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Mostrando entradas de abril, 2022

El gigante de los cereales

En un país que mi memoria no recuerda el nombre vivía un gigante en la falda de una montaña. Su casa era de piedras grandes como colinas y no tenía ventanas, pues era una especie de cueva inmensa, recogida de los bravosos vientos. Delante se extendían majadas donde pastaban sus vacas; y verdes bosques y claros que la luz plateada no dejaba ver su final. ¡Si os encontráis alguna vez por allí acordaros de estas palabras!¡Os acordaréis de las casitas alejadas de ganaderos y agricultores y de las granjas dispersas que por ahí había!        Antes de despuntar el alba, el gigante recorría el país de cabo a rabo y tocaba, atrapaba y convertía en galleta de chocolate todo lo que viese suculento. Luego llegaba cansado a sus majadas, ordeñaba a la vaca gorda que más le apetecía y se preparaba para ponerse las botas. Luego el gigante se servía el cuenco de leche que era tan hondo como una poza y tan grande como un pequeño velero, y se llevaba al estómago a cientos de seres vivo...

Conejillo de Pascua

En una remota comarca apareció un día un agrio campesino que plantaba y recogía berzas y se ganaba la vida con tal digno oficio, aunque nadie sabía de su procedencia u origen. El hombre se instaló en una casa en mitad de esas tierras. El campesino las temporadas de mucho frío se encargaba de la siembra y las temporadas de demasiado calor, no obstante, de la recogida.     Al hombre le solía ir bien por su plena dedicación y porque las plantaba como nadie. Llegó el momento en el que, sin saberlo, se tropezó con un conejillo de Pascua (porque era mediados de marzo) al que se le cayó una bola de oro del tamaño de un anillo al lado de una de sus berzas y el campesino no se percató de ello. El conejillo, sin tampoco dar cuenta de lo ocurrido, se marchó tan campante hacia las verdes praderas colindantes que estaban alrededor de los campos del agricultor.    El animal más tarde debió de percatarse de lo ocurrido, porque al día siguiente pasó corriendo y echó un ojo allá...

La ondina del estanque

H abía una vez unos padres que fallecieron por un arrollamiento de tren y sus hijos que eran doce les pasó a cuidar su tío que era el hermano menor del padre de los chicos, siendo los nombrados: varones, menos la pequeña que era una niña muy alegre y simpática.     Desde el menor al mayor eran todos muy parecidos, distinguiéndose entre ellos por la edad y por algún rasgo teóricamente reconocible. El amable tío de los chicos tenía un gato lozano y hermoso y vivían en el campo a las afueras de la ciudad, en una acogedora casita. Era indudable que con el paso de los años los chicos se fueron amoldando y comenzaron a ser felices y a vivir la vida con normalidad.     En una ocasión el tío les dijo a sus sobrinos y al gato que mientras él hacía torrijas que ellos fueran a recoger los cántaros de leche de todas las semanas a la lechería que estaba al otro lado del bosque. Cuando salieron, se abrigaron bien y como siempre la niña que era la menor de los hermanos ib...