderEliminarMuchísimas gracias!! Un placer que lo leas!!! Un abrazo cariñoso.
EliminarQué bonito relato! Se lo voy a platicar a mis sobrinos, muchas gracias por compartir tu escrito 😊
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