Clavel

Había una vez una joven llamada Clavel que su hermosura era soberana y que su alma era más clara que la luz del alba. 
      Era una princesa tan bella que hubiera enamorado a cualquier hombre sólo con que la contemplara. Cuando niña al salir a recoger flores en los andurriales de la primavera tuvo la malaventura, cerca de palacio, de ser despojada de su buena vida por culpa de una horripilante hechicera que era el terror de esos lares y que se la llevó lejos, muy lejos.
      Los dominios del rey tenían controladas todas las anchas y vastas tierras, propiedades todas del soberano. Pero había zonas, oscuras y profundas partes del bosque, donde nadie se atrevía a profundizarse. Allí llevó la hechicera a Clavel y durante años y años la tuvo encarcelada en un calabozo, no subterráneo, que se ubicaba en lo alto de una loma. 
      Desde palacio, si uno agudizaba la vista, era capaz de ver esa solitaria y tenebrosa prisión. Clavel generalmente estaba sola y la mayor compañía de la que gozaba era la de sus propios cantos melancólicos o soñando cuando dormía en una sucia manta bajo la luz de las estrellas. La hechicera se pasaba una vez al día y le daba una escudilla con sobras y pan rancio y mordido a la prisionera.
      Siempre la mujer se burlaba de la princesa o la insultaba, o de cualquier modo, la maldecía y auguraba que tendría un futuro mísero y desafortunado. Eso hundía bastante la moral de Clavel. - Serás una desgraciada. ¡Ja ja ja! Una pobrecilla e irremediable desgraciada –la zahería con palabras duras-. ¿De qué sirve tu alegría, si es que de verdad estás alegre, si no tienes con quién compartirla? 
      Y la princesa se deprimía otras veces. Y otras muchas tardes, antes de caer el sol, lloraba tanto que los ojos le dolían. - No llegarás a nada en la vida –la recriminaba la hechicera también por las mañanas-. ¿De qué sirve tu belleza si nadie te puede ver? ¡Qué pena das! ¡Lástima, niña arrogante! Y otras tantas veces Clavel se desanimaba o rompía a llorar cuando quedaba de nuevo sola y la hechicera se iba soltando una carcajada o pegando con desprecio una o dos patadas a los barrotes de la celda.
      En aquellos años lo único que le pidió a la hechicera la hija del rey fue una vela para encenderla cada vez que anocheciera, pues así la oscuridad cerrada y terrible de la noche no la acosaría y asustaría tanto. De esa forma, cada anochecer, siempre, nunca fallaba, y la princesa alumbraba el calabozo con la vela y así conciliaba mejor el sueño. 
      Durante tanto tiempo duró esa prisión que Clavel se olvidó hasta de su identidad y los reyes dieron por hecho que falleció lejos del reino y desde años la creían por muerta. Muchos animales que pasaban les daba pena la princesa, pero no podían remediar de forma alguna, puesto que sabían que si intentaban liberar a la mujer la hechicera les arruinaría la existencia o les maleficiaría en alimañas como hizo con un zorro y dos lobos que la desafiaron. 
      La malhechora: contaban que habitaba en una fétida cueva abandonada en el corazón de aquella selva de árboles malditos que, en la nocturnidad, gemían, se retorcían sus troncos, aplastaban a los pájaros que se posaban en sus copas y muchos estaban secos, renegridos y marchitos. La hechicera aparecía y desaparecía y podía irse de un punto a otro en cuestión de segundos aun habiendo recorrido en ese espacio de tiempo distancias inconcebibles. 
      Debido a ello, las gentes del reino se mantenían a salvo, y siempre medio protegidos de esos indomables parajes. Una tarde de verano, no obstante, un caballero que provenía de remotas tierras y que por casualidad pasó por allí, escuchó el canto maravilloso y divino de Clavel aflorando de su voz una música cálida, floreciente y arrobadora. ¡Qué lindo era escucharla! ¡Era prodigiosa! 
      La canción se alargó durante un tiempo prolongado y desde leguas del bosque fue conducido el caballero hasta el calabozo de la princesa gracias a la música que le despertó la curiosidad. Pero todavía no llegó a la loma el joven y el sonido lo volvía a apercibir distante como si en segundos hubiera marchado aún más lejos la música. Pero el caballero no desistió y siguió, pegando el oído a esas canciones que oía día tras día, semana tras semana. 
       Muchas veces la princesa, por otra parte, se imaginaba que estaba con sus padres y que les abrazaba y que bailaba con su familia y los suyos. Pero después le aplastaba la realidad a la prisionera y desde aquellas alturas del bosque, sobre la loma en la que se hallaba encerrada, contemplaba el palacio con sus chapiteles y sus torres esmeraldas y brillantes. Parecía que la chica lo tenía al lado, pero al poco se decía que la distancia era tan larga que le daba la sensación de que se situaba en otro mundo lejano e inaccesible. 
      Muchos seres vivos del bosque no se atrevían a rescatarla por lo que menté antes y porque era evidente que el fuego en las tinieblas nocturnas no les ofrecía confianza y muchas criaturas rehuían de esa llama que, en todo caso, les aterrorizaba. Ningún hombre tampoco se aproximaba a la alta y boscosa loma, pues se hablaba de que espíritus oscurecidos por un mal y fantasmas que eran hijos del diablo pululaban por allá.
      Algunos peregrinos vieron a la princesa de lejos, pero haciendo caso a malas lenguas, no obstante, se largaron de allí pitando. Contaban que muchos héroes que cruzaron esas tierras adentro no regresaron a sus hogares y no se supo, en vida, absolutamente nada de ellos. Pero el caballero, antes nombrado, era apuesto y bizarro, y era cierto que en bastantes de sus recorridos veía a lo lejos, bajo la luz de la luna (cuando dejaba de cantar la joven al esconderse el sol), la vela que titilaba y que encendía la princesa y se creía en el fondo que era la hoguera de alguien que viviese por ahí. 
      Y, como el fuego al caballero le proporcionaba y le proporcionó confianza, siguió avanzando leguas y leguas por la noche, despertado por esa luz que parpadeaba con continuidad, manteniendo la cautela a cada paso y cabalgando con premura. A medianoche, una vez, un búho visiblemente viejo que sobrevolaba varias copas aterrizó casi delante del caballero cuando el hombre se detuvo a hacer una breve pausa para llenar la bota en un río. 
       - ¡Uh-uh! Bien. Te llevo siguiendo desde antes de entrar en esta selva abrumadora y maldita –ululó el búho-. ¿En qué piensas, insensato?... ¡Es que quieres morir, hombre de armas! –le previno al final. - ¡Me ha llamado un canto por el día y una luz por la noche y no puedo resistirme a saber de qué se trata! ¡Una fuerza me empuja a ir hacia ese punto! –e indicó el caballero la remota vela que brillaba en la lejanía montándose en su bravo caballo. 
       -Sé que poses un corazón noble y valeroso y que no dejarás de lograr lo que te propones, pero sí que te puedo dar esta llave. Con esta llave podrás abrir una caja que se encuentra escondida. ¡Espero, bien pues, que tengas la fortuna de hallarla! Uh-uh. No tengo a quién tender mi auxilio y soy un búho anciano que mañana al amanecer moriré. Con esto sólo te pido que le saques buen uso y que si superas tu propósito, al regresar, pases por aquí y me entierres con los honores que merezco... Uh-uh.
      - Bien. Te doy mi palabra de caballero que así será –prometió con nobleza y solemnidad el hombre de armas. El búho le tendió la llave y el caballero con un saludo fugaz se marchó y dio continuidad a sus pasos. Y poco fue lo que el joven paró. 
      Mientras durante ese mes estuvo pensando para qué valía esa llave porque el búho se la dio, pero no le explicó su utilidad, una vez a la hora del almuerzo, cuando cazó una perdiz y la comía en una improvisada hoguera que hizo, vio que bajo la tierra y la hojarasca del suelo, había un cofre oxidado y desvergonzadamente antiguo. Eso era más que una sorpresa se dijo. 
      El caballero lo cogió, lo examinó con cuidado, y al meter la llave en la cerradura, la caja al momento se abrió emitiendo un chirrido fantasmal. Dentro vio había un precioso manto engastado de piedras preciosas y rubíes. Después el caballero se guardó la llave y se puso el manto. Nada más hacerlo se volvió invisible y era infinitamente más rápido. 
      De esa forma se movió mucho mejor y pronto, antes de terminar la noche, llamado por la vela y su llama parpadeante llegó donde se encontraba Clavel que estaba tumbada, sucia y agotada en el calabozo nauseabundo. Cuando iba a sacar la llave para liberarla, la princesa despertó de su sueño y suplicante se agarró a los barrotes, pidiendo que le sacaran de la prisión, y la hechicera de pronto se interpuso entre la figura invisible del caballero y la cerradura, y dijo que quién fuera que se mostrara si no quería morir al momento. 
      El hombre no se descubrió y aprovechando su estado de invisibilidad cortó a la malhechora la cabeza que rodó loma abajo, libertando a Clavel que se tiró a sus brazos besándose la nueva pareja con amor al quitarse el caballero el manto. ¡Oh! ¡Fue fantástico! De vuelta, el caballero no olvidó su firme promesa y encontrándose al búho muerto a los pies del árbol donde lo conoció le enterró con los honores que merecía, restableciéndose el bien en esos parajes. 
      Y, al final, Clavel y el caballero tuvieron muchos hijos en su regreso a palacio, celebrando los reyes y el pueblo la noticia, quedando esa fecha para la historia del reino como día festivo. 

       FIN

Comentarios

  1. Me encantan las historias de princesas, caballeros... los cuentos que acaban bien... La lectura de tu cuento es una vuelta a la niñez. SAludos.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  3. Gracias por compartir, las historias de princesas me encantan

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    1. Muchísimas gracias. Es todo de mi autoría. Me alegro que te guste! Aquí te espero con las puertas abiertas para leer! Un saludo cariñoso !

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