Bildi Pellejo de Lobo

Érase una vez un hombre llamado Bildi que de niño fue abandonado en las montañas y no le quedó otra que subsistir a la furia y hambre de las fieras, a las inclemencias del viento y a los peligros más ocultos. Bildi como fiel solitario desde crío vivió en soledad y al margen de la bulliciosa humanidad y como fue abandonado siendo un recién nacido no se acordaba ni de quién eran sus padres y mal no miento que poco le importaba. 
      Cuando Bildi, que era mudo al no poder hablar, cumplió la mayoría de edad se hizo un adulto fuerte y corpulento y se enfrentó al lobo más terrible de las montañas y para taparse arrancó su piel y en adelante fueron las ropas que le abrigaron, pues por tales tierras siempre soplaba rasca y anochecía temprano. La piel del vencido lobo le protegía el cuerpo al salvaje y caía sobre su melenuda cabeza tapándole parte de la faz y descollando los colmillos de la fiera a cada lado de la cara, llamándole por dichos lares, por eso, Bildi Pellejo de Lobo. 
      Dormía el solitario bajo la luz crepuscular y con el primer rayo del día se despertaba y salía salvajemente a cazar. Bildi se escurría por cualquier rincón de los bosques de abajo y por las tardes se solía sentir solo, pues no dejaba de ser un salvaje y joven solitario que vagaba en silencio para no morir ante las duras adversidades del entorno. 
      Bildi en tanto en cuanto se bañaba en un estanque donde oía el canto de los canarios que se arrimaban a las orillas para deleitar al hombre cuando se remojaba relajándose al terminó de cazar, y si fallaba en tal arte no le quedaba más solución que pescar con la habilidad de sus propias manos y se tiraba horas hasta que se llevaba algo a la boca y se saciaba con gusto.
      Bildi solía nadar con el zorro Grumo al que intentaba con cariño hacer ahogadillas, pero el animalito esquivaba cada intento y al final acababan buceando y descubriendo la cantidad de minerales y piedras preciosas que reflejaba el fondo que resplandecía con hermosura. - ¿Te imaginas elaborar un collar con estos manjares caídos del cielo? –preguntó Grumo a lo que su amo asintió con mudez, pero bastante expresividad. 
      Y si no iba al estanque Bildi se pasaba por una cascada que mucha del agua procedía de las montañas donde fluía intensamente, hasta llegar a tal recóndito lugar donde desembocaba con majestuosa bravura produciendo un sonido reverberante y hermoso que sumía al hombre salvaje en una de las mayores paces que existían en el mundo. 
      Si la pereza se cebaba con Bildi y Grumo se quedaban dormidos fruto del cansancio y se colocaban en las orillas de la cascada donde crecía una hierba tan abundante que era como tumbarte sobre un colchón atestado de suaves almohadones donde podías hasta rodar y descansar casi durante la eternidad. Con el paso de los años la amistad entre Bildi y Grumo fue consolidándose y no había actividad que no practicaran ambos, puesto que los dos se hallaban igual de huérfanos y en eso se sentían incurablemente desdichados haciendo, por ello, tan buenas migas. 
      Había una zona del bosque que la pareja no frecuentaba, pues enormes telas de arañas dominaban dicha parte donde malvivía Cloti, la señora de todos los arácnidos, siendo bajo la luz diurna una bruja achaparrada y encapuchada que luctuosamente andaba y desgraciaba al que se enfrentaba a ella, siendo eliminada solamente si las primeras luces de un amanecer le rozaban. 
       Como se hallaban en pésimas condiciones, Cloti y las remanentes servidoras empezaron a expandirse y a reproducirse y ahora era una plaga inconquistable que cualquier ser viviente temía no atreviéndose nadie a pasarse por donde se reproducían y movían los espantosos insectos. Muchos lobos de las montañas que se creían los reyes no menos empezaron a acobardarse y a temer a Cloti al engullir la nauseabunda criatura a una abundancia de lobos y osos que por dicha razón no se atrevían a hacerle frente, pues a la mayoría se los tragaba de un fiero bocado o practicaba una bola con sus pegajosas y atrapantes redes hasta llevarlos con malicia a su guarida y reservarlos para las pantagruélicas meriendas. 
       Era tal el penetrante miedo que se extendía por las montañas y terrenos vecinos que nadie jamás se envalentonó en colocar un pie sobre el hogar del insecto. Cloti era inigualablemente agresiva y su sed de odio, su insaciable hambre y capacidad de cazar le convertían en una rival casi indestructible. Sus patas y su abdomen eran peludos, el tamaño se equiparaba al de un elefante y la docena de ojos eran negros como el carbón. Lo fascinante es que poseía el don del habla y conocía cientos de lenguas marginales tanto de hombres como de animales. - ¡Aquel que se interponga a mis deseos le maleficiaré y padecerá un oscuro porvenir! –anunciaba mientras garbeaba bajo las sombras nocturnas de las arboledas. 
      Eran muchas las veces que Bildi, cuando roncaba Grumo en la entrada de su cueva, le llegaban los chillidos y las maldiciones de Cloti que usualmente merodeaba bajo la luna y durante las noches más cerradas, inciertas y umbrías. Era triste cuando Bildi paseaba por las mañanas con Grumo y se encontraban muchas veces parte de los cadáveres que fue dejando ayer la terrible araña y el horror que sembraba a su paso con impiedad. 
      Y más les apenaba al salvaje cuando se encontraban algún animalito que les narraba el terror que vio y los familiares o amigos que Cloti y sus secuaces atraparon y devoraron con ansiosa tragonería. - Tenemos que hacer algo al respecto, Bildi –se pronunciaba no menos veces Grumo a lo que el hombre salvaje al ser mudo respondía pensantemente y aprobando con la cabeza con lentitud. 
      Mal no miento si reconozco que a los pocos días aconteció que a la madre de las hadas del bosque se la jaló la insaciable Cloti durante una brumosa madrugada y las restantes manadas de arañas mataron a las otras hadas y a cientos de seres pacíficos que los vieron de nuevo Bildi y Grumo postrados sobre la hierba o al pie de algún árbol al madrugar más de la cuenta, aunque se escondieron por sensatez cuando las alimañas pasaron cerca de la pareja. 
      Y con el tiempo los acontecimientos se fueron complicando hasta que Gloti y las suyas se les consideró el mayor peligro nunca antes vivido, siendo poquitos los que se atrevían a salir por las noches de sus hogares, madrigueras y escondrijos por miedo a que la violenta tarántula y el séquito de arañas se los comieran o los capturaran para ser luego torturados, enredados bajo el pegamento de sus redes y al final terroríficamente comidos.
      Bildi Pellejo de Lobo, durante un largo día de caza con Grumo, descubrió que la expansión de Gloti y las arañas había ido en aumento y que por cualquier sitio por el que pasaras tropezabas con telarañas y con alguna que otra fea sorpresa. ¡Nunca sabías con lo que te podías cruzar por esas tierras misteriosas! Bildi durante un triste atardecer sin meditarlo pasó con Grumo al lado de la morada de Gloti sin apercibirse de ello. 
      La araña colgada en el fondo de su guarida se le distinguía por el llamativo resplandor que proyectaban sus ensangrentados ojos ante el esplendor del silencio. - Me da que nos hemos metido en la boca del lobo… –murmuró Grumo al descubrir donde estaban por desventura. 
     Bildi asintió cautelosamente preparándose para cualquier ataque por si se lanzaban sobre ellos una numerosidad de rabiosas arañas y les mordían, envenenaban y aplastaban. Sin embargo, no ocurrió eso ni mucho menos, aunque sí que emergieron con pachorra arácnidos de las tenebrosidades de la cueva a los cuales precedió Gloti que era respetablemente más monstruosa, negruzca y corpulenta. Bildi no supo si tirarse sobre la bruja o prepararse para cualquier susto y Grumo adoptó una postura alarmante y se le erizó la cola tanto como a un gato, pero permanecieron en el puesto sin ni siquiera pestañear y manteniendo la compostura.
      Y como Bildi era mudo no pudo hablar y cada cosa que quería expresar lo hacía Grumo y se lo transmitía a la araña y a sus siervas que asimilaban lo que oían con interés. Y Gloti pactó que no se los comería si Bildi se dejaba las barbas y las uñas largas sin cortárselas durante los próximos seis años. Y que no podría limpiarse los dientes y quitarse las legañas y tampoco retirarse la suciedad que le fuera enfangando la piel ni bañarse por muy sucio y fétido que estuviera.
      Si cumplía con aquello durante el plazo requerido, Gloti haría todo lo que le pidiera Bildi y si malograba el hombre salvaje en su propósito, la bruja arruinaría tal país y se zamparía a él y al zorro Grumo sin contemplaciones. El primer año que vino se hizo aún más duro, puesto que Bildi le picaba la faz por la cantidad de pelo que le creía en la cara al igual que en los brazos, por la mugre que le amarilleaba la dentadura, aumentando tanto la largura de su barba que casi terminó por pisársela con fastidio. 
      Grumo se lo hacía lo más ameno posible y cazaba para que el amo no tuviera que realizarlo y le animaba, pues el zorro era un notable conversador y con sus ánimos le infundía confianza en el futuro a Bildi, prometiéndole que ese esfuerzo cobraría recompensa y que merecía la pena tanta tortura para el premio que sería de por vida. 
       Los otoños eran casi inacabables y duros: el bosque se desnudaba, el viento raspante gobernaba los negruzcos cielos, las hojas cubrían la mayoría de los caminos que eran impracticables, los pocos osos y lobos cazaban más aún y la araña se ponía morada, llenándose ella y sus sirvientas el buche con los animales que mataban, colgando la mitad de los cadáveres en la entrada de sus hediondos dormideros y cuevas. 
      El otoño era una estación que avisaba del peligro y del frío que se avecinaba, encharcándose parte de los bosques por el exceso de lluvias. Habida cuenta de que, Bildi durante tales periodos lluviosos, entrevió a través de la oscuridad del bosque la figura de la bruja andando por el día sin la apariencia de tarántula al no asomar aún la luna. ¡Uh! ¡Era horroroso verla andar, maldecir y oscurecer todo lo que manipulaba! 
      Los inviernos se desarrollaban con pesadez y el hielo congelaba las uñas negras y largas de Grumo que al cabo de los tres primeros años aguantó hasta que se le partió una de un dedo índice, pero como Bildi no la rompió eso no afectaba al trato que acordó con la bruja que no descuidaba su atención nunca del hombre salvaje y le espiaba hasta bajo la luna siendo araña y sin ser vista, disfrazada en las umbrías tinieblas. 
      Al hombre salvaje le aparecieron constantes rojeces por no enjabonarse y el cabello se le enmarañó y encrespó de descuidarlo tanto, y las legañas secas se le acumularon de tal modo que parecían piedras mugrientas pegadas bajo sus párpados. ¡Cuánto padecía el flagelado Bildi! ¡Uh! ¡Creía que a ese paso no resistiría demasiado!
      A Bildi también le dolieron algunas muelas por las caries y al dormir no sabía ni dónde meterse la barba porque o, bien se la aplastaba con su propio peso o bien se despertaba interrumpiendo su sueño al tragarse, sin quererlo, algún que otro pelo. Las primaveras se hacían tediosas y calurosas como los veranos y no le quedaba otra que refugiarse bajo la montaña y preparar un fuego, mientras Grumo traía presas sabrosas para cocinar y sobrevivir, ya que en el país la primera estación era el otoño, luego el invierno y bien luego los períodos de calor. 
      Lo bueno es que Bildi se mantenía informado por las aves que le visitaban y durante sus baños con el zorro en el estanque donde los canarios le cantaban las últimas nuevas. A Bildi le sudaba todo el cuerpo, los brazos, los sobacos y le brotaron granos por el rostro y en los dedos de no hidratarse y de tanto maltrato físico. 
      Le olía tanto la boca a su amo que, Grumo las más veces, se tenía que apartar unos metros para mantener una conversación fluida con su amo y para soportar los hedores que desprendía el lamentable hombre que cada año no podía apenas ni caminar de la longitud de sus uñas, ya que si se movía más de la cuenta podría quebrarse cada una de ellas, produciéndole heridas al tirar tanto de la carne y de los dedos del pie que con los meses se pudrían.
      Lo que más preocupaba a Bildi es lo que le narraba Grumo al retornar de sus tensos ratos de cacería: la devastación que estaba provocando Gloti, la cantidad de muertos que sembraba por cada lugar que concurría, la oscuridad que iba creciendo a marchas forzadas, la maldad que se expandía por las montañas y tierras aledañas, y los ejércitos de tarántulas y venenosas arañas que invadían y arrasaban con mordacidad todo. 
      Nadie sabía honestamente lo que hacer y Bildi se desesperaba al no poder apenas desplazarse por las uñas afiladas que le impedían apenas moverse y por las barbas copiosas que le imposibilitaba correr en condiciones normales y con libertad, padeciendo la rara sensación de hallarse en el estado decadente de un anciano, combatiéndolo gracias a la atención y el cuidado de Grumo. 
      Bildi se propuso que ayudaría a todo aquel que lo necesitase y a primera hora salió, los siguientes años, junto con el compañero zorro para actuar con la mayor de las grandes bondades. Les dio mucha pena cuando durante una tarde distinguieron ambos los lloros de una ardilla que se desubicó y no había manera de rejuntarse con los suyos y los berreos del animalito escandalizaban al aire y el ruido resonaba hasta por las vecinas cumbres montañosas.
      - ¡Si que tiene que estar mal para lamentarse así! –dijo Grumo cuando se aproximaron y su amo asintió con reserva. Bildi tuvo que echarse para atrás al igual que su mascota para que la llorosa ardilla no les mordiera al pensarse que pretendían hacerla daño. Grumo le aseguró al animalito que lo único que querían era solucionar sus problemas y que no iban malintencionadamente. 
      A pesar del aspecto zarrapastroso de Bildi y de la cantidad de suciedad que arrastraba se dejó apoyar el animalito y Grumo con el agudo olfato que tenía se puso a olfatear centímetro a centímetro los alrededores y llegó un momento en el que vieron que era inútil el esfuerzo, pero, antes de rendirse, la mascota de Bildi detectó a medio quilómetro, bajo un encinar, a los padres de la ardilla y el animalito se contentó y le salvaron de su fatalidad. 
      ¡Oh fue emotivo! ¡Qué jubilosos se pusieron los familiares y cuánto le abrazaron sus padres a su hijo!

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