El hombre verde


Érase una vez un lechero que por el desastre de un torbellino que arrasó sus tierras perdió a sus seres queridos y a la mayoría de su ganado excepto a una vaca. La vaca, que era su animal más querido y apreciado, sobrevivió al desastre de pura chiripa por refugiarse con su amo en el cobertizo que era el lugar seguro de la lechería y de los alrededores. 
   Meses estuvo el lechero llorando la muerte de los familiares y la vaca y él eran los únicos que se tenían el uno al otro. Lo cierto es que, al haberse destruido todo lo que poseía, el hombre padecía una terrible pobreza y no podía siquiera vender al animal que estaba flaco y malnutrido. 
   Pero que con el tiempo, la siguiente primavera, pastó mejor y ganó el peso bajado y el lechero consiguió recuperar una minoría de sus maltraídas cosechas aun a riesgo de haber podido perder todas por completo. Así pues, la estación primaveral les brindó al lechero y a la vaca esperanza y un período recuperable de bonanza y bienestar. 
   Se prodigaban cariño entre ambos, puesto que se adoraban en el fondo y el tiempo les unió todavía más, en cuerpo y alma. Eso favoreció a que la leche que producía el animal cada vez era mejor hasta ser de un sabor increíble. 
   Una mañana excepcional que brillaba el sol más de lo cotidiano, el lechero ordeñaba a la vaca cuando apareció en el establo (o en la casa-establo debido a que fue lo único que sobrevivió al torbellino junto con el cobertizo y bien cumplía las funciones de vivienda), un hombre pequeñito y barbado que no medía apenas más de tres palmos y que cada día le traía al lechero, como de costumbre, un bizcocho de limón que decía que venían, las frutas de esta delicia, de unos limoneros mágicos que cultivaba y cuidaba a bien dicho señorito. 
   El pequeño hombre acostumbraba tomarse un buen pedazo con el lechero, pero esta vez lo declinó argumentando que desayunó mucho y que le salían las rosquillas hasta por las orejas de lo lleno que estaba. 
   “¿Qué te ocurre? –Inquirió el lechero-. ¡Es extraño que no pruebes el bizcocho! Tu casera lo ha elaborado mejor que nunca. ¡Está exquisito! ¡Pruébalo, buen hombre! Yo, sin embargo, me voy a reservar. Pero no me hace ni falta comerlo para saber lo rico que seguro que está. 
   El señorito negó con la cabeza. 
   “No. Uff… Gracias, gracias. Yo haré lo mismo que tú. ¡Ya te he dicho que estoy a rebosar, amigo!”, exclamó riendo. “Me lo tomaré mejor para cenar que me sentará muy bien.” 
   Por la noche, cuando el lechero estuvo solo en su cama tenía hambre y se le abría el apetito y entonces es cuando se acordó del apetecible bizcocho. No vaciló en ir a la cocina y llenarse un buen vaso de leche de su vaca (obvio) y se la bebió mojándolo el bizcocho de limón que, acertando, estaba bonísimo ¡caray! 
   Bien pronto se fue a la cama, porque el cansancio pudo con el lechero y se durmió con gusto y sin dificultad. No bien hubo despertado se miró los pies y se asustó; se miró las rodillas, las piernas, el torso… ¡y se horrorizó! ¿Qué transcendió? ¿Por qué su piel era verde? ¿Por qué? ¿Acaso, el lechero, seguía soñando? Podía ser, ¿no?
    El caso es que, con un nudo en la garganta, se fue a mirar al espejo del cuarto de baño y al verse… ¡¡quedó más angustiado!! El lechero tenía, efectivamente, ¡la piel más verde, más verde, que la hierba fresca de un prado! ¡Hasta el pelo se antojaba verde! 
   Se pellizcó para comprobar que no soñaba y que tampoco alucinaba. ¡Ay! ¡Era la cruda realidad! ¡No! El lechero no supo si ponerse a llorar o si aporrear con los brazos el estúpido espejo y patear todo y mesarse de los cabellos como un demente desesperado.
    Estuvo varios días con su vaca que al verle la primera vez se asustó o al menos le causó mucha impresión. Pero luego se fue acostumbrando como se fue mentalizando el lechero. Esos días no se atrevió a relacionarse con el enanito que le visitaba y a mitad de semana se sintió tan mal de hacerse el loco y de no abrirle que le terminó por abrir y se quedó asombrado al mirar al pequeño hombrecito con barba y ver que era tan verde como él mismo. 
   El lechero y él compartieron miradas amigables, miradas cómplices, porque sólo con mirarse irrebatiblemente se entendían. No hacían falta ni las palabras de por medio. Supieron entonces que la leche que producía esa vaca (y no el bizcocho porque el enano no lo tomó y estaba igualmente verde) fueron la indiscutible causante de ese singular suceso. 
   Ambos sintieron que los próximos días experimentaban unas energías, una fuerza, un vigor que les mantenía mucho más enérgicos, fuertes y activos. Pero al enano a las semanas le volvió el color normal de su piel; sin embargo al lechero no se le borraba y tenía la piel tan verde como al principio. 
   Durante ese período vendió diariamente mucha de su leche y sacó mucho dinero y encima la vaca producía más de lo pensable y de un sabor y una calidad inigualables. El lechero, de cualquier modo, estaba disgustado, porque verdaderamente no veía solución a su rareza.
   Pero el negoció con el tiempo comenzó a ir para mal y las voces se corrían y muchos murmuraban que ese hombre se había denigrado y otros pregonaban que no pertenecía a los mortales. Así pues, para su desgracia, los vecinos que por allí habitaban se guardaban ya de comprar su leche, pues la última vez que lo hicieron a un anciano le dio un infarto por el aspecto que presentaba el lechero, creyéndose todos que era un monstruo o una especie aberrante de ogro; y así se vio obligado a alejarse de donde vivió toda su vida y de donde creció, ocultándose con la solitaria compañía de su vaca tras las montañas que lindaban con su pueblo un día nublado en que los relámpagos demolieron bestialmente su casa. 
   El lechero se construyó de tal manera, con el paso de las semanas, una vivienda debajo de la entrada de una montaña en un orificio que descubrió al pie de esa línea interminable de afiladas cordilleras. 
   Allí lloró el pobre hombre su horroroso aspecto y lamentó la desgracia, sumiéndose por poco en un profundo e inesquivable desánimo, consolándole su vaca con algún que otro golpecillo que le daba con la cabeza en su codo o mugiendo cariñosamente mientras le miraba con unos ojos muy expresivos y amables. 
   Lo cierto es que al lechero todo se le antojaba inútil, muy dificultoso y daba ya por hecho que de por vida quedaría feo y marginado, rechazado de todo ser normal. Una mañana, sin embargo, el lechero cuando pacía la vaca, porque al pie de la montaña abundaba el pasto, apareció sin previo aviso el enano (aquel enano que el hombre creía que lo abandonó), y venía alegre y saltando, sabiendo por las huellas que le guiaron, que el lechero se refugiaba allí. 
   El lechero se asombró, porque no es lo último que se esperaba y de emoción se abrazaron y bailaron juntos. El enano entonces le dijo que en el claro de un bosque que había al final de esa cordillera de montañas había un unicornio que si te frotabas la mano con su cuerno cualquier maleficio o fatalidad sería remediada. 
   Valiéndose de la leche de la vaca, montó el lechero sobre ella a guisa de caballo, y estuvo durante más de ocho días andando bajo la luz del sol y bajo el relumbre de las estrellas que empapaban el firmamento hasta que llegó a la cordillera del final, y, entre un bosquecillo donde discurrían muchos ríos, el lechero vio a un fabuloso y bello unicornio que reposaba sobre la hierba, brillando su relumbrante cuerno como querubines ante la luna. Costó bastante acercarse a él, pero la vaca sirvió de mucho, y, compartiendo el unicornio con el otro animal al ver que era tierno y dócil, se hizo amigo también del lechero; y el lechero le acarició el cuerno y se desencantó del mal que padecía y su piel retornó a su color original y volvió a ser el mismo de siempre. 
   Después de estos sucesos, el lechero fue muy feliz y regresó y reedificó la casa que perdió y se hizo amigo del unicornio al que iba a visitar con la vaca todos los meses, invitando los domingos al enano a tomar cacao, trayendo él de su bizcocho de limón; y ganando el lechero mucho dinero, porque todo el mundo le volvió a comprar de su deliciosa leche.
 FIN
                                       
            
 
 
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