Elfo del nácar

 Hacía muy mucho tiempo un rey cabalgaba por una de las regiones de su reino y tal es el caso que pasó al lado de un hermoso y florido jardín. Se maravilló tanto con esas plantas y esas fabulosas flores que mandó a la comitiva que parara y estuvo convencido que eso era obra de los ángeles o de seres divinos. Cuando vio que, entre tantas hojas y pétalos, había una mujer que era más bella que las constelaciones y que sus encantos no tenían parangón con ninguna otra dama de alta cuna, habló con el padre de ella y le pidió el consentimiento para casarse. Se esposaron así al final de ese mismo año, pero el padre mintió diciendo que su hija tenía la cualidad de que aquello que tocara lo convertía en nácar.
   Eso ilusionó más que bastante al rey que deseaba recubrir todo el palacio con ese excelente y caro material. Al cabo de los días acabaron contrayendo matrimonio y una noche cuando iban a ir a la misma alcoba real a dormir, el monarca la dijo: “Mira creo que es mejor que cada uno tenga su espacio así estaremos mejor, querida mía. Te voy a proponer que duermas tú en la alcoba más alta del castillo que también es la más cómoda y yo me quedo en este lecho que seguro es que mucho peor.”
   En verdad la nueva y austera reina no opinaba exactamente igual al rey, pues era más que reconocible que donde empezó a pasar las noches ella era un cuartucho estrecho, canijo y aislado de todo. Allí, las sirvientas que subían a hacerla la cama y a adecentarla el cuarto, la llevaban todo tipo de cosas como cuadros, piedras, sillas y cien mil objetos más de parte del rey para que la hermosa joven los convirtiera en nácar al palparlo con la yema de sus dedos.
   Como a la reina no le quedaba otra y no podía desmentir las falsedades que divulgó su padre y que juró y perjuró al rey tuvo que decir, como es obvio, que tenía ese don. Pero, como en verdad no gozaba de esa virtud, cada día que le iban trayendo cosas: mayor número de artículos se le acumulaban y antes de que se acabara la semana se echó a llorar una mañana cuando vio que más y más sirvientas subían más y más y más cosas... ¿Cómo lo voy a parar esto? ¡Si no tengo ni idea y soy una vulgar plebeya que no soy ni maga ni nada de eso! ¡Oh, Dios mío! ¿Qué haré? ¡Caray! ¿Qué haré? A continuación propinó una patada a una baldosa del suelo y de encima de la viga del techo se precipitó hacia abajo cayendo casi sobre la chica un elfo verdoso y estrafalario.   
   "¿Qué le ocurre, señora? ¡Veo que tiene mucho trabajo! ¡Demasiado trabajo, majestad!”, le dijo el elfo.
   “Y no te falta razón, pequeño”, respondió llorando desconsolada la reina. “Estoy con una desesperación tremenda no sé cómo arreglar esto.”
   El elfo, sin mediar palabra, se puso manos a la obra y las decenas de cientos de objetos que había destartalados y repartidos por todas las partes y rincones los transformó espléndidamente en bloques de brillante, luminoso e increíble nácar con sólo acariciarlos con la uña del dedo índice. El rey, luego, al verlo, se sorprendió y dijo: “Pues estarás no una noche; sino una semana entera trabajando y el doble de labor tendrás por lo bien que has ejecutado la tarea. Si no quieres que te deshonre, destierre o ahorque espero que lo hagas como es de merecer, querida mía. No falles, o bien, atente a las consecuencias.”     
   Estuvo luego horas y horas la mujer temiéndose lo peor y sabiendo que esa criatura benévola que le echó una mano no volvería. Intentó de nuevo hacer algo, pero por más que se puso más se dio cuenta que no era hechicera ni que poseía ningún poder mágico. Cuando, estuvo casi a punto de echarse a llorar, el elfo saltó del tejado como la primera vez y se ofreció a secarla las lágrimas con un pañuelo muy suave y limpio a diferencia de él que siempre estaba algo mugroso. ¡Qué inesperado! ¡No lo imaginaba la joven! Al secarla las lágrimas, el elfo se guardó el pañuelo y con calma y sensatez fue uno por uno convirtiendo en nácar cantidades de objetos viejos y cochambrosos, haciendo que la mujer se alegrase y se apaciguase, terminando con la ardua tarea al caer la noche.
   Tan generoso fue el elfo que invitó a tarta a la chica que esta vez lloró pero de felicidad y le dio varios abrazos, diciendo al pequeño que necesitara lo que necesitara sería un enorme placer contribuir en lo que sea ya sólo por el hecho de lo bien que se portó la criatura con la preciosa moza. Es sabido que esa dulce noche la mujer durmió envidiablemente bien.
   Al día siguiente, el rey se presentó de nuevo frente a ella con unos guardias cuando apenas la chica estaba recién despierta. Con una mirada satisfecha dijo: “Sin duda, has trabajado con primor y tu excelencia me dice que te has tomado mucho interés, punto a favor para ti porque quiere decir que si te molestas, por ende, funcionas con genialidad, querida mía.”
   Le dijo después el rey a la bella mujer que tenía una semana entera para trocar en nácar todo lo que la subieran los sirvientes reales. Si hacía bien ese trabajo pasaría a dormir con el monarca en su mismo lecho y su vida cambiaría para mucho mejor. Habida cuenta de lo sucedido la joven reina estuvo ese día pensando mucho y supo que si fallaba esta vez, que era la oportunidad única de salvarse de los padecimientos que sufría, no contaría con otra ocasión parecida. Ella sabía en el fondo que estaba perdida y que la suerte que tuvo las veces pasadas fueron y serían milagros puramente irrepetibles.
   La reina se fue desesperando más a medida que vio que un montón de hombres corpulentos y bien ataviados la iban subiendo mesas, sillones, sillas, lámparas y un montonazo de cosas más que se iban apilando, formando pirámides de muebles y densas selvas de trastos y cachivaches que se suponía que serían en un futuro nácar para terminar de recubrir por completo el palacio con las ingentes obras que se estaban produciendo. Todos, en general, la miraban como si fuera una especie de mujer-mágica, pero ella lo ignoraba y lamentaba tanto la mentira que dijo su padre de ella, desconociendo su progenitor los disgustos y sufrimientos que soportaba su hija, pues desde que se separaron no volvieron a mantener el contacto ni se carteaban, porque el rey se lo tenía prohibido a su aprisionada esposa.
   Una noche que se le caían las lágrimas a la reina y que veía que estaba cerca de que todo le saliese definitivamente mal, una paloma blanca como el azúcar le trajo volando una ramita de oro que al cogerla relumbró entre sus dedos y por un segundo la llenó de felicidad y esperanza. Esa noche durmió apaciblemente y al levantarse vio que el desastre de cosas desperdigadas alrededor del mediocre cuarto eran bloques enormes de nácar que relucían y destellaban como cofres de oro. A la hermosa reina casi le dio un brinco al corazón y se le encendieron de tal modo los ojos que brillaron tanto como lo que tenía frente suya.
   Antes de soltar, maravillada, una exclamación, el elfo de las otras veces apareció, contento y divertido, tras uno de estos bloques. “Bien, bien. Espero que se le hayan pasado las penas de hoy y que le sirva de lección que ni vos ni los suyos debéis de mentir nunca, y, si se hace, cargar con las justas y merecidas consecuencias que ello entraña. Si me permitís las palabras, majestad“, le dijo con diplomacia y educación mientras daba un saltito y se ponía sobre la pequeñaja cama donde dormía la soberana de cualquier manera.
   El noble elfo llevaba un saco que de primeras la reina no vio, porque lo cargaba tras la espalda. Seguidamente, la criatura extrajo de allí un vaso enjoyado en el que si vertías agua o vino y bebías del mismo vaso las necedades pasarían a ser sabidurías y la maldad pasaría a ser, de tal modo, bondad y buenas intenciones. El monarca las siguientes mañanas felicitó mucho a la reina por el trabajo, pero la joven vio que las promesas que la hicieron no se cumplieron en ningún momento.
   Por eso a la única cena a la que fue invitada la reina fue deslumbrante y dijo a los sirvientes que pusieran esta copa al rey, admitiendo que le hacía ilusión que su esposo bebiera de ella, porque esa ocasión debía aprovecharla. Cuando estuvieron muchos ministros, celebridades y los reyes cenando en la larga e iluminada mesa (pues todo el mundo pensaba que la reina dormía con el soberano y que se llevaban muy bien) comenzó la cena pomposamente y las charlas, las risas, las velas y los cubiertos sonaron durante toda la noche y fue tanto lo que bebió el rey de esa copa mágica que cuando se despertó al día siguiente pidió perdón a la preciosa reina por el mal que la hizo, por los trabajos forzados y por las desgracias sufridas. 
   En el futuro, fueron muy felices y al elfo le nombraron consejero del rey y los años venideros el reino creció y prosperó y fue de los más fabulosos y ricos del mundo, yéndose el padre de la reina a vivir con ellos felizmente.     

 

 

                                                                           


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