Conejillo de Pascua
En una remota comarca apareció un día un agrio campesino que plantaba y recogía berzas y se ganaba la vida con tal digno oficio, aunque nadie sabía de su procedencia u origen. El hombre se instaló en una casa en mitad de esas tierras. El campesino las temporadas de mucho frío se encargaba de la siembra y las temporadas de demasiado calor, no obstante, de la recogida.
Al hombre le solía ir bien por su plena dedicación y porque las plantaba como nadie. Llegó el momento en el que, sin saberlo, se tropezó con un conejillo de Pascua (porque era mediados de marzo) al que se le cayó una bola de oro del tamaño de un anillo al lado de una de sus berzas y el campesino no se percató de ello. El conejillo, sin tampoco dar cuenta de lo ocurrido, se marchó tan campante hacia las verdes praderas colindantes que estaban alrededor de los campos del agricultor.
El animal más tarde debió de percatarse de lo ocurrido, porque al día siguiente pasó corriendo y echó un ojo allá por donde estuvo la tarde pasada. Acabó el conejo donde las berzas y el campesino que, con malos humos, recogía parte de sus innumerables huertos, tropezó con el conejillo de Pascua que se le quedó mirando con cierta expectación. Este conejillo solía pasar por allí al salir el sol y era uno de sus recorridos diurnos.
El pequeño animal no tardó en irse asustado. Al día siguiente, pasó por allí pero una hora antes de la habitual, porque sabía que en ese horario concreto el campesino todavía no salía a trabajar a sus huertos, aunque eso cambió con brevedad.
El conejillo miró fijamente y hasta escarbó algo el suelo de esos huertos para comprobar si había quedado enterrada la bola de oro (que era lo probable), pero no vio más que raíces y más tierra a pesar de seguir y seguir cavando. Como se acercaba el momento en que saldría el campesino y no gustaría presenciar el agujero que le estaba provocando un impertinente animal con las orejas largas, o así pensó el conejillo que lo consideraría el propietario, el pequeño mamífero salió a toda prisa huyendo de allí y brincando hasta irse en un santiamén.
El campesino, efectivamente, cuando se enteró de aquello al recoger los frutos de su huerto, supo que había sido el conejillo de Pascua, y dando por hecho que lo hizo adrede y con mala intención, se juró a sí mismo el campesino guardarle para la siguiente vez una buena faena para que se acordara en adelante. Pues bien, el hombre con maldad colocó varias trampas alrededor del huerto, debajo de muchas plantas y hasta ocultas bajo raíces.
- Seguro que caerá el listillo y absurdo conejo –se rió el campesino que era una persona ebria y sobre todo solitaria.
- Seguro que no lo olvidará –añadió más tarde entre dientes y soltando otras cuantas carcajadas al pavonearse de las trampas que acaba de colocar. Hablaba solo con frecuencia. Era algo normal para el hombre.
Semanas más tarde, brotó de donde se le cayó la bola al conejillo de Pascua, un rosal muy espigado y bonitísimo. El animal siempre que se lo permitía el tiempo (porque parecía un mamífero muy ocupado) se pasaba a echar un ojo por la zona para saber si estaba la bolita de oro. Cada una de las veces que iba no encontraba ni un brillo lejano, por asomo, de aquel anhelado objeto y una de las veces casi le mata una de las trampas del campesino, aunque se libró y en adelante el agricultor desistió de ello.
El conejillo miró fijamente y hasta escarbó algo el suelo de esos huertos para comprobar si había quedado enterrada la bola de oro (que era lo probable), pero no vio más que raíces y más tierra a pesar de seguir y seguir cavando. Como se acercaba el momento en que saldría el campesino y no gustaría presenciar el agujero que le estaba provocando un impertinente animal con las orejas largas, o así pensó el conejillo que lo consideraría el propietario, el pequeño mamífero salió a toda prisa huyendo de allí y brincando hasta irse en un santiamén.
El campesino, efectivamente, cuando se enteró de aquello al recoger los frutos de su huerto, supo que había sido el conejillo de Pascua, y dando por hecho que lo hizo adrede y con mala intención, se juró a sí mismo el campesino guardarle para la siguiente vez una buena faena para que se acordara en adelante. Pues bien, el hombre con maldad colocó varias trampas alrededor del huerto, debajo de muchas plantas y hasta ocultas bajo raíces.
- Seguro que caerá el listillo y absurdo conejo –se rió el campesino que era una persona ebria y sobre todo solitaria.
- Seguro que no lo olvidará –añadió más tarde entre dientes y soltando otras cuantas carcajadas al pavonearse de las trampas que acaba de colocar. Hablaba solo con frecuencia. Era algo normal para el hombre.
Semanas más tarde, brotó de donde se le cayó la bola al conejillo de Pascua, un rosal muy espigado y bonitísimo. El animal siempre que se lo permitía el tiempo (porque parecía un mamífero muy ocupado) se pasaba a echar un ojo por la zona para saber si estaba la bolita de oro. Cada una de las veces que iba no encontraba ni un brillo lejano, por asomo, de aquel anhelado objeto y una de las veces casi le mata una de las trampas del campesino, aunque se libró y en adelante el agricultor desistió de ello.
El conejo decidió ausentarse por una temporada al tener que atender deberes fuera de sus tierras y a la vez alejarse por un tiempo del odioso campesino. Bien así las semanas seguían desembocando en meses y el rosal se hacía más alto, y tan altísimo se hizo por supuesto, como casi un roble centenario. Se reunían comunas de gnomos y familias de duendes que quedaban para tomar un tentempié o para merendar lo que se terciase esa misma tarde, y hasta algunas hadas volando alrededor del tallo hacían centellear el rosal.
El campesino que era una persona insociable y arisca les echaba de allí a esos seres divinos sacando la azada o propinándoles palazos con la herramienta que tuviera a mano y les amenazaba con las palabras más feas y afiladas, de modo que a las criaturillas no les quedaba otra que salir huyendo, dispersándose por la maleza y entre la hierba para no ser capturadas por “el Ogro”, porque así le apodaron una inmensa mayoría de gnomos y espíritus del bosque.
- Cómo coja a esas ratas y estúpidas hadas las aplasto como moscas -le escuchaban gritar a veces al campesino.
Cada uno de ellos buscaba con urgencia a esa bolita de oro al ejemplo del conejillo de Pascua que no se había reunido con todos aquellos seres por el miedo que le tenía al propietario de esas huertas de berzas.
Cada uno de ellos buscaba con urgencia a esa bolita de oro al ejemplo del conejillo de Pascua que no se había reunido con todos aquellos seres por el miedo que le tenía al propietario de esas huertas de berzas.
A lo demás todos aquellos vecinos que colindaban con las propiedades del campesino no mantenían trato con él, porque este hombre odiaba las compañías y aborrecía a los niños y odiaba a los animales; lo único que no le molestaban eran las plantas porque decía que se quedaban en su sitio y no creaban inconvenientes y trastornos a ningún hijo de vecino, y que embellecían la comarca (única afirmación justa y correcta).
Su mayor amigo eran los cuervos que le solían visitar minutos antes de caer la noche, que por aquellos lares, eran noches cerradas, muy negras y desapacibles. Durante esas horas nocturnas las familias de animales mágicos y comunidades de gnomos y diminutos duendes solían dormir bajo las ramas del enorme rosal (que el campesino no la había destruido por ser una planta que consideraba bastante linda). Conciliaban el sueño ocultándose bajo las raíces o sobre las hojas o entre la espesura vegetal del rosal, y como su tamaño era tan reducido que sus sonidos no eran oíbles para el ogro.
El campesino solía acostarse pronto y sobre las nueve o diez de la noche cuando caía la oscuridad fuera, apagaba las luces de la casa y se echaba a dormir y sus ronquidos a veces sobrepasaban las ventanas y algunas berzas se tapaban los oídos para no ser despertadas como también hacían muchas criaturillas que por allá rondaban.
Los duendes cuando escuchaban los ronquidos se desternillaban con travesura e inocencia y se ponían a danzar sobre las hojas o sus orejas se iluminaban con colores fosforescentes y brillantes y se hacían cosquillas entre ellos, saltaban, se pellizcaban, se tiraban moras que cogían de arbustos vecinos y fastidiaban grácilmente a algún que otro gato que aburrido buscaba por allí compañía o se daba la clásica vuelta nocturna, costumbre que practica la mayoría de los felinos.
Los gnomos jugaban a las cartas y jugaban a un juego que consistía en quién subía más alto a la copa de los matorrales donde se ubicaban pisando menos hojas durante el ascenso era el ganador. Al final pocos solían llegar los primeros porque todos, antes de concluir, se tropezaban con sus barbas y se pisaban con torpedad las narices, riéndose de ellos mismos y cayendo al suelo al ejemplo de gotas de agua.
El campesino solía acostarse pronto y sobre las nueve o diez de la noche cuando caía la oscuridad fuera, apagaba las luces de la casa y se echaba a dormir y sus ronquidos a veces sobrepasaban las ventanas y algunas berzas se tapaban los oídos para no ser despertadas como también hacían muchas criaturillas que por allá rondaban.
Los duendes cuando escuchaban los ronquidos se desternillaban con travesura e inocencia y se ponían a danzar sobre las hojas o sus orejas se iluminaban con colores fosforescentes y brillantes y se hacían cosquillas entre ellos, saltaban, se pellizcaban, se tiraban moras que cogían de arbustos vecinos y fastidiaban grácilmente a algún que otro gato que aburrido buscaba por allí compañía o se daba la clásica vuelta nocturna, costumbre que practica la mayoría de los felinos.
Los gnomos jugaban a las cartas y jugaban a un juego que consistía en quién subía más alto a la copa de los matorrales donde se ubicaban pisando menos hojas durante el ascenso era el ganador. Al final pocos solían llegar los primeros porque todos, antes de concluir, se tropezaban con sus barbas y se pisaban con torpedad las narices, riéndose de ellos mismos y cayendo al suelo al ejemplo de gotas de agua.
Algunos otros se columpiaban en determinadas ramas o efectuaban saltos olímpicos a pesar de estar regordetes y bajaban por los tallos como si fueran bomberos descendiendo hacia sus vehículos. El caso es que, sin ir más lejos, se lo pasaban bomba, pero cuando ellos y otros muchos seres mágicos que les acompañaban veían que llegaba el momento de la cena (que era un momento del día venerado) se reunían y daban gracias por ello. Y, dependiendo de la época del año, siempre tenían una forma de entretenerse o un juego nuevo que inventarse, aunque lloviese o hiciese sol y eso les ayudaba a superar ese bache.
Es cierto sin duda que muchos echaban de menos la llegada del conejillo de Pascua que era como el representante y protector de todos ellos, al cual llevaban sin verle, lo menos, unas dos o tres semanas sin exagerar.
Tanto tardó en regresar el conejo que pasó un año y no supieron de él hasta la siguiente Pascua. El conejo trajo huevos de chocolate para todos, puesto que decía que había recorrido en sus últimas lejanas aventuras parte del País de las Chocolatinas.
Es cierto sin duda que muchos echaban de menos la llegada del conejillo de Pascua que era como el representante y protector de todos ellos, al cual llevaban sin verle, lo menos, unas dos o tres semanas sin exagerar.
Tanto tardó en regresar el conejo que pasó un año y no supieron de él hasta la siguiente Pascua. El conejo trajo huevos de chocolate para todos, puesto que decía que había recorrido en sus últimas lejanas aventuras parte del País de las Chocolatinas.
Esos chocolates cuando los tomaron los duendecillos de menor tamaño que eran de grandes al ejemplo del botón de una chaqueta agrandaron hasta alcanzar la altura (aunque no la corpulencia y anchura) de un trol de caverna. Basta que no fueran corpulentos y anchos, pero sí como digo eran altos, espigados y respetablemente fuertes.
El conejillo de Pascua entonces se presentó delante de la puerta de ese maligno campesino, y el hombre cuando fue a abrir con chulería y pensando que era otro al que iba a hacer algún tipo de mal para divertirse, comprendió que no era así y que gnomos y duendes del tamaño de su casa que llegaban hasta la chimenea, le golpearon, patalearon, se rieron de él y le amenazaron como hizo el abusón con ellos.
Las bandas de cuervos que acudieron se retiraban aterrorizados al ver a los enormes enemigos.
- Malditos!! -les gruñó el campesino a los pájaros y al resto-. Malditos animales mugrientos! Malditas criaturas estúpidas!
Luego obligaron al hombre a remover el huerto de sus berzas. Las berzas de repente incompresiblemente se movieron y removieron y solas se desenterraron del suelo tomando vida, y le propinaron patadas en el trasero y en las rodillas con sus piernas enraizadas, mientras el hombre pedía disculpas a todo el mundo y rebuscaba afanosamente la bolita de oro, que encontró al cabo de toda la noche escarbando como un topo, en el fondo de la tierra.
Luego obligaron al hombre a remover el huerto de sus berzas. Las berzas de repente incompresiblemente se movieron y removieron y solas se desenterraron del suelo tomando vida, y le propinaron patadas en el trasero y en las rodillas con sus piernas enraizadas, mientras el hombre pedía disculpas a todo el mundo y rebuscaba afanosamente la bolita de oro, que encontró al cabo de toda la noche escarbando como un topo, en el fondo de la tierra.
Cuando el campesino lo tuvo entre sus manos se lo dio al conejo y a todos se le iluminaron los ojos recordando algo que creían olvidado, inexistente. Entonces el conejo que no era muy hablador más bien callado le dijo: “¿No os acordáis? ¡Debéis de hacer memoria, señora!”
El campesino frunciendo el ceño y sin mediar palabra tocó varias veces la bolita de oro y retiró el envoltorio dorado que tenía, pues en verdad aunque no lo dije en un principio era chocolate, chocolate mágico.
“No hace falta que os diga lo que tenéis que hacer”, finalizó el conejillo de Pascua, mientras los gnomos y duendecillos que recuperaron su tamaño en unos instantes asentían de acuerdo lo decía el animal. Y era verdad, no hacía falta, el campesino que en verdad no era campesino se le iban aclarando los recuerdos.
El campesino frunciendo el ceño y sin mediar palabra tocó varias veces la bolita de oro y retiró el envoltorio dorado que tenía, pues en verdad aunque no lo dije en un principio era chocolate, chocolate mágico.
“No hace falta que os diga lo que tenéis que hacer”, finalizó el conejillo de Pascua, mientras los gnomos y duendecillos que recuperaron su tamaño en unos instantes asentían de acuerdo lo decía el animal. Y era verdad, no hacía falta, el campesino que en verdad no era campesino se le iban aclarando los recuerdos.
Entonces el hombre se llevó a la boca la bola, la posó en su lengua y saboreó hasta que no quedó nada del chocolate y su altura se redujo y su aspecto cambió para ser el de otro conejo, pues en verdad aquel campesino considerado “el Ogro” era de género femenino y no un hombre y bien se trataba de la reina de los conejos y de aquellos dominios boscosos (puesto que carecían de rey).
Por tanto, no obstante, cuando volvió el falso campesino a ser la coneja (porque en esa enorme comarca no existían los humanos) todo el mundo se puso muy contento, y a partir de ahí, siempre fue época de Pascua y estuvieron toda la vida con días soleados, comiendo chocolates, zampando huevos de colores maravillosos. Y oliendo los encantos de la sensacional primavera, bailando muchas mañanas las berzas y algunos manzanos que se sumaban cuando los pájaros entonaban las canciones de los manantiales, campos y montañas de esos lares.
Por tanto, no obstante, cuando volvió el falso campesino a ser la coneja (porque en esa enorme comarca no existían los humanos) todo el mundo se puso muy contento, y a partir de ahí, siempre fue época de Pascua y estuvieron toda la vida con días soleados, comiendo chocolates, zampando huevos de colores maravillosos. Y oliendo los encantos de la sensacional primavera, bailando muchas mañanas las berzas y algunos manzanos que se sumaban cuando los pájaros entonaban las canciones de los manantiales, campos y montañas de esos lares.
FIN
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