Golbo
Había una vez un rey de corazón frío que tuvo tres hijos y uno de ellos, el menor, nació contrahecho al fallecer en el parto la reina. A parte de odiarlo culpándole del fallecimiento de la madre del pequeño príncipe también le repudió y le desterró a las profundidades del bosque por ser horrendo y distinto, encerrándole en unos calabozos construidos expresamente para la situación. El desdichado príncipe lloró y con los años se fue afeando cada vez más hasta volverse un monstruo horroroso e irreconocible.
El calabozo se situaba en una parte tan abismada del bosque que apenas llegaba la luz diurna y estaba siempre el lugar en una nublada negrura, alimentándose el monstruo de los restos que le dejaban cada mes unos soldados entre las rejas de la prisión. Como cualquiera que le veía le tenía miedo, nadie era el voluntarioso que se prestaba a escucharle o a relacionarse con él. Y la realidad es que si le mirabas asustaba demasiado.
Se le conocía bajo el vulgar nombre de Golbo.
Golbo era una bestia velluda, ancha, panzuda, esbelta y con dos cuernos que asomaban de su peluda cabeza. Tenía tanto pelambre azulado que no se le veía la piel y unos dientes prominentes que bien al enseñarlos aterrorizaba al rival por feroz que fuere. Golbo se desesperaba por el sencillo hecho de no caber bajo el techo del calabozo que con las décadas se degradó, negreó y enlodó siendo un zulo infestado de gusanos e irrespirablemente apestoso. El monstruo se golpeaba aun con la cabeza en el techo y si se estiraba se raspaba con los apretados muros.
Los pájaros silvestres si se posaban cercanos a las rejas salían volando muertos de pavor cuando Golbo les saludaba o afloraba su rostro de la celda. Ningún habitante de las cercanías quería saber de él y hasta otros peligrosos animales le temían y se mantenían alejados del monstruoso príncipe. Ni siquiera en su edad adulta los dos príncipes mayores, sus hermanos legítimos, le hicieron en vida alguna visita o le apoyaron de algún modo, y aun con odio le despreciaron.
No obstante, un día lluvioso le llamó tras las rejas una vocecita dulce y fresca, pero Golbo se sentía tan desesperanzado que le costó asomarse de los barrotes y si lo hizo fue por la insistencia de la voz que le transmitió calurosa confianza.
- “¿Necesitas algo de comer?” –le preguntó con inocencia y bondad un niño guapo, de ojos azules, y rubio como hilos de un arpa-. “¿Vives solo en esta cárcel? ¡No se te ve alegre!”
- “Ni tengo razones para estarlo, pequeño. La vida no me ha brindado bienaventuranza. ¡Ay! ¡Siempre han caído sobre mí desgracias!”
- “Lo lamento. Se te ve alguien bueno, sin maldad.”
- “Nunca he hecho mal alguno, pequeño.”
- “¿Pero cuáles son las razones para que estés tan triste?” –dijo el niño con interés.
De tal guisa, Golbo se pronunció y le explicó al chico que procedía del castillo del reino y que fue el hijo menor del rey y del destierro que se vio obligado a sufrir. Al niño le entristeció demasiado el relato del desanimado monstruo y sintió lástima y tristeza por él, prometiéndole que le visitaría siempre que pudiera y le llevaría comida más rica. Golbo ante la promesa se sintió afortunado y esperó con ansia cada semana a la aparición del niño. Quitando la cantidad de pelaje que tenía, Golbo no dejaba de tiritar, pues en las honduras de aquella selva hacía un frío raspante que se te metía hasta los huesos por el viento susurrante que soplaba por las noches.
Golbo pensó mucho en romper los barrotes de la celda, pero por mucho que quiso y por mucha presión que hiciera con las zarpas era inútil. No había forma de destruir, por su propia voluntad, la cárcel que le aprisionaba (atado uno de sus tobillos con una cadena a una de las paredes), y el monstruo anhelaba por encima de todo gozar de la libertad y sentir el tacto de la hierba, el sabor de las frambuesas y la miel que la adoraba. Durante el anochecer se oían sus graves gemidos de pesar entre los árboles al sentirse tan solo.
Cuando el niño se pasaba le traía una estupenda variedad de manjares como quesos, panes, melón, fresas y hasta sardinas de las que repetía la bestia y siempre se quedaba con las ganas de zamparse más. Mientras engullía cada cosa que le traía el pequeño, el niño le contaba que su padre era domador de caballos y que se encargaba de adiestrarlos y entrenarlos y que desde que nació vio con frecuencia como su padre se volcaba tanto en los animales.
De hecho, el niño sabía montar desde hacía un año y tenía idéntica pasión por los equinos que su progenitor.
Golbo comía con mucha ansía, pero no desoía ni una palabra de las que le decía el joven que se reía cuando al monstruo se le caía trozos de fruta de la boca o un hilillo de saliva por el hambre acuciante.
- “¿Te ha gustado lo que te he traído?” –preguntó el niño al ver que Golbo rebañaba hasta la última rodaja de pan con queso-. “¡Parece que no has comido en un milenio!”
Al monstruo le produjo gracia la expresión.
- “Me tratan tan mal que no sabía lo que era llenarse el buche como cuando niño. Ya no estoy acostumbrado a la vida de palacio y echo en falta tantas cosas de cuando era un recién nacido, aunque de poco me acuerde…”
- “¿De qué manera podría resolver tu condena? ¿Qué es de tu familia?”
- “La solución no la sé. Y mi familia tanto ni la merezco como ni me corresponde el horrible despropósito que me hicieron, pero sé que jamás el rey, mi padre, me querrá ver.
Y lo cierto es que, cargando con tanto dolor, a mí tampoco me apetece saber algo de los que fueron allegados.”
El niño bien parló con Golbo hasta que las nubes grises y lluviosas cubrieron el horizonte y un diluvio cayó antes de que el chico se marchara. La bestia se reservó unos pocos mendrugos de pan que le sobraron y dejó mordidos unos trozos de fruta que se los cenaría más tarde. No se olvidó Golbo del frío que pasó esa noche que soplaron unas rachas de aire fortísimas y de lo mucho que tuvo que pegarse al fondo de la celda para no empaparse, pues la lluvia se metía dentro y originaba charcos y humedades que afectaron a la salud del príncipe que no paró de moquear y de estornudar por el catarro que cogió por la tormenta.
El niño no descuidaba en traerle no sólo alimentos a la vez una serie de libros y le enseñó el abecedario entero, le enseñó así las vocales y consonantes, y le inició a Golbo en la lectura hasta que con esfuerzo lo fue aprendiendo. Se pasaban tardes enteras memorizando letras, textos y recitando poesía, pues al niño le prestaba su padre (que quitando que era domador bien le apasionaba leer) decenas de novelas y cuentos y otros interesantes libros que devoraba junto a Golbo que se pegaba a las rejas y atendía a cada palabra del chico y siempre solía formular preguntas sobre cultura, pues le empezó a gustar y a sentir necesidad por saber más.
- “¿Y qué transcurrió más tarde…? ¿Qué es lo que significa ese verbo? ¿Cómo era el título de ese poemario, pequeño?”
El niño le resolvía cada una de las dudas a buen gusto y pasaron así grandes momentos durante meses. Golbo estaba mejor alimentado por los cuidados del chiquillo y le tenía tanto cariño que se hicieron inseparables amigos y no había día que fuera el joven a visitar a la bestia que al menos no se mostraba tan desamparada y lamentosa. El niño se quedaba hasta que el sol se ponía y los pájaros dejaban de trinar y entonces era cuando cogía sus cosas y se despedía de Golbo para marcharse a descansar.
Ese rato era el menos agradable para el monstruo que al irse le echaba de menos al chico y se ponía a jamar la comida que le trajo.
Una de esas nublosas noches, Golbo al estar a punto de dormirse pegado contra la pared de la celda, se coló por los barrotes un enano negro, con ropas oscuras, barba puntiaguda, y ojos tan tenebrosos como cuervos, y el monstruo se sobresaltó al verle y casi golpea y tira sin querer el plato donde le traían las sobras.
- “¿Quién eres?” –se inquietó Golbo con su retumbante voz-. “¡Me has dado un susto de muerte!”
- “¡He venido para ofrecerte un trato si te interesa! ¡Qué seguro te interesa!”
Golbo le miró con incredulidad.
- “¿Un trato? ¿Un trato?” –repitió con inocente incredulidad-. “¿Para mí?”
- “¿No te gustaría salir de esta pocilga?” –le preguntó el malvado enano que se sentó sobre la rodilla de la bestia.
- “¡Oh es lo que más deseo!” –exclamó Golbo con expresión de inocencia y hastío.
- “Yo tengo una solución contra tu malaventura, pero para que se cumpla antes tendrás que hacer algo…”
- “¿Qué deberé hacer?” –gruñó Golbo con temor rascándose un cuerno con sus brazos gruesos y peludos-. “Dime, ¿en qué consistirá?”
De tal guisa, el enano negro con su pico de oro que era prodigioso le propuso al desgraciado príncipe que tendría que profundizarse bosque adentro e ir a una casa donde vivía una vieja que le ofrecería un abundante desayuno y que debería de sentarse junto a él en la mesa, pero no comer ni un sólo alimento de los que le sacase el invitante ni tampoco tomar un sorbo de ninguna bebida hasta que Golbo se fuese, o de lo contrario, caería dormido y se escarcharía durante el día entero y sentiría luego mucho frío con peligro de quedarse en ese estado.
Cuando la vieja desayunase tendría que salir el monstruo afuera y se debería de encargar de regar el jardín y de guardar el agua que sobrase al final del recipiente, y luego a las dos de la tarde, antes de partir, pasaría un fénix en llamas volando y con la mayor puntería darle justo en el centro del corazón con un arco que encontraría en la valla final del recinto, y la flecha de agua surgiría del fondo de la regadera (origen del líquido que quedaba en la base del recipiente). En caso de fallar, la flecha se desharía y no contaría con más oportunidades; en caso de acierto, el fénix se reduciría a cenizas y tendría que coger las cenizas y llevárselas al enano negro.
Golbo fue a decir algo, pero desistió y estuvo de acuerdo en cada punto de la explicación.
El enano para concluir agregó al romper la cadena que le ataba al prisionero a los muros de los calabozos: - “Si te congelas las tres veces que vayas: serás mi lacayo y harás hasta tu muerte lo que te encomiende. De cualquiera manera, si cumples con lo tuyo, te redimiré de tu condena como monstruo y podrás ser un príncipe o un hombre corriente y libre.” Deseoso Golbo de culminar con la condena que le desolaba, la bestia no dudó valientemente en comprometerse y metiéndose en los negros adentros del bosque llegó hasta la casa indicada tras liarse con varios caminos y al fin escoger el correcto.
- “¿No quieres más? Es un zumo de un sabor exquisito y dulce. ¡Te encantará!” –le animó la vieja cuando le recibió y se sentó el invitado en la mesa, mientras la bruja le servía platos y sabrosas bebidas.
- “Bueno por unos sorbos más no creo que pase algo” –contestaba Golbo, y cuando salía al jardín le vencía el sueño y al dormirse se quedaba de pie congelado al poco de regar apenas unas plantas.
Golbo siguió las indicaciones al pie de la letra menos en el hecho de beber, y con evidente razón, antes de lo previsto, se durmió, se le escarcharon hasta los dedos de las manos y perdió inútilmente el primer día al pasar el fénix volando y no acertarle con la flecha, y para cuando se descongeló era de noche y pernoctó debajo una guarida cercana. El segundo día le recibió la bruja, le ofreció platos que rechazó y sirviéndole otro irresistible zumo el monstruo no pudo rechazarlo.
- “No creo que por un leve trago me siente mal…”
- “Bebe, bebe” –le animaba la bruja riéndose con frialdad-. “¡Te vendrá bien! Eres muy grande y tienes que refrescarte.”
Golbo se dispuso a regar las primeras plantas y antes de regar parte del jardín se le cubrió de escarcha el cuerpo y cayó dormido.
Al cabo de un rato pasó volando el fénix velozmente y desapareció como una inalcanzable bala. Cuando Golbo quiso darse cuenta inevitablemente anocheció y era demasiado tarde para remediarlo y tuvo que dormir de cualquier manera debajo de unos matorrales y, presentándose al día siguiente y recibiéndole la bruja como las dos anteriores veces, negó los ricos ofrecimientos de la vieja, y antes de regar, como el sol iluminaba con excelencia el cielo, se vio incapaz de no sorber un trago de otro zumo y antes de acabar de ocuparse del riego del jardín el sueño fue tan lacerante que le tumbó y su figura se escarchó completamente.
No obstante, el niño que le ayudó desde un principio al no haber visto al monstruo en la celda durante los dos pasados días, a lomos de un caballo que le prestó su padre domador, siguió el espeso pelambre que fue dejando Golbo y así encontró la tenebrosa casa en las honduras del bosque. Y bordeó el lugar y llegó hasta el jardín de detrás y al ver al monstruo tirado sobre la hierba y con la regadera en la mano supuso que se había quedado con la tarea de riego a medias y se puso a regarlo todo.
Al terminar, reparó el niño que en la esquina del jardín había un arco y no dudó en cogerlo al llamarle la atención, haciéndose con la flecha de agua que surgió dentro del fondo de la regadera.
Al ir a atender a Golbo que estaba fuera de sí surcó el cielo el fénix envuelto en llamas y el niño acuciado por un inexplicable impulso tiró la flecha de agua con tanto ímpetu y propulsión que atravesó el pecho del fénix y en una explosión en llamas la criatura se redujo a una polvareda de ceniza.
Golbo justo se despertó y agradeciéndoselo al chico fueron a recoger ambos las cenizas y cuando echaron la vista atrás vieron que la casa de la bruja y la bruja se volatilizaron como si nunca hubieran existido.
- “Gracias de nuevo, pequeño, no he fallado en mi propósito” –le abrazó Golbo al chico.
Las cenizas las metieron en un costal y el monstruo le describió al joven lo ocurrido, y en seguida, a no tanta distancia, abordaron al enano negro entre varias arboladas. Le dieron las cenizas del fénix y al pequeñajo le detallaron punto por punto lo sucedido.
El enano negro cuando acabaron dijo: - “Aún no podré liberarte de los calabozos y que vuelvas a ser humano hasta que no liberes a la princesa del país vecino de las garras del intocable cíclope que le ha confinado en la torre más alta del castillo, y arrancar el ojo a la criatura y traérmela a mí.”
Golbo se comprometió a duras penas y vagó por aquellas tierras y el niño le acompañó y tardaron semanas hasta que bien llegaron al nombrado castillo que se erguía sobre lo alto de una monumental loma.
Tuvieron que pasarse por mercaderes y cuando los soldados de la entrada les abrieron les robaron las armas con inteligencia y les esposaron a los guerreros entre las oscuras sombras de unos cercanos aposentos con una poción que guardaba el niño, deslizándose Golbo y el chico por el castillo hasta que después de desubicarse varias veces llegaron a la torre más inalcanzable y oscura; la princesa lastimeramente esposada a una columna vieron que gritaba sin consuelo. En el cuarto no filtraba apenas una centella de luz, apestaba como en una porqueriza, estaba todo asqueroso y el cíclope paseaba de un lado al otro de la estancia y gruñía, bramaba y balbuceaba hablando consigo mismo.
De tal guisa, Golbo y el niño se escondieron en la oscuridad al no ser pillados aún por la criatura que merodeaba de una esquina a otra y parecía masticar media vaca que recientemente habría cazado. Cuando llegaron hasta la princesa, rompieron sus ataduras, pero no pudieron partir una de las cadenas que la apresaban, y cuando lo hicieron, el ciclope les descubrió y fue a por ellos con odio y venganza, levantando la mano para aplastar a los tres. El niño buscó un escondrijo con la princesa y Golbo (mostrando sus cuernos en señal de fiereza) y empuñando la espada que quitaron a los soldados se enfrentó al cíclope que no paraba de soltar manotadas, patadas y cabezazos bestiales que resquebrajaban y despedazaban los tabiques y paredes.
Atacaba el cíclope con tanta aversión que en uno de los golpazos, tropezó con la esquina de la columna donde se hallaba antes esposada la princesa, y Golbo se tiró sobre el apresador y le hundió el filo de la espada en el corazón y el atacado en un charco de sangre murió en el acto. El monstruo le extrajo el único ojo al cíclope y escapándose del castillo con el niño y la agraciada princesa desanduvieron lo que antes recorrieron y durante varias lunas a galope constante llegaron con ansia y optimismo donde se encontraba el enano negro y le dieron el ojo.
- “¡Habéis cumplido con vuestra parte y por ello te libero a ti de tu carga!” –se pronunció el vil pequeñajo que cumplió con su parte y que coció el ojo del cíclope junto con las cenizas del fénix para vivir otros cien años más.
Golbo de repente cambió genialmente de aspecto y en vez de ser el monstruo malformado y horroroso de antes ahora era un hombre libre y guapo, casándose con la princesa que liberó y siendo amigo del niño hasta el final de sus venturados días.
En conclusión, Golbo luego fue buscado por sus hermanos mayores y por los soldados de su padre al no verle las pasadas veces que le llevaron las sobras de comida, pero fue ilocalizable el hombre al establecerse en el reino de la princesa con la que tuvo muchos hijos y proclamándole los padres de su pareja como el nuevo príncipe y no había mujer que no envidiara a su esposa al volverse el varón más bello.
FIN
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