La liebre magnífica, 2 parte
Entonces, cuando creía que no vería a nadie nunca, surgió a su paso una nube de humo y un espíritu del bosque le dijo cuando Revoltoso le expresó el motivo de su preocupación: -Existe un único modo de liberar al rey y es encontrando a la liebre.E s una liebre que si frotas sus orejas cinco veces y tocas su rabo y pronuncias las palabras: - "¡Bendito rabo, rabito, si te toco y pienso en un mal, ese mal lo quito!", expirará el mal que acechaba al centauro.
Revoltoso antes de tomar una respuesta vio, para su sorpresa, que el espíritu se volatilizó y en mitad de las sombras de la noche el niño se puso a correr y a buscar a la liebre que no se la reconocía por ninguna parte. Al término de unas horas de peinar Revoltoso cuestas y bajas arboladas vislumbró unas orejas tras unas zarzas y se tiró el zagal sobre ellas y entendió que era un zorro que escapó gruñendo. ¡Cáspitas! Eso desesperó al hijo menor del labriego hasta límites insospechados y veía que la madrugada pasaba y que no había modo de dar con la maldita liebre. A cada graznido de cada ave giraba el chico la vista y a cada susurro de cada hoja se abalanzaba a comprender el sonido por si acaso.Revoltoso penetró tierras más espesas donde la cantidad de fronda nublaba su ligera orientación. Cruzó caudalosos arroyos, atravesó arboledas y costeó los ríos que corrían bosque abajo. Revoltoso daba por hecho que sus intenciones tendrían utilidad y es que andaba sin cesar y no divisaba a la liebre magnífica por ningún lado. Escuchaba a los lobos que aullaban y el niño tuvo que huir de un oso enorme y voraz que casi lo devora. Y tanto huyó el asustado Revoltoso, que antes de lo que imaginase, resbaló con una rama mojada y se precipitó
dentro del agujero de una comadreja.
El animal tomaba unos churros con un gorrión, y los dos, creyendo que quería colarse el intruso, le pegaron un picotazo y un puntapié y el niño salió con un enérgico brinco del hogar. La comadreja le gritó
al tiempo que Revoltoso se marchaba por patas: - ¡No te he invitado que yo sepa! ¡¡Aguafiestas!! –Revoltoso no hizo caso y no se separó de la dirección en la que iba y mantuvo sus esperanzas. El oso de antes por casi se lo come y ahora le dolían los costados de la patada recibida y de los golpes y caídas del trayecto. De todas formas, estaba vivo que era lo que contaba.
Revoltoso deseó ver a la liebre al aventurarse unas horas más a través de un pantano en el oscurecido corazón de la selva. El chico se embarró el cuello y se enlodó hasta el cabello y le arrancó el pantalón un monstruo irreconocible que asomó de las cenagosas aguas, pero del que se libró por hacerse con una piedra y defenderse lo pertinente para no ser alcanzado por la criatura que dando aletazos y mordiscos casi lo destroza al menudo Revoltoso. Y ciertamente eso no
fue lo único, puesto que una nube de tábanos le picaron las piernas y los muslos y es de lo que no se olvidó al tenerse que rascar hasta la saciedad. – No cabe duda que la liebre habrá elegido otro camino más
transitable. ¡Es de pura lógica! –se dijo.
El pantano era muy extenso y le costó librarse de las aguas que le atascaban los pies, le molestaban y le impedían apenas desplazarse a buen ritmo. Al recorrer dichas tierras y quilómetros de vergeles, Revoltoso se internó en una garganta seca y de piedra que se abría
entre dos cordilleras al distinguir otra vez a la liebre que se metía por allá. Revoltoso pisó fuerte y aumentó la velocidad, enfilando el paso de la garganta que le costó cruzarla casi todo el resto de la poca tarde que quedaba. Al fin, el chiquillo identificó a la liebre
magnífica subiendo el tramo final de garganta y avanzando hacia una pradería donde abundaban yerbosas colinas verdes. La liebre se metía detrás de una colina y reaparecía delante de otra y así hasta que el joven acabó mareado y con un terrible dolor en los tobillos. ¡Qué rápido corría el animal! ¡Uy! ¡Corría rápido, rápido como un destello!
Había unos enanos que jugaban dichosamente a la pelota y faltó poco para que Revoltoso tropezase con el balón cuando pasó ante ellos como alma en pena que lleva el diablo. La hierba era tan alta que le costó
al chaval detectar bien a la liebre que brincaba y se ocultaba en la indomable vegetación. Al niño le fallaba el aliento y estaba a punto de desfallecer. La liebre se iba alejando de nuevo y Revoltoso aminoraba el paso. Casi la pelota le dio en la cabeza al rozarle unos
pelos antes de cruzar las colinas. La liebre se escurría por cualquier escondite y no había manera de no desubicarse con el animal. Eso a Revoltoso le mareaba y el animalito que no se detenía con brevedad
desapareció como un espíritu al ser inalcanzable.
El hijo del labriego atravesó luego campos salvajes que le dejaron delante de unas charcas nutridas por herbazales y flores antes de que se le escapara otra vez la liebre. Las charcas se hallaban rociadas con la magna luz del arco iris otorgándole esplendor al agua y a la
fértil flora, permaneciendo el cielo camuflado por un mantón de nubes, extendiéndose allá más y más abundancia de bosques. Revoltoso se sentía tan fatigado que reposó un rato y se fijó que en las charcas nadaba un pato que le dijo que si le quitaba la pluma más larga, que al cogerla, se desplazaría donde imaginase. No fue sencillo para Revoltoso aguantar el cansancio que le vencía. Revoltoso se mojó el rostro en las charcas y apretando el paso pensó que quería estar donde se situaba el ave.
El pato tampoco se lo ponía fácil al plumear, parpar y revolverse sin permanecer quieto, y lo tenía delante! Cuanto más excitado se ponía Revoltoso al no atrapar la pluma, más se agitaba el pato que fenomenalmente se lo pasaba de observar tan apurado y sudoroso al niño que protestaba y estaba al borde de la desesperación. El chiquillo comprendió entonces que no era el modo de hacer las cosas y serenándose fue remirando cada pluma del pato que se quedó esta vez casi quieto, y reconociendo una pluma que rutilaba más
que el resto, cuidadosamente se le quitó y el ave felicitó al niño que se sintió orgulloso.
que el resto, cuidadosamente se le quitó y el ave felicitó al niño que se sintió orgulloso.
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