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Mostrando entradas de febrero, 2022

El trol y el pastelero. Parte 2

        El repostero le miró con los ojos bien abiertos y con su delantal y gorro de pastelero. Antes de que nadie dijese nada, los policías a caballo de hace semanas que se encargaban de la vigilancia de dicha aldea, le gritaron y amenazaron al grandullón. El pastelero dio un salto y se metió en la tienda. Los policías rodearon el establecimiento y al final la criatura escapó por una salida trasera. El apresurado trol, si bien es verdad, huyó al bosque al perseguirle los policías incansablemente y se encontró que sin querer se había llevado el gorro del pastelero sin saber el motivo. Dentro vio que había unas galletas desmigajadas y un par de panecillos dulces. Como al trol le sonaban las tripas y no encontraba caminantes por los senderos de los bosques colindantes, a los cuales buscó en vano y ansiosamentedurante media docena de horas, terminó por comerse con desgana lo encontrado dentro del gorro del pastelero. -         ...

El trol y el pastelero Parte 1

Érase una vez un trol que, como todos los troles, le encantaba sembrar el terror por aldeas, comerse a hombres y ser temido entre las gentes. Solía andar normalmente con la compañía de su sombra tras de él y dialogaba, si se lo proponía, con el silbante viento. Era, para haceros una idea, un trol que normalmente no se relacionaba con otros semejantes ni tampoco con ogros, gigantes u otras temibles criaturas. La criatura calzaba unas botas holgadas y se tapaba poco más que con unas telas rasgadas que le ocultaban la cintura y el pecho. Era irrebatiblemente tonto y le encantaba cocinar a los hombres que capturaba en las montañas para asarlos, estofarlos o en tanto cocerlos en sus solitarios banquetes de la noche.         El trol cantaba, si se lo proponía, pero cuando se ponía a ello lo más que arrancaba su torpe y gorda garganta era un sonido rudo y violado por la aspereza y la ronquedad, que lo único que provocaba era molestia y un fuerte dolor de cabeza a todo ...

El duende del bosque

  Érase una vez un joven príncipe de un fructífero reino que cabalgaba muchos días por arboledas que se pegaban enfrente del colosal castillo. Al hombre le encantaba trotar con su caballo bajo los árboles y sentir el calor de la luz en su rostro.            El príncipe podía llegar a pasar todo el día bajo la sombra de los árboles y jamás había cosa que más le gustara y ningún animal le atacaba porque sabían que era el sucesor de la corona.               Un día el heredero se dispuso a salir, pero esta vez quiso hacerlo solo y negó a los soldados que le ofreció su padre, el rey, para que le acompañaran cabalgando como era tradición.           Y sin pensarlo ni una sola vez, se alejó del castillo a paso raudo hasta que se internó en el frondoso bosque. Decidió pasar un largo día, y así fue, jugó con su caballo, se bañó en un río y leyó un libro a las piernas de los árboles a la v...