Juan el Generoso

Un buen día Juan salió de su casa con una barra de pan, un queso, unas lonchas de jamón serrano y unas onzas de chocolate. Cuando hacía su habitual recorrido para ir hacia su escuela se encontró con un lechero. El lechero simpático, y por ello muy astuto, le pidió pan sin ofrecerle ni una peseta. Juan sin exigir nada a cambio le tendió casi media barra y el lechero se rio con fuerza intentando parecer más amable y se largó tan rápido como había venido. 
      Después Juan pasó junto a un carromato donde había montado un tenderete donde un quesero vendía con orgullo sus quesos. Éste al ver el excelente queso del muchacho le pidió que le diese algo a cambio por aquella delicia curada. Juan cedió y le regaló el queso, pues no quiso recibir nada ni se le antojaba cosa alguna, todo generoso. El quesero se despidió sin agradecerlo y desapareció. Juan, que iba pensando en sus cosas, continuó su camino hasta dar con un pueblecito pequeño en el cual había una espléndida fuente.
      Al llegar, se le acercó un viejo muy, pero que muy barbudo, que ronqueaba y tosía, y le pidió a Juan lo que le faltaba de la barra más una onza del chocolate que tenía a cambio de tres pesetas. Y, ojo, ¡eran tres pesetas contantes y sonantes! Pero Juan afectado por la vejez del hombre, decidió no cobrarle y entregárselo como un regalo en cortesía por ser una persona mayor. El hombre no insistió y Juan se sintió bien en el fondo, porque había ayudado a un anciano que vivía en la pobreza. 
     El viejo agradecido se fue de la fuente tan pronto cuando le dieron lo que quería. Juan continuó hasta dejar el pueblo y encontrarse con unos pájaros que le picaron de los restillos del queso que le quedaba. Juan, tan generoso, en vez de guardarlo lo desmigó y se lo tiró para que lo picaran y comieran. Y así lo hicieron por lo que Juan se quedó sin queso. Después el niño pasó junto a un lago donde había un pescador. Éste le dijo que le diera un abrigo por el intercambio de una caña de pescar. Como Juan no era aficionado a los peces renunció la oferta y como el sol brillaba no necesitaba el abrigo. Sin pensárselo, siquiera, se lo regaló. 
     Juan no quiso entretenerse y llegó a un redil donde las ovejas pastaban a sus anchas. Un pastor gordo al observarle le pidió deaquel jamón serrano (al verlo en el morral del chico) por una mula de carga vieja. Juan pensó: <>. Así el niño le dio el jamón y como los anteriores, el pastor panzudo se esfumó con sus ovejas en menos que canta un gallo. Después Juan, antes de llegar a la escuela, vio salir al paso varios bufones que decían que iban a tierras distantes a divertir a un respetado y famoso rey, y le pidieron algo de comida. Juan, al ver que eran artistas y buena gente, les dio las últimas migas que le quedaban. 
      Entonces le ofrecieron unas botas, pero Juan por darle cosa no las aceptó. Lo cierto es que todo sucedió con demasiada prisa y los bufones se fueron en un abrir y cerrar de ojos al ver que el chico no las quería. Juan volvió a quedarse solo y, sin comida ni nada, se encaminó a la escuela de una vez por todas. Sin embargo, cuando menos lo esperó, empezó a llover exageradamente. Los charcos que se formaron en el camino de Juan fueron enormes a los pocos minutos y cada vez llovía más y la cosa iba a peor.
      El viento soplaba, hacía mucho frío y al chico le estaba entrando el hambre. Juan ahora se arrepentía de no tener abrigo para calentarse; se arrepentía de no haber aceptado las botas de los bufones para no mojarse en lo charcos; de no haber aceptado ni una peseta para comprarse algo;de haberse entretenido y haber perdido el tiempo y de haber regalado toda su comida sin haberla probado. 
     Y, por eso, ese día Juan el Generoso llegó tarde, hambriento y calado a la escuela. 

        FIN

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