La campanilla de la chinchilla
H acía tiempo había un duque que estaba exquisitamente encantado con un caballo que compró en una subasta, cuyo nombre era Capitán. El blanco e inmaculado animal era todo menos malmandado y se portaba tan bien y era tan dócil que con que le llamaras una vez te hacía caso. El duque disponía de una enorme y lujosa mansión con praderas alrededor donde el animal corría libremente y se desfogaba como un niño chico. La mansión tenía más de doscientos cuartos y más de cincuenta estancias y el hombre no tenía hijos y vivía solo con su mujer y con su retahíla casi interminable de criados. Bien es verdad que no hacía falta que el duque contratara a muchos jardineros o criados limpiando, puesto que el caballo ramoneaba tanto que el verde de las praderas se lo comía y siempre lo dejaba bien cortito. Lo mismo hacía Capitán con las flores que las regaba diariamente y con la cola se ocupaba de desempolvar los suelos de los dormitorios y salones, retirando la sucie...