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La rata del oro

Hace poco tiempo en un reino prolífico y verdoso se divulgó por las calles y campos que una rata que merodeaba a sus anchas era capaz de producir oro. Nadie la había visto excepto el rey y ofrecía una suma alta de dinero al afortunado que la encontrase y entregase con vida.     Un niño que era propenso a las salidas y que no sabía nada de todo aquel revuelo se encontró con la rata y se encariñó con ella como con ningún animal y se la enseñó a su hermano gemelo que vestía igual que él. Uno iba de verde con un calcetín sobre la cabeza y con calzones largos y camisa del mismo color, y el otro se presentaba igual; pero sus prendas eran de color azul. -          ¿Dónde la guardamos? Tendremos que llevarla mañana ante el rey –dijo el gemelo de verde.  -          Eso haremos, hermano, mientras tanto la dejaremos en esta caja debajo de la cama –dijo el gemelo de azul.  -    ...

El Bribón y las trece princesas

Érase un jovenzuelo popularizado a decenas de leguas a la redonda por la cantidad de veces que se fue de fiesta. No había mujer que no le conociera. A cada fiesta que iba montaba un inolvidable espectáculo en el que le convidaban a copas, las mujeres se le rifaban, y le pedían que no se bajara de las mesas para dejar de bailar. Su fama llegó a oídos de los mayores aristócratas y a ellos les llamó tanto la atención el caso que algunos se lo comentaron al Rey. Dio la casualidad que el soberano celebró un convite donde fueron los mejores y más respetados taberneros, camareros y cocineros del reino.    Cada uno de ellos conocía al dedillo la historia de El Bribón y no había camarero que no le hubiera puesto una copa, cocinero que no le hubiera preparado un plato, o taberneros que no le hubieran servido. El Bribón, sin lugar a dudas, fue invitado a la celebración donde el Rey hizo gala de sus más caros y lujosos ropajes. Esto, pues, se celebró en una de las salas más grandes d...

El ganso bailarín

Había una vez un niño que heredó de los fallecidos padres una hacienda y que gracias a un mago podía transformarse en adulto sólo con rozar el capullo de una rosa mágica. Si Joselito tenía que presentar cualquier índole de papeles o hacer los trámites aburridos a los que se debían a veces los mayores, pues acariciaba la flor sobrenatural y se acogía a esa apariencia para esas gestiones; ya que si mostraba su verdadera imagen no haría esos deberes y tampoco nadie le tomaría en serio al ser un niño metido en asuntos serios.  Joselito era una persona tímida e insociable por la razón que cuento. Las pocas relaciones que granjeaba en el colegio se las ganaba para pasar desapercibido y no llamar la atención, para que nadie supiera que tenía la virtuosa capacidad de madurarse como una fruta. Joselito hacía vida íntima y él solo se ocupaba de las tareas de la hacienda donde tenía cerdos, vacas, caballos, cabras, ovejas, pollos, perros, gallinas y un ganso que era de los animales que más qu...

El hombre de los pensamientos

Érase una vez un hombre que pensaba tanto que las ideas salían de su cabeza y tenía que enfrascarlas, siendo un hombre que era de otro siglo pero que gozaba casi de inmortalidad. Y otras muchas se las tragaba si tenía hambre hasta que un día tenía tantos pensamientos que no sabía dónde guardarlos. Los días que al sabio se le aturullaban las cavilaciones le salía hasta humo de las orejas como chimeneas. Era un hombre rubicundo, de mofletes rosados y muy aficionado al vino español. Es más, no había ocasión que no dudara en beberse una buena copa siempre que se le presentaba la situación (que era diariamente). Su barba se torcía al final del recorrido y era tan descaradamente abundante que casi rozaba la barriga.    Edmundo no era más que un hombre solitario y ermitaño. Mantenía más relación con los enanos que con sus semejantes y como pensaba a todas horas apenas si hablaba e ignoraba en su mayoría al resto de humanos que eran necios y encima charlatanes. Tenía cuidado de no pen...