El hombre de los pensamientos
Érase una vez un hombre que pensaba tanto que las ideas salían de su cabeza y tenía que enfrascarlas, siendo un hombre que era de otro siglo pero que gozaba casi de inmortalidad. Y otras muchas se las tragaba si tenía hambre hasta que un día tenía tantos pensamientos que no sabía dónde guardarlos. Los días que al sabio se le aturullaban las cavilaciones le salía hasta humo de las orejas como chimeneas. Era un hombre rubicundo, de mofletes rosados y muy aficionado al vino español. Es más, no había ocasión que no dudara en beberse una buena copa siempre que se le presentaba la situación (que era diariamente). Su barba se torcía al final del recorrido y era tan descaradamente abundante que casi rozaba la barriga. Edmundo no era más que un hombre solitario y ermitaño. Mantenía más relación con los enanos que con sus semejantes y como pensaba a todas horas apenas si hablaba e ignoraba en su mayoría al resto de humanos que eran necios y encima charlatanes. Tenía cuidado de no pen...